No existe en la actualidad, prácticamente, boletín informativo que no contenga una noticia de un conflicto armado en algún lugar del mundo. Vemos armas, disparos, víctimas, refugiados, pero detrás de todo ello están los corresponsales de guerra.
El corresponsal de guerra expone constantemente su vida para informar sobre los hechos que ocurren en países en conflictos armados; son una raza especial dentro del periodismo. Los más destacados en nuestro país son, sin dudas, Karen Marón, Nicolás Kasanzew y Teresa Bó.
Desde el año 2003, Karen Marón es Instructora en Operaciones de Paz, obteniendo la Aptitud Especial Conjunta otorgada por el Centro Argentino de Entrenamiento Conjunto para Operaciones de Paz. Especializada en Derecho Internacional Humanitario, conflictos armados y política internacional con coberturas en más de 30 países, entre ellos Irak, Siria, Libia, Líbano, y Colombia, fue seleccionada como una de las 100 Corresponsales más Influyentes del Mundo en la Cobertura de Conflictos Armados por la organización AOAV (Acción contra la Violencia Armada) con sede en Londres.
-¿Por qué decidió ser corresponsal de guerra?
-Comencé a trabajar profesionalmente como periodista a fines de los 90 cubriendo policiales para el canal de noticias TN, después de haber trabajado en política nacional. Como siempre fui muy responsable con mi trabajo busqué algún curso para perfeccionarme en policiales, pero no había nada de eso. Lo más parecido que encontré fue un curso de tres días que daba el Ejército Argentino. Ahí mismo me recomiendan otro, que se dictaba en el Caecopaz (Centro Argentino de Entendimiento Conjunto para Operaciones de Paz de Naciones Unidas). Incluso luego fui codirectora de ese curso durante tres años. En ese curso vi un documental hecho por corresponsales de guerra del Washington Post, el NY Times y otros diarios muy importantes que, además de hacer su trabajo profesional, sacaban fotos para que las familias que habían sido separadas luego se pudieran reencontrar. Apenas vi el documental dije "eso es lo que quiero ser".
-¿Cuál fue su primera cobertura?
-Nueve meses después de hacer ese curso, viajé para cubrir para el Washington Times la segunda Intifada, que fue en el año del jubileo, y me pasó algo muy fuerte. Decidimos, con un politólogo que conocí allí ir a Belén, y tuve la posibilidad de entrevistar a Yasser Arafat. Nos enteramos por un comentario que nos hizo el taxista que nos llevaba que Arafat iba a estar en la Iglesia de la Natividad, un lugar sagrado que es donde supuestamente nació Jesús. Entonces fuimos, logramos entrar junto con los demás periodistas y pude hacerle una nota, en la madrugada del 25 de diciembre. Ese fue mi debut en la guerra.
-¿Qué fue lo peor que vio en la guerra?
-Depende del estado de ánimo. Son muchos recuerdos traumáticos, y cada recuerdo es único. Depende del momento de mi vida a veces aflora uno y a veces otro. Como te dije son muchos y tengo que hacer un esfuerzo para ordenarlos y encontrar uno en particular, pero en este momento de mi vida, el que me sigue impactando es cuando vi una hilera de ataúdes de chicos, sin nombres, cada ataúd tenía un número. Eso fue en el sur del Líbano.
-¿Se puede rescatar algo que sea la contra cara de eso?
-En la guerra, aunque parezca mentira, se ven muchas cosas buenas. Desde lo metafísico podemos decir que es la lucha entre el bien y el mal, porque dentro de tanta oscuridad, también hay mucha luz, y ahí se ve la esencia del ser humano. Recuerdo un hecho en especial. Estábamos en un hospital del sur del Líbano; en el sótano, habían hecho como una especie de bunker provisorio, y me había llamado mucho la atención un anciano de unos ochenta años que hacía 25 días que estaba ahí, solo, sobre una colchoneta esperando que viniera su hijo desde Beirut a buscarlo. A través de una enfermera que me traducía me puse a hablar con él, y realmente me conmovió lo que me decía, que lo único que quería era volver a su casa, una especie de pequeña granja donde criaba sus animales y cultivaba la tierra, nada más que eso. Y es que para estos pueblos ancestrales la tierra tiene mucho valor, no en lo económico, sino por el sentido de pertenencia. Lo que tiene valor para ellos es su lugar en el mundo. Este hombre vivía casi en la frontera con Israel, pero no tenía enemigos, no tenía idea de porque ocurría lo que estaba ocurriendo, y veía en ese anciano la cara de la inocencia en un montón de formas. Cuando llegaron el hijo y la nuera a buscarlo el abrazo que se dieron fue tan conmovedor y algo tan hermoso que me emocionó muchísimo, y no puede evitar ponerme a llorar.
