“Los que niegan la libertad a otros no la merecen para ellos mismos”. Abraham Lincoln
Quizás no sea esta la definición más pulcra de lo que siento, pero sin dudas es la más precisa y la que seguramente gran parte de la sociedad profesa.
Pensemos un poco acerca de los piquetes que tuvimos esta última semana, en lo que implica esta barbarie para los argentinos en general y para los afectados directamente en particular.
Con respecto a estos últimos, es obvio, el no poder circular libremente (como ¿garantiza? la Constitución Nacional) tanto sea por tierra como por aire.
Pero esto no termina allí. Los piqueteros, dueños de la calle, lugar que dejó de ser un espacio público, están “protegidos” por las fuerzas policiales, las que preservan su integridad mientras cometen un delito; un delirio. Un puñado de facinerosos tienen de rehenes a decenas de miles de ciudadanos honestos.
Es necesario que seamos justos. No creo que los policías disfruten ser los “niñeros” de estos energúmenos. Siguen las órdenes de los fiscales y los jueces, estos impresentables representantes de la justicia, son incapaces de ordenar que se despejen las calles. Sea por cobardía o por cuestiones ideológicas, los funcionarios judiciales son cómplices de este delito.
A esta trama delictiva, debemos sumarle los políticos y los sindicalistas, verdaderos promotores del clientelismo y del accionar corporativo respectivamente, generales de la infantería piquetera.
Y por último, pero no por ello menos importante, están los periodistas políticamente correctos, los acomodaticios y los amantes de aquellas ideologías que denigran al individuo ante el “dios pueblo”.
En Córdoba hubo una movilización de empleados de EPEC con calles cortadas y daños a la propiedad de la gente, un “acampe” en la avenida Chacabuco con un caos de tránsito inusitado y una situación similar 72 horas después cuando la corporación de taxistas se opuso a que comience a funcionar Uber. Toda esta caterva de parásitos y patoteros pueden hacer lo que quieran en la calle, encima protegidos por la policía.
Pero si un conductor osa superar la velocidad límite de una calle, bebe un vaso de cerveza en una cena y sale a la ruta, tiene un foquito de la luz de freno quemada, o si se atreve a defender su propiedad (las garrafas de gas de su camioncito); ese “criminal serial” será perseguido y atrapado por el largo brazo de la ley, sentenciándolo a cumplir la pena más estricta. Parece un chiste (casi digo una joda), pero no es más que la realidad.
Estas mafias también afectan a los argentinos en general, impidiendo que nos integremos al mundo. Tales son los casos de los piquetes aéreos como el de Ezeiza, de los docentes del sur (¿docentes?, ¿ellos educan?) que pretenden que los petroleros no vayan a trabajar, o de los piqueteros de Iguazú, ¡que maltratan a los turistas de los que viven!
Con amigos (compatriotas) así, quien necesita enemigos.
Uno está tentado a pensar que este caos es para sabotear al gobierno actual y quizás haya algo de esto, pero el problema es que este comportamiento se repite a lo largo de nuestra historia desde hace décadas (es cierto, es menos intenso en gobiernos peronistas). Lo único que se logra con esta barbarie, es destrozar nuestra patria, sumergirla en la pobreza y en el imperio de la ley del “salvese quien pueda”.
El problema es que los que pueden salvarse son los políticos, los jueces, los empresarios amigos y los sindicalistas, miembros de las corporaciones que manejan nuestro país. El resto de nosotros, los argentinos de pie, sólo servimos para pagarles a ellos esta fiesta.