Vamos al tema de la semana, esto es, la discusión sobre la incidencia retroactiva de la compensación a las transportadoras de gas por la devaluación, prevista en los contratos firmados hace ya tiempo. Ahora, el Gobierno incurrió en el mismo error comunicacional que ya había cometido respecto a la modificación del cálculo de las jubilaciones, que llevó a los disturbios de diciembre del año pasado, con el brutal apedreamiento de las fuerzas de seguridad en la Plaza de los Dos Congresos.
Esta reiteración tiene su antecedente más grave en el injustificado manto de silencio que extendió sobre la situación económica, y sobre todo energética, que heredó de la gestión anterior, en un vano intento de tranquilizar a los inversores, aún ausentes, y a la ciudadanía en general, que merecía ser respetada diciéndole la verdad.
Desde antes de la asunción del mando, muchos insistimos en la necesidad de desnudar esa monumental crisis, que no era percibida por la sociedad en general, teóricamente beneficiada por las políticas populistas.
A casi tres años, ya resulta imposible recordar quiénes sembraron las bombas que explotan diariamente. Si, en ese momento, Mauricio Macri hubiera pedido sangre, sudor y lágrimas, seguramente las hubiera obtenido, previo explicar, con lápiz y papel, cómo estaba el país y por qué.
El precio que tuvo, y tiene, que pagar por ese pecado original se puede medir en el significativo porcentaje de intención de voto que aún conserva Cristina Elisabet Fernández, pese a estar ya multi-procesada en causas de corrupción, y en el cinismo con que sus cómplices se expresan en el Congreso y en los medios cada vez que tienen la oportunidad.
Olvidando la inteligente recomendación de Fernando Henrique Cardoso (“Gobernar es explicar”), si hay un área en la cual se nota un déficit enorme en la gestión es, precisamente, en la comunicación oficial; no sólo no se explicitan claramente las medidas con anterioridad a su aplicación, dando tiempo para la razonada digestión de las malas noticias, sino que tampoco se difunden las grandes obras públicas que están cambiando, y mejorando enormemente, la vida y la economía de todo el interior del país.
Todos estábamos hartos de la permanente invasión de nuestra intimidad que constituían las permanentes cadenas oficiales, repletas de anuncios falsos, autoelogios e infinitas reinauguraciones de los mismos hospitales y escuelas que nunca funcionaban, de futuros “trenes bala”, etc.; pero la notoria abstinencia en la materia de la gestión que encabeza Mauricio Macri lo hace incurrir en una falta opuesta, pero igualmente grave.
Por lo demás, los pocos actos comunicacionales del Gobierno salen, generalmente, mal. Basta enumerar la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017, cuando se modificaron las metas de inflación, o el fallido anuncio del -para entonces- no concretado acuerdo con el Fondo Monetario; en ambos casos, los daños producidos se trasladaron rápidamente a los mercados, que sancionó tanta improvisación. Tampoco parece ser útil que sea el propio Mauricio Macri, y no sus ministros, quien deba salir a poner la cara por tantos errores no forzados.
Tengo un enorme respeto intelectual por Jaime Durán Barba, pero me pregunto si el estratega, tan útil e indiscutiblemente exitoso en competencias electorales casi imposibles, conserva esos beneficios a la hora de gobernar; porque me dicen algunos amigos que fue él quien recomendó al equipo de Cambiemos la tan equivocada conducta de cautela, adoptada desde la misma asunción del poder.
Otro aspecto trágico de la coalición gobernante son las luchas internas, el fuego amigo, que parece ratificar que no solamente se trata de una actitud hacia afuera (la errada comunicación) sino, inclusive, para adentro de la coalición política sobre la cual se apoyó el Presidente para ganar las elecciones. Ser socio de los radicales, en ese momento indispensables por su indiscutible asentamiento territorial en todo el país, con un comité en cada pueblo, de todo lo cual el PRO carecía por tratarse de un partido meramente vecinal, tuvo un costo que, según parece, el Gobierno no se resigna a pagar.
Sé que se trata de un partido político muy antiguo y que, como tal, tiene sus mañas y sus contraindicaciones tóxicas, pero no parece la mejor política asociativa mantenerlo al margen de las decisiones cotidianas, por su capacidad de reacción negativa; tienen razón cuando se queja de enterarse por los diarios.
Lilita Carrió, el retoño desprendido de ese árbol, se ha transformado, tal vez por no entender que la política es el arte de lo posible, en un complicado electrón libre, al cual todos temen; la Diputada se ha arrogado, con cierto derecho, el rol de último bastión moral de la República, una suerte de Catón, el censor. Parece olvidar que el gobierno que integra tiene minoría en las dos cámaras del H° Aguantadero y, siempre a través de los medios de prensa, le exige diariamente aceptar sus imposiciones, aunque éstas signifiquen despedir ministros, fiscales, jueces y hasta aliados circunstanciales, so pena de romper la alianza, a pesar del frágil momento que atraviesa.
El portazo de Luis Caputo al Banco Central había dejado a la Casa Rosada temblando porque se produjo con Macri fuera y en plena negociación con el FMI. Y en el área energética, tanto Juan José Aranguren como Javier Iguacel, ambos asumiendo responsabilidades que no sé si tenían, han generado conflictos por no explicar clara y transparentemente a qué se deben los movimientos de los precios de los combustibles, en especial en este momento de recesión y de bolsillos exánimes; ahora, con el obligado retroceso -casi una reculada en chancletas- en los aumentos retroactivos, sorprendieron al ministro Nicolás Dujovne cuando discutía un mejor trato por parte del organismo internacional.
Todos, con Macri a la cabeza, parecen olvidar que tienen enfrente al peronismo que, como siempre lo ha hecho, aglutinará sus distintas fuerzas (racionales, federales, renovadores, kirchneristas, etc.) y modalidades a la hora de competir, y atacará sin desmayo, aunque vaya en ello la suerte de la República; en esa carrera electoral, que ya se está corriendo, no se puede dejar tantos flancos desprotegidos cuando hay verdaderos leones enfrente.
Pero, sobre todo, olvidan que esta oportunidad será la última, en muchísimo tiempo, para derrotar definitivamente al populismo y volver a ser un país confiable para propios y ajenos. Estamos, nuevamente, ante una encrucijada, y necesitamos que el Gobierno acierte y cumpla con su deber; la alternativa, ya la conocemos, y no puede ser más nefasta.