Era un fin de semana como éste pero de 1963, cuando las oficinas del FBI en Nueva Orleans recibieron un télex que, según unos pocos testigos, advertía que un complot a gran escala se estaba gestando en la hostil ciudad de Dallas con el propósito de asesinar el presidente estadounidense de entonces, el carismático John Fitzgerald Kennedy.
En el presente, 55 años más tarde y ya liberados cientos de documentos que habían permanecido bajo llave por décadas por razones de “seguridad nacional”, todavía sigue siendo una incógnita a qué hora se recibió el alerta, quién lo vio, a quiénes fue informado, por qué el FBI no lo comunicó al Servicio Secreto, y qué pasó con él. Porque el télex desapareció de los archivos y nunca más se supo de él. Todavía existen documentos vedados al público que quizás contengan esa respuesta.
La fuente del fatídico mensaje nunca fue confirmada pero el fiscal Jim Garrison –inmortalizado por Kevin Costner en el film de Oliver Stone, JFK– habla de que el posible informante había sido nada menos que Lee Harvey Oswald, más tarde acusado de ser el asesino.
Según investigaciones de Garrison, el único fiscal que entabló juicio por el crimen del presidente, Oswald era un doble agente que estaba muy lejos de ser un loquito solitario y fanático de la Cuba de Fidel Castro. Según Garrison, Oswald nunca dejó de ser un soldado al servicio del gobierno de los Estados Unidos que habría descubierto demasiado tarde que la operación para proteger al Presidente JFK en realidad era un plan para matarlo, y que él era el chivo expiatorio más fácil.
Fueron cuatro días oscuros en que JFK cumplió con su rutina de mandatario sin sospechar de los siniestros poderes que asomaban a sus espaldas. Kennedy tenía anotado en su agenda una visita a Dallas el viernes 22 de noviembre y sólo algunos altos mandos y políticos sabían que más allá de esa fecha no habría sino páginas en blanco.
Los pocos que vieron con sus propios ojos el télex ya no existen y todavía hay archivos clasificados que probablemente nunca saldrán a la luz. O sí, pero en un tiempo en que a nadie conmueva saber que cinco días antes del crimen un grupo selecto ya tenía el diario demoledor del 23 de noviembre de 1963.
John F. Kennedy, tal como avisaba el télex, fue emboscado en la calle Elm de Dallas el viernes 22 de noviembre de aquel año junto con el gobernador de Texas, John Bowden Connally Jr, que sobrevivió a varios impactos y dos operaciones.
Como ya todos sabemos, Kennedy era el blanco y por lo tanto no escaparía. Los disparos continuaron hasta que alguien cuyo nombre nunca sabremos dio en la cabeza y la misión finalizó con éxito.
Este jueves se cumplirán 55 años de la muerte de JFK, y el sábado será también el aniversario de la muerte del acusado de ese homicidio. Oswald –que de acuerdo a las pruebas de nitrato no disparó un arma aquel día- fue detenido sin pruebas contundentes y asesinado dos días más tarde por Jack Ruby, un gángster de medio pelo que se abrió paso entre la multitud cuando Oswald era trasladado desde la cárcel del condado para ser juzgado.
Oswald no llegó a hablar y tampoco lo haría Ruby, quien tres años después, sentenciado por el cáncer intentó contar su verdad desde la prisión, pero sin suerte: pocos días después falleció misteriosamente en su celda antes de que hablara.
Claro que hubo un juicio, una investigación, una comisión especial creada para esclarecer el cuarto magnicidio ocurrido en EE.UU. (los tres primeros infortunados fueron Abraham Lincoln en 1865; James Gardfield en 1881; y William McKinley en 1901). También estaba la inesperada filmación de un comerciante, Abraham Zapruder, que mostraba que habían sido varios los disparos y que la bala fatal no venía del depósito donde se dijo que se agazapaba Oswald.
Sin embargo, con todas las pruebas y testimonios que arrojaban dudas sobre el caso, los nombres de los verdaderos conspiradores y la verdad sobre la suerte que corrió aquel télex que contenía el mensaje salvador siguen siendo un secreto enterrado.