Tanto Irán como Estados Unidos niegan la contingencia de una guerra, pero uno se prepara para lo peor y el otro refuerza su flota en el Golfo Pérsico. La comanda el portaaviones US Abraham Lincoln. El del cartel de "misión cumplida" en Irak, con la presencia de George W. Bush, en 2003.
Por si fuera poco, el Pentágono dejó trascender que alistaría 120.000 efectivos si el régimen teocrático efectúa un ataque o avanza en sus planes nucleares con fines bélicos. Irán abre el paraguas. Dice que no estuvo involucrado en el embate con drones de la insurgencia chiita de Yemen, que apadrina, contra uno de los mayores oleoductos de Arabia Saudita, tras el sabotaje contra cuatro barcos, dos de los cuales eran petroleros sauditas, frente a las costas de Emiratos Árabes Unidos.
En Yemen, la coalición de Arabia Saudita, principal exportador de crudo del planeta, está en guerra desde 2015 contra los huthis, apoyados por Irán. Esa guerra por delegación, o proxy war, puede definir tanto el poder del reino sunita como el destino de los aliados de Irán: desde el dictador sirio Bashar al Assad hasta el Hezbollah libanés; Hamas, patrón de la Franja de Gaza, y las milicias chiitas de Irak. Desde la segunda bandeja, como si fuera un teatro de operaciones, observan los otros actores. Que no son de reparto. En especial, Israel y Egipto, aliados de Estados Unidos, y la Unión Europea, desmarcada de la ruptura del acuerdo con Irán ordenada por Donald Trump.
Los huthis controlan Saná, la capital de Yemen. Sus drones alcanzaron el oleoducto Este-Oeste, sobre el Mar Rojo, capaz de bombear la mitad de la producción saudita. Unos cinco millones de barriles por día. Provocaron daños menores. En alerta, Estados Unidos recobró las ínfulas de la guerra contra Irak, alentada por el actual consejero de seguridad nacional, John Bolton. Le adjudican el plan militar contra Irán, sobre todo después de la amenaza del régimen de los ayatolás de cerrar el estrecho de Ormuz, esencial para el transporte de petróleo, si Estados Unidos insiste en sancionarlo a pesar de las objeciones a la ruptura del acuerdo promovido por Barack Obama en 2015.
El presidente iraní, Hassan Rouhani, que no mueve un dedo sin la venia del líder supremo, Alí Khamenei, lanzó otro aviso: está dispuesto a ignorar los límites de las reservas de uranio enriquecido y agua pesada, ingredientes de la bomba atómica, si los otros firmantes del acuerdo, Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China, no evalúan una fórmula para destrabar la venta de petróleo y las transacciones bancarias, vetadas por Estados Unidos. Frente al aumento de las tensiones, España retiró del Golfo a la fragata Méndez Núñez, de modo de no repetir el error del expresidente José María Aznar de implicarse en una guerra. En su caso, la de Irak, con Bush y Tony Blair.
En vísperas de la reelección del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, Trump no disimuló su antipatía contra Irán: declaró organización terrorista a la Guardia Revolucionaria, creada durante la Revolución Islámica de 1979. Un favor acorde con el reconocimiento de Jerusalén como capital israelí y de su soberanía sobre los Altos del Golán, arrebatados a Siria durante la Guerra de los Seis Días, así como con las intimidaciones mutuas con Khamenei. El runrún acrecienta el riesgo de una guerra por chispas, como las del Golfo, que eleven la tensión. La psicológica va en detrimento de Irán, debilitado por las sanciones y por el temor de las empresas europeas a perder sus inversiones.
Estados Unidos retiró al personal no esencial de su embajada en Bagdad y del consulado en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, y aconsejó a los suyos que se marchen del país, vecino de Irán. Alemania y los Países Bajos suspendieron la instrucción de soldados iraquíes. ¿Qué pretende Trump y ejecuta Bolton? El colapso de la economía, de modo de impedirle competir por el liderazgo de Medio Oriente, y un cambio de régimen o, al menos, de proceder, más allá de que una escalada derive en lo contrario. La sensatez, si existe, puede sufrir un fuerte menoscabo a expensas de la radicalización.