Este fin de semana no se habló de otra cosa y todavía seguimos dándole vueltas a la gran noticia de la política: Cristina Fernández de Kirchner no será candidata a Presidente. Tampoco se baja. Es una jugada tan desconcertante como inconducente para muchos. En su espacio se miran aterrados: ¿Por qué no ella? ¿Por qué Alberto Fernández?
Alberto Fernández hace pocos meses era mentado como el gran traidor: un hombre de Clarín, según los fanáticos. Un armador sin territorio que sirvió a Menem, a Duhalde, a Néstor, a Massa. Pero ahora vuelve recargado con un predicamento de trinchera.
Más allá de lo acertado o no de la decisión de Cistina, muchos festejaron la capacidad de sorprender como si eso sólo fuera una jugada magistral. En ese sentido, si hubiera presentado la candidatura disfrazada de sapo Pepe, habría sido aún más impactante.
El efecto sorpresa no necesariamente se traduce en votos y probablemente resulte en lo contrario. Hay algo de orfandad en esos fanáticos devotos del personalismo que hace cuatro días lloran amargamente en las redes.
Pero volvamos a la decisión de Cristina. Es revelador comprender la psiquis de estos gobernantes que producen amores y odios y dividen la sociedad en dos. Son personas, en general, con cierto desequilibrio emocional y una psicopatología de fondo que tiñe todas las decisiones políticas.
En 2015 Cristina señaló como su sucesor a Daniel Scioli, pero no apoyó su campaña y le impuso al inefable Aníbal Fernández para disputar el territorio clave: la Provincia de Bs As. Un ancla infernal que hundió a todo su espacio.
Las decisiones, claro, se evalúan con el diario del día después. Veremos si se trató de una decisión acertada a la luz de los resultados. Pero en el proceso de decidir, nadie puede convertirse en otra persona. Las decisiones incluyen necesariamente nuestras obsesiones, vulnerabilidades, miedos, deseos inconscientes y, por supuesto, también se cuelan las psicopatologías de cada uno.
Esta decisión de Cristina deja ver dos grandes características muy significativas que parecen ponerla en las antípodas de la buena jugada de una estadista consumada: la primera, lo arrebatado; no hubo sondeos ni encuestas, nadie midió a Alberto.
Llama mucho la atención en estas épocas en las que cada palabra de un político es testeada en un laboratorio psico-sociológico. La segunda: esto responde a una especie de “trauma” peronista, cuyas consecuencias las sufrimos todos: la instalación de la utopía en el pasado.
El peronismo nunca nos habla de futuro, ni de cambios para desarrollar en forma virtuosa el tejido social. Para el peronismo la utopía siempre está en el pasado. El peronismo del ‘45, Santa Evita, la juventud maravillosa formada por septuagenarios, los ‘70 y este nuevo experimento que quiere ubicar el momento glorioso del kirchnerismo en la primera presidencia de Néstor.
Lo dijo Hebe con todas las letras, “Alberto será como Néstor”. Alberto Fernández, en este increíble juego de la multiplicación de los Fernández, será la advocación de un Néstor que nos dejó huérfanos de padre. Un padre que, como el de Cristina, se llamaba Fernández.
Una idea que trabajé en mi más reciente novela “La matriarca, el barón y la sierva”, es que muchas veces nos formamos espejismos de matriarcados que no hacen más que consolidar el normal funcionamiento del patriarcado.
La estratégica Encarnación Ezcurra, la revolucionaria Evita, la irreverente Cristina, todas fueron funcionales a los poderosos machos alpha a quienes complementaron para que finalmente nada cambie.
Y ahora Alberto viene a “contenerla” según he escuchado por ahí. Es cierto que el mundo familiar de Cristina se desmorona. Florencia huye de sus compromisos con la Justicia refugiada en Cuba. Según nos ha contado Van der Kooy, su estado de salud no es ninguna tontería, padecería una enfermedad autoinmune que la tiene pesando abajo de 40 kg.
Florencia era muy joven cuando la hicieron firmar y participar de manejos compatibles con la corrupción y el lavado. Quizás sería saludable que Cristina pueda brindar a su hija algo del cuidado que no le ha ofrecido exponiéndola a semejante situación judicial.
Antes decía que en los resultados se ve la efectividad de una decisión. Hay quienes triunfan al fracasar. Cuando el deseo inconsciente está puesto en el lugar opuesto al relato ensayado, el fracaso puede ser el verdadero y oculto objetivo que se persigue.
¿Cómo volver al pasado cuando no está la creatividad para diseñar un futuro? ¿Cómo recrear la Argentina de Néstor con la soja a la mitad de su valor y los amigos de la región fuera de juego? ¿Cuántos remiendos habrá que hacerle al traje del Pingüino para que Alberto no parezca una marioneta mal disfrazada?