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Todos somos la Greta de alguien más

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Conspiraciones e idioteces
Conspiraciones e idioteces

Me encontraba fuera del país, de la región y del continente cuando en un ataque de curiosidad se me dio por chusmear en qué andaban por Buenos Aires. En qué andaba el micromundo de la comunidad de red social en Buenos Aires. Tuve que ir a buscarme un casco.

 

Resulta ser que cuando a alguien no le cae bien lo dicho por otra persona del otro lado del mundo, lo mejor es arrojarle por la cabeza la supuesta “suerte” con la que cuenta esa misma persona -a la que no conocemos pero que ya merece nuestro desprecio- por tener una supuesta realidad tan cómoda que se preocupa por cuestiones superficiales. Bueno, que desde nuestra subjetividad consideramos superficiales.

Así fue que a una adolescente de 16 años con asperger –que se convirtió en la voz de quienes creen que la humanidad está haciendo mierda al planeta– es solo una niña con todos sus problemas resueltos. Como corolario, surgieron sospechas conspiracionistas, memorias que nadie pidió sobre qué hacía a sus 16 años cada adulto interpelado por una jovencita, y –cuando no– sugerencias sobre cómo la muchacha en cuestión debería ser educada. Porque si viven en la otra punta del planeta sí podemos meternos con los hijos ajenos.

Sin embargo, nada llamó más mi atención que las comparaciones con otras realidades que se derramaron cuando Greta Thunberg dijo “robaron mi infancia”. Miles de mensajes a nivel global –con nuestro país incluido– propusieron actos insólitos para menospreciar lo que una persona sentía desde su subjetividad individual. Desde la Argentina se pudo leer sugerencias tales como que la niña sueca se lo vaya a explicar a los chicos tomados como guerrilleros por las FARC. Las guerrillas africanas podrían haber sido un gran ejemplo, también, pero se les pasó por alto. Ni que hablar de los chicos que pasean por los bares o los medios de transporte público repartiendo estampitas, haciendo malabares o cantando a capella. Podrían haber sido grandes ejemplos –probablemente alguien los usó y no los vi– de cómo preferimos acomodar la realidad para no sólo no hacer nada, sino además impedir que otros hagan lo suyo desde el lugar que eligieron ocupar.

No ayuda a la comprensión el hecho de que la mayoría de las personas que leí y escuché desbocadas contra una europea menor de edad sean sujetos muy viajados. A ellos nadie se los tiene que contar: han visto con sus propios ojos lo que el primer mundo hace en materia de cuidado ambiental, con la clara excepción de la necesidad de musculatura automovilística norteamericana. Lo vieron, salvo que se hayan comportado como la clase de turistas cuyo estereotipo odiamos que nos apliquen: el que se saca la foto para alardear con los primos que no viajaron mientras se queja por algo. Ya saben, ese que viaja sólo para obtener una imagen que podrían buscar en Google, en vez de salir a perderse por las ciudades, conversar con sus habitantes o sentarse en la terraza de un café a investigar y disfrutar de la dinámica cinematográfica de los ciudadanos locales rumbo a sus trabajos.

Si las comparaciones tienen algo interesante es que siempre las acomodamos a nuestro favor, como cuando jugamos una competencia con algún triste interlocutor sobre quién de los dos está peor. Sí, horrible que te hayan amputado la pierna por la diabetes, pero ya está, ya te la cortaron. Peor estoy yo que hace 30 años que convivo con una neurosis espantosa. Ya sé, ya sé, no me cortaron la pierna, pero todos los días pienso que me la podrían cortar. Yendo al otro extremo minimizador, ¿vos te sentís mal por la pobreza infantil en la Argentina? En África secuestran niñas para someterlas a la esclavitud sexual.

Siempre se puede estar peor. El problema es no darnos cuenta de que siempre se puede estar mejor. Lo interesante del asunto es que al afirmar que la suequita se queja de llena, nos colocamos automáticamente en lo que para ella es un peor lugar. Por hacernos los moralmente superiores nos ubicamos, solos, en el casillero tercermundista de alguien más. ¿Así que te estás quejando del calentamiento global desde el primer mundo? En mi país no tenemos las necesidades básicas resueltas.


Pero qué orgullo

En los últimos días tuve el honor de conocer a personas que me interpelaron, que me obligaron a mirar mi realidad con otros ojos. Pasar una semanas en la capital cultural del primer mundo puede confundir nuestra percepción bien argentina, esa que nos lleva a comparar lo que otros tienen y lo que a nosotros nos falta. Es inevitable pensarlo cuando uno se encuentra en el Reino Unido en la semana políticamente más agitada de los últimos tiempos, donde se clausura el parlamento, donde la oposición recurre a la Corte Suprema, donde la mismísima Corte declara ilegal todo lo actuado por el Primer Ministro, donde no saben si romperán o no con la Unión Europea, donde no saben qué será de ellos en unos años, en unos meses, en unas semanas. Y donde los ciudadanos conversan de estas cosas en un pub mientras pagan la pinta de cerveza las mismas monedas que la pagaban hace unos meses o años. Es inevitable el sentimiento suicida cuando uno viene de un país en el que el presidente estornuda y el dólar sube cuarenta pesos.

Con el correr de los días las personas con las que convivía a diario en actividades intensas, comenzaban a ser conocidas por mí. Y por conocer a una persona me refiero a saber de su vida y cómo son las cosas en su país de origen, cómo les afecta a ellos, qué sienten, cuáles son sus medios, cuáles sus sueños. Vamos: conocer a una persona.

Haber crecido en Georgia en las últimas décadas implica haber vivido en guerra civil el 99% de tu vida. Vivir hoy en Georgia incluye llevar adelante tu vida con la permanente amenaza de una invasión rusa y de todos los vecinos que querrían quedarse con un pedacito de tu territorio. Decidir casarte y tener hijos en un país al que nunca viste sin una hipótesis de apocalipsis es algo que cuesta dimensionar, salvo que pensemos en nuestros ancestros alumbrando seres humanos en medio de la Primera o Segunda Guerra Mundial. De pronto, cuando pienso en la realidad con la que tuve que crecer, cuando pienso en las cosas de las que me quejo, siento que me aparecen dos trenzas coloradas y me convierto lentamente en la niña sueca de otro.

Rondar los 40 habiendo nacido en Serbia o en Croacia significa muchas cosas y prácticamente ninguna es positiva: guerra, odio asesino, guerra, desprecio por los derechos humