Mientras continuaba durante la semana pasada la pelea por los superpoderes,
algunos sucesos extraños jalonaron la crónica cotidiana en Capital Federal. El
asesinato a sangre fría de un efectivo de la Federal en una sucursal del Banco
Río en Retiro, lo acontecido en el Bajo Flores el martes 4 y el extraño ataque
a balazos a unos jóvenes en Belgrano el jueves 6, lejos parecen estar de un
habitual hecho de inseguridad y un mero conflicto de vecinos. Pues los tres, uno
perpetrado por evidentemente un grupo comando, el otro por alguna mano ocupada y
el tercero por alguien que dista mucho de ser el típico loquito,
son signos evidentes de que a pesar del manto de neblina oficial, el sustrato de
la realidad está evidenciando temblores de media intensidad.
Aunque el titular de Interior Aníbal
Fernández se mofó de esto, aduciendo que la ola de inseguridad es un “invento
de los medios”, tanto la sociedad porteña y la del conurbano observa con
creciente preocupación lo puntualizado y les preocupa la falta de respuesta
efectiva por parte del Estado.
El multimedios de Hadad sacó buen
provecho de esto, saturando la pantalla con imágenes en directo de los sucesos
narrados, que leídos de corrido daban a atender una seguidilla macabra por
cierto no casual.
En medio de este clima enrarecido
jalonado por la violencia, el oficialismo siguió avanzando en su loca carrera
hacia el pináculo del poder irracional. Cuando el mencionado Fernández
intentaba justificar lo injustificable, la Primera Ciudadana Cristina Elizabeth Fernández dibujaba sus
pretensiones hegemónicas mediante los inconstitucionales decretos de necesidad
y urgencia. Si bien en ocasiones electorales declamaron que enterrarían los
usos y costumbres de la vieja política, esto resulta cada vez más letra muerta
asemejándose a menemismo implícito. No resulta casual esto, dado que en la
denominada década maldita los ahora
"pingüinos boys" eran conspicuos chupamedias del ex presidente oriundo de
Anillaco. Por eso, no es de extrañar que a pesar de tanta alharaca se les haya
pegado ciertos vicios fundamentalistas.
Por cierto, uno de estos es la mentira
permanente. Según se manifestó en un análisis anterior, cuando la misma se
repite hasta el cansancio los mentirosos terminan aceptándola como verdad
revelada. Y hastía sobremanera a aquellos que deben oírla de manera cotidiana
y permanente. La estrategia del kirchnerismo es, precisamente repetida durante
estos días, machacar con una idea fija con el fin de ganar por demolición a
los contrarios. O desacreditar, sea desde el Salón Blanco o fuera de él, a los
que se atreven a disentir. Como también, manipular la realidad mediante el
dibujo grosero de los índices económicos.
Anteriormente, se ilustró como el
romano Cicerón estaba harto de la caradurez del ricachón Catilina. Este
fantoche linajudo, pretendía comprar con dinero lo que no podía hacerlo con
capacidad innata y dignidad. Podrido hasta los tuétanos, Cicerón en pleno
Senado lo fulminó con una frase matadora que trascendió hasta este segundo
milenio: “¿Hasta cuándo vas a abusar
de nuestra paciencia?”
Esa virtud teológica, fuerte de muchos santos, muchas veces es tomada a
la chacota por conspicuos integrantes de la corporación política nacional.
Habitués de otra famosa frase, pero esta vez proferida por Julio Grondona, “todo pasa”, pretenden que el tiempo transcurra como la arena
del desierto tapando las esperanzas de muchos.
Precisamente, la gente se harta a causa
de esto cuando observa el devenir de la actividad política. Pues lejos de
preocuparse y trabajar con denuedo por su bienestar, ve con ira creciente como
sus supuestos representantes se aumentan el sueldo, buscan superpoderes y violan
sistemáticamente la carta magna aprovechando el Mundial de Fútbol. Al tiempo
que una oposición timorata, no acierta a realizar algo más creativo que
aparecer en La Cornisa para alabarse a
sí misma muy lejos de presentar propuestas coherentes y superadoras del modelo
en curso.
Si la única doctrina vigente es la
permanente mentira oficial, estos problemas tenderán a agravarse hasta el punto
de volverse endémicos, como la creciente colombianización del delito así como
la ascendente favelización.
Ni con mano dura, ni con clientelismo se
dará vuelta esta realidad, sino con políticas coherentes contra el delito y
tendientes a implementar el pleno empleo.
Fernando Paolella