Tras la asunción de Donald Trump, Washington se despidió de uno de sus residentes más queridos. Bao Bao, la osa panda que moraba en el zoológico, debió ser trasladada a China como parte de un acuerdo entre la Asociación China de Conservación de Vida Salvaje y el Smithsonian’s National Zoo. El adiós coincidió con los primeros roces entre Estados Unidos y China. Lejos quedaba la visita de Richard Nixon a Pekín en 1972 para restablecer la relación bilateral y la cena con el primer ministro, Zhou Enlai, durante la cual la primera dama norteamericana, Pat Nixon, reveló su “amor” por los pandas.
Los abuelos de Bao Bao partieron de inmediato hacia Washington. No se trató de un regalo casual, sino de una estrategia mediante la cual China busca promover sus intereses en el mundo desde la dinastía Tang. En esos tiempos, entre los años 618 y 907, el nieto del emperador Taizong le regaló dos pandas a Japón como gesto de buena voluntad. Antes de la revolución de Mao Tse-tung en 1949, la esposa del líder nacionalista Chiang Kai-shek retomó la rutina de obsequiar pandas. Práctica que aplicó después el régimen comunista como un plan para atraer la inversión extranjera.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su par chino, Xi Jinping, renovaron ahora la diplomacia del panda en el zoológico de Moscú, donde viven dos ejemplares cedidos por China. La postal coincidió con la presencia de Trump en la conmemoración de los 75 años del desembarco en Normandía, gesta inaugural de la alianza atlántica y de la liberación del yugo nazi. Mientras Trump celebraba el Brexit y plantaba la bandera del America First (Estados Unidos primero), el presidente de Francia, Emmanuel Macron, abanderado de la Unión Europea, veía peligrar el orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial.
Un orden trastocado por el nacionalismo, causante de las peores tragedias del siglo XX. El nacionalismo alentado ahora por Trump. Desde el otro extremo, como si fuera los campeones de la globalización, Putin y Xi se mostraban más unidos que nunca en su causa común contra la política de Estados Unidos. Uno por las sanciones comerciales a raíz de la ocupación de la península de Crimea, perteneciente a Ucrania, en 2014 y por la presunta responsabilidad del ataque químico en el Reino Unido contra el exespía ruso Sergei Skripal y su hija en 2018. El otro por la guerra tecnológica y comercial.
La diplomacia del panda afloró de este modo frente al afán de Trump dinamitar las alianzas, más allá de que esa actitud favorezca tanto a Putin como a Xi. Trump criticó a la renunciante primera ministra británica, Theresa May, por las negociaciones del Brexit y apoyó como su sucesor al euroescéptico Boris Johnson después de intercambiar agravios con su primer anfitrión en suelo europeo, el alcalde de Londres, Sadiq Khan. No sólo se cumplieron 75 años del Día D, sino también 70 de las relaciones diplomáticas entre Rusia y China y poco más de dos del gobierno de Trump.
En febrero de 2017, al mes siguiente de su asunción, partió Bao Bao, nieta de Ling Ling y Hsing Hsing, la pareja de pandas que Mao Zedong les había regalado a los Nixon. Un emblema, trivial quizá, con un alto valor político. En 2013, la entonces primera dama, Michelle Obama, celebró el nacimiento de la osa panda como un “símbolo de los lazos entre las naciones”. Dos años después, cuando nació el hermano, Bei Bei, llevó al zoológico de Washington a la primera dama china, Peng Liyuan. Algo impensable en estos tiempos. Tiempos de demolición de legados.