En estos días volvieron a las tapas de los diarios las caras de decenas de sacerdotes que cometieron abusos sexuales escudados detrás de instituciones que, en muchos casos, tenían por objeto proteger a esos mismos chicos. Muchos casos, como el de Julio César Grassi, permanecen frescos en la memoria, pero otros pasaron inadvertidos o, sencillamente, fueron olvidados.
Uno de los casos más aberrantes fue el de los abusos en el Instituto Provolo, un colegio y albergue para chicos sordomudos que trabajaba con una población de bajos recursos y ciertamente muy vulnerable. Este caso se suma a decenas de otros similares y resulta evidente que hubo ocultamiento y protección a los abusadores que se aprovechan de quienes deberían cuidar y educar.
Parece un pacto de silencio que imaginamos tácito, pero no lo es, existe un documento que pocos conocen. En el año 1962 el Vaticano emitió un documento confidencial con instrucciones precisas a cada obispo para ocultar los casos de abuso sexual que se produjeran en cada diócesis.
El instructivo se titulaba “Crimine Solicitationis” y su carácter secreto implicaba el castigo de la excomunión a quien lo diera a conocer. El documento se refería particularmente al «sacerdote que mantenga relaciones sexuales con otro hombre o con jóvenes de ambos sexos o animales brutos».
El carácter secreto del documento hacía sospechar que, en realidad, la Iglesia consideraba que la verdadera víctima a la que debía protegerse con el silencio era el sacerdote. ¿Qué culpa podía tener un pobre pastor de haber caído ante los encantos de un tierno monaguillo?
Por supuesto, la Iglesia argentina cumplió con el documento secreto del Vaticano: El “Crimine solicitacionis”. Los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes en la Argentina fueron muchísimos, pero el que más repercusión tuvo en la opinión pública fue, sin dudas, el que terminó con la condena judicial del «padre» Grassi.
Grassi era un sacerdote que durante la década de los 90 tenía estrechos vínculos con diversos funcionarios y personajes de la farándula local. Gozaba de una amplia difusión en los medios y solía aparecer en programas televisivos de gran audiencia.
Dirigía la Fundación Felices los Niños, una institución que albergaba a menores carecientes y recibía generosos aportes gracias a su dilatada exposición pública. En octubre de 2002, un joven de 19 años denunció que cuatro años antes, el cura «lo había llevado a practicar sexo oral».
El 23 de octubre, en Telenoche Investiga, Miriam Lewin presentó una investigación en la que dos jóvenes pertenecientes a la Fundación Felices los Niños denunciaron al sacerdote por abuso sexual. La Iglesia, obediente al documento “Crimine solicitacionis”, mantenía el mismo silencio cómplice con el que había amparado a otros religiosos en denuncias semejantes.
La Fundación Felices los Niños recibía sumas astronómicas de dinero. Además, contaba con la colaboración de empresas y particulares.
Los hechos turbios que rodearon a Grassi no sólo estuvieron relacionados con los escándalos sexuales, sino, además, con negociados de la fundación dirigida por Grassi con personajes como Rodolfo Galimberti (uno de los más altos dirigentes de Montoneros), Jorge Born (primero víctima de su secuestro por parte de Montoneros y después socio de Galimberti en otros negocios), y Jorge «Corcho» Rodríguez (hoy famoso nuevamente por sus aventuras con Odebrecht).
Pero, el de Grassi es apenas un ejemplo. En noviembre de 2004 el sacerdote Luis Sierra fue condenado a ocho años de prisión por abusar de tres monaguillos en un colegio religioso de Claypole.
En 1993, el ex arzobispo de Santa Fe, Edgardo Gabriel Storni, fue acusado de abuso sexual contra un seminarista. En noviembre de 2007, la Justicia sentenció al «padre» Mario Napoleón Sasso a diecisiete años de prisión por considerarlo culpable del abuso sexual de un grupo de niñas menores de 14 años del comedor de Pilar que estaba bajo su dirección.
Hace algunos meses el Papa Francisco escribió el prólogo del libro “Lo perdono padre” de Daniel Pittet, quien fue víctima de horribles abusos por parte del sacerdote Joel Allaz entre 1968 y 1972. En el libro el autor entrevista y perdona al cura perverso practicando la piedad cristiana.
El Papa escribe en el prólogo “pido perdón por la monstruosidad de los abusos sexuales perpetrados por algunos sacerdotes en la Iglesia”. Sin embargo, hay quienes denuncian que si bien el papa Francisco ha alzado la voz en repetidas ocasiones contra los curas pederastas, la estructura de la Iglesia sigue protegiendo abusadores.
Emiliano Fittipaldi, autor del libro “Avaricia” cuenta, por ejemplo, que el Nº 3 del Vaticano elegido por Bergoglio, George Pell, cardenal australiano, protegió a todos los curas abusadores de su país y afirma que también él es un abusador.
Pero los familiares de los chicos abusados en el Provolo siguen recibiendo malas noticias. El Papa Francisco nombró al obispo auxiliar de La Plata, Alberto Bochatey “comisario apostólico ad nutum Sancta Sedis para todas las comunidades y los sodales de la Compañía de María para la Educación de Sordomudos”.
Bochatey continuaría la línea de encubrimiento de la Iglesia en este tipo de casos. Y es por esto que se le está pidiendo al Vaticano que entregue toda la investigación en torno al Instituto Provolo. Esperemos que en este caso Francisco mande la información y no le envíe un rosario bendecido a Corradi, el cura que se paseaba por los pasillos de noche mientras pensaba quien sería su próxima víctima.