-¿Cómo vive usted, o supera, si es que lo tiene, el estrés postraumático cuando vuelve de cubrir un conflicto bélico?
-En realidad, a lo que nos ocurre tanto a los soldados como los periodistas que cubrimos guerras cuando volvemos, ahora se lo denomina "estrés traumático", porque volvés con heridas psicológicas muy profundas que son prácticamente imposibles de olvidar, y se abren todo el tiempo. En mi caso particular, tengo la suerte de poder disociar. Lógicamente, cuando volvés el cuerpo y la mente te pasan factura, pero tengo la suerte de conocer al mejor profesional del país, que incluso atiende a veteranos de Malvinas, el doctor Alberto Dupén, que me ayudó muchísimo.
-¿El hecho de ser mujer la perjudicó, la favoreció o le fue indistinto?
-Para mí siempre fue un peso más, desde tener que vestirme diferente hasta sentir el miedo de una violación, que a veces se transforma en un arma de guerra, pasando por tener que soportar que te acosen, te humillen o te insulten por el solo hecho de ser mujer. Muchas veces tuve que entrevistar a un hombre a través de una pared o de espaldas porque no lo podía mirar a los ojos.
No lo siento como una carga, porque me siento orgullosa de ser mujer, pero si como un desafío más.
Nicolás Kasanzew es el único periodista argentino que cubrió la guerra de Malvinas desde el principio hasta el final. Fue enviado por el entonces canal de televisión ATC, pero también enviaba sus reportes a la revista Siete Días.
A su vuelta, debido a la "desmalvinización" comenzada por el régimen militar y continuada por el gobierno de Alfonsín, le era extremadamente difícil conseguir trabajo, hasta que en 1990 tras la tercera oferta que le hicieron medios hispanoparlantes de EE UU decidió radicarse en la ciudad de Miami.
-¿Cómo y cuándo comienza a desempeñarse como corresponsal de Guerra?
-En el año 1979 venía haciendo notas de color en el Iberá de Corrientes para el programa "Mónica Presenta", de Canal 13, y se produce durante la guerra civil en Nicaragua la muerte de un periodista, asesinado por soldados cuando se acercaba a un retén que fue grabada por su camarógrafo. Esa imagen fue muy impactante, y recorrió el mundo, y desde el canal me mandaron a Nicaragua a cubrir el asesinato del periodista y el conflicto.
-¿Cómo vivió esa primera experiencia?
-Descubrí que ese era el tipo de periodismo que quería hacer, pero más que nada comprobé si servía o no para hacer ese trabajo. Si cuando estás debajo de un tiroteo servís o no servís. La gran cantidad de miedo te paraliza, y tener o sentir algo de miedo produce todo lo contrario, te excita, te fervoriza, y ese primer trabajo me sirvió para descubrir que podía hacerlo, porque hasta que no llega el momento de la verdad, no se sabe.
-¿Cuántos conflictos cubrió?
-Además de Nicaragua para canal 13, estuve en El salvador, Honduras y Guatemala para Canal 7, que eran más que nada guerras de guerrillas, de baja intensidad, y después de Malvinas estuve tres veces en la guerra de Irán e Irak, en los años 1986, 87 y 88, y en el Líbano en 1996.
-¿Cuándo se enteró que iba a cubrir la Guerra de Malvinas y que sintió en ese momento?
-El 2 de abril no trabajaba en Canal 7, que en ese momento era ATC. Hacía un año que me había ido por desavenencias con el productor y estaba trabajando en canal 11. Días antes, el mismo productor se contacta conmigo preguntándome si quería volver. Ese 2 de abril tenía que ir al canal a grabar mi promoción para el noticiero. Recuerdo que me despertó una llamada de Víctor Sueiro contándome que habíamos recuperado las islas. Por un lado, como argentino sentí una alegría enorme, pero como periodista me quería morir! ¡Me había perdido cubrir semejante hecho histórico! La cuestión es que me fui al canal a grabar, de traje y corbata obviamente, y apenas llegué le pregunté al productor a quién había mandado. -Todavía no mandé a nadie, me respondió, "entonces mandáme a mí", fue mi reacción instantánea. Y así, de traje y corbata, ese mismo día viajé a Comodoro Rivadavia. Después deduje que me recontrataron porque en el canal sabían lo que estaba por ocurrir, y como yo ya había cubierto guerras civiles en Centro América y que ese tipo de cobertura me gustaban y tenía bastante experiencia descontaban que iba a ir con gusto.
-¿Cómo se siente cuando regresa, cuando sale de la zona hostil?
-En mi caso, siento abstinencia, quiero volver.
-¿Cómo vive el estrés después de la guerra o como se desconecta de lo que se vive allí?
-Nunca tuve problema en desconectarme de los conflictos. En primer lugar nosotros no somos combatientes, y segundo vamos por propia voluntad. Aunque suene mal, y sea políticamente incorrecto, yo lo disfrutaba. Pero que se entienda bien, disfrutaba hacer mi trabajo. Es todo muy intenso, el corazón bombea a mil, pero nunca pensé que me iban a matar. Como experiencia es riquísimo, sobre todo como periodista.
-¿Qué fue lo peor que vio en la guerra?
-Lo peor que vi es la crueldad, y paradójicamente no hay más crueldad que en una guerra fratricida, y las guerras civiles, son eso. Pero si tengo que elegir uno en particular, en Guatemala en medio de un descampado había una hilera de piernas sobresaliendo de la tierra. Eran personas que habían enterrado vivas cabeza abajo. Más cruel que eso no vi.
-¿Y la contracara?
-Hay muchos actos de amor al prójimo. Por ejemplo, dar la vida por alguien que tenés al lado, que tal vez ni lo conozcas, porque también el peligro hermana.
Yo conocía a un piloto de Pucará que se llamaba Miguel Angel Giménez. Era un tipo que cada vez que había una misión hablaba con su superior y le recomendaba que no mande a tal o cual compañero porque tenía familia e hijos, que lo mandara a él, que no tenía. Y así, reemplazando a un compañero, salió un día en misión y no volvió, desapareció en combate. Actos como ese puedo contar montones.
-¿Qué le recomendaría a un joven periodista que quiera hacer este trabajo?
-En primer lugar, que se testee, si lo va a resistir o no, tanto física como psíquicamente. Lo segundo es que hay que estar muy bien informado, porque la información salva vidas. No me refiero a estar informado sobre el lugar, hay que estar al tanto de la información geopolítica. Por ejemplo, en Managua nos pasó que cruzando un mercado nos pararon y nos preguntaron quiénes éramos. Lógicamente les dijimos que éramos periodistas argentinos. Inmediatamente nos empezaron a golpear el auto y a duras penas pudimos escapar. Nosotros no entendíamos porque, hasta que nos enteramos que el gobierno argentino estaba apoyando a Somoza. A partir de ahí, pasamos a ser periodistas uruguayos.
Desde niña, Teresa Bó es una apasionada de la cultura árabe. Estudió Comunicación y Ciencias Políticas en Washington, donde también cursó un máster en Resolución de Conflictos. En el año 2003, Bó fue una de las enviadas especiales de Canal 9 de Argentina para cubrir el inicio de la guerra de Irak.
Hoy, la periodista argentina es una de las figuras más importantes de la señal de noticias árabe Al Jazeera cubriendo conflictos bélicos.
-¿Por qué decidió ser corresponsal de guerra?
-Luego de estudiar en Estados Unidos hice una Maestría en Resolución de Conflictos Armados, y siempre me interesó el periodismo como una manera de facilitar en construir puentes, puentes de diálogo, puentes de mostrar y generar empatía en lo que le pasa al otro. De alguna manera eso fue lo que me ayudó en centrarme no solamente en guerras, sino también en conflictos, especialmente en América Latina y Medio Oriente. Siempre tuve una fascinación muy particular por la zona de Medio Oriente, y me volqué a eso desde muy chica, lo que hizo que comience a escribir notas sobre el tema en Cisjordania, Gaza, Israel, y casi sin darme cuenta me fui convirtiendo en lo que soy hoy.
-¿Recuerda cuándo fue la primera vez que estuvo en una acción militar, o bajo la línea de fuego?
-Hace más de 20 años... en Cisjordania, incluso recuerdo que íbamos así nomás sin ningún tipo de protección. Lo que si tengo presente es cuando fue la primera vez que me puse el chaleco y casco. Fue en Afganistán, mientras había operativos del ejército y nos obligaban a los periodistas a usarlos.
-¿Cómo supera el síndrome postraumático cuando vuelve de algún conflicto?
-Creo que uno, con el tiempo, va aprendiendo a tratar de superar distintas situaciones de crisis. A mí, honestamente nunca me pasó, o será que aprendí a convivir con eso y trato de no involucrarme con una historia. Trato de ser consciente de que lo más importante que tengo que tener es la imparcialidad, y debo mantenerme lo más fría posible para no perderla. Pero que lo diga no significa que sea un hecho. Me tocó cubrir el terremoto de Haití, donde hubo 250.000 muertos y había cadáveres por todos lados, chicos lastimados sin manera de poder curarlos, que son situaciones que te llevan al límite.
-¿Recuerda algún momento en especial por lo doloroso?
-Me tocaron vivir muchas situaciones muy feas... En Afganistán, por ejemplo hubieron varias; recuerdo una después de un ataque de la OTAN cerca de Jalalabad que fue horrible, otra en Kabul, después de un atentado terrorista que dejó más de 50 muertos... fue una situación de caos generalizado desesperante. En Faluja, Irak, vi como murieron 6 chicos durante un bombardeo de Estados Unidos. En particular me conmueven mucho las historias donde hay chicos involucrados, especialmente desde que soy madre, porque de alguna manera te muestra la vulnerabilidad de algunos sectores de la sociedad.
-¿Vivió algo que pueda rescatar como un acto de amor dentro de todo esto que cuenta?
-Hay algo que me ocurrió tres veces; la primera fue en Afganistán, y las otras dos en Haití. Fue que alguien me regalara a su hijo. La primera vez estaba en una fábrica en Jalalabad, que es cerca de la frontera con Pakistán, haciendo una nota sobre trabajo infantil. Se me acercó una mujer y me pidió que me lo llevé. -Llevatelo, salválo-me dijo. No se si definirlo como un acto de amor, exactamente, pero si un acto de desesperación de una madre para salvar a su hijo de la guerra. Lo mismo me pasó en Haití, dos veces.
-¿Vivió alguna vez una situación límite, en la que haya sentido miedo?
-Miedo tuve muchas veces. Creo que el miedo es lo que te mantiene viva, es lo sano, te hace ser precavida. Cuando era más chica, tal vez era más inconsciente. Hoy soy mucho más cuidadosa con determinadas cosas, evalúo mucho a donde voy y me cuido mucho más. Tuve muchas situaciones de peligro... una noche en Bagdad comenzaron a caer morteros contra el hotel donde estábamos durmiendo y tuvimos que salir corriendo. Cierta vez estaba en un operativo militar en Faluja filmando con el ejército de Estados Unidos que estaba combatiendo a la resistencia iraquí, y de pronto de un techo saltaron dos iraquíes y me empezaron a tirar a mi porque yo estaba con el ejército de los EE UU, y salí corriendo. Después los norteamericanos me pidieron el video, pero lo único que se veía eran mis pies corriendo. Y esta anécdota siempre la cuento para desmitificar un poco eso del periodista héroe que se aguanta todo.
-¿El hecho de ser mujer, la favoreció, la perjudicó, o fue lo mismo?
-Es como ser mujer en cualquier lado, tiene sus cosas buenas y sus cosas difíciles. En general tenés que demostrar que sos fuerte, que aguantás más, porque si no, no hubieses venido. A mí, ser mujer me abrió más puertas de las que me cerró, más allá de la dificultades que puede haber pasado en países como Afganistán, donde te tiran piedras por el solo hecho de verte con una cámara, o te manosean, pero siempre rescato que el ser mujer te hace poder entrar en una casa y hablar con una familia sin que me vean como una amenaza, o tal vez, por el concepto machista que tienen no crean que sos un servicio de inteligencia de otros países.
Para periodistas adictos a la adrenalina. Y supongo que paga un poco mejor que el periodismo en general. Viáticos y extras.
se han olvidado de Ignacio Ezcurra .Merece ser recordado.
En nuestro paìs no existen este tipo de periodistas....!! Como imaginar al rebautizado...Mauro Viale...en estos escenarios....!!