Mauricio Macri parece haber entendido el mensaje de las urnas recién hoy. Pero ahora, para remontar esta cuesta empinada, el presidente debería entender el mensaje que los votantes emitieron en 2015.
En aquellas elecciones la sociedad harta de la prepotencia, la soberbia, la corrupción y el cepo económico que impuso Cristina Kirchner, le dijo “basta” con una consigna tácita: “Cualquiera menos Cristina”. La grieta ya estaba instalada: de un lado, el kirchnerismo y del otro, lo que se oponía a él.
Al otro lado de la grieta, frente al kirchnerismo estaba el campo. Los productores rurales y sus representantes encarnaron ese lugar. Algunos años después, la sociedad llegó a identificar a Mauricio Macri como la cara visible y el significante del apotegma que flotaba en el aire: “Cualquiera menos Cristina”.
Tenía para exhibir sus buenas gestiones al frente de Boca y la administración de la Ciudad de Buenos Aires que, efectivamente, no se inunda más. Y acá se entiende, en parte, la derrota.
Los pergaminos de Macri tenían que ver con la buena administración. Y además, estaba en las antípodas del líder carismático propio del populismo. Macri no se caracterizaba por ser un líder de masas ni un gran orador ni un teórico ni un iluminado.
No aludía a épicas sanmartinianas ni, mucho menos, bolivarianas, sino a la sobria estética de un ingeniero que sabe hacer más que declamar. Exactamente lo que pedía el electorado frente al parloteo infinito de Cristina Kirchner en cadenas nacionales eternas.
El problema queda en evidencia cuando un maquiavelo de baja estatura intelectual le pide a Macri que se transforme en el líder carismático que no es para seducir a la generación de la “vieja política”.
Entonces surge la caricatura de un Macri que grita desaforado “¡No se inunda más, carajo!” En cuatro años de gobierno Macri no consiguió superar con liderazgo ese lugar de ser “cualquiera menos Cristina”.
Es más, Marcos Peña y Durán Barba lo condenaron a eternizarse en ese lugar al prolongar la polarización y el antagonismo bipolar.
A partir del domingo quedó en evidencia que Durán Barba no era un Maquiavelo remozado, sino un Rasputín del altiplano, un diletante de café que convenció al otrora joven millonario de sus artes esotéricas.
Lo hemos dicho desde 2016 hasta la fecha: Durán Barba, que se jacta de ser un gran lector, parece no haber leído siquiera el “Frankenstein”. Mantuvo al monstruo en la mesa de mármol, le insufló respiración artificial y lo agitó para asustar a los votantes hasta que recobró vida y lo liquidó.
Frente al estupor por el resultado que nadie imaginó, aparecieron, incluso, teorías conspirativas demenciales de un supuesto fraude que no se sostendría siquiera en el guión de una película de espionaje clase B.
Cuando surge un hecho inesperado se lo quiere explicar por el esoterismo, la superstición o los propios deseos.
Sería conveniente que aquellos que no todavía hoy no pueden comprender qué sucedió el domingo se asomen a uno de los capítulos más apasionantes de la historia universal: la inesperada derrota de Winston Churchill en 1945.
Después de haber conducido a Inglaterra a la victoria en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, después haber derrotado a Alemania y de convertirse en el líder mundial más prestigioso, con el 83% de imagen positiva, todavía en el carro triunfal de los vencedores, cayó derrotado a manos del laborismo en las elecciones de 1945.
La campaña de Churchill se basó en los recuerdos calientes de la guerra y en el antagonismo con el enemigo nazi al que ya había derrotado. Ya les había prometido a los ingleses “sangre, sudor y lágrimas”, pero los ingleses no querían más sacrificios.
Ahora querían comer, consumir y volver a tener casas después de la destrucción. Y era lo que ofrecían los laboristas: puestos de trabajo, reactivación del consumo y un Estado que les asegurara bienestar. Pero además, le reprochaban a Churchill no haber detenido a Hitler antes de la guerra.
Frente a estos reproches, no tuvo mejor idea que decir Inglaterra merecía una Gestapo, en referencia a la terrorífica policía militar de Hitler. Recordemos que hace poco el gurú electoral de Macri dijo “Hitler era un tipo espectacular”.
Inglaterra, en realidad, quería dejar atrás el monstruo del nazismo que Churchill agitaba una y otra vez. Y el electorado le dijo basta. A los votantes no les gusta que los asusten con monstruos y fantasmas.
En 2015 la gente dijo “Cualquiera menos Cristina”. Y lo que no puede hacer Macri hoy es ponerse en el lugar de cualquiera, del mal menor, tal como aún hoy le sugiere Durán Barba que, hoy se ve con claridad, no es más que un Rasputín cualquiera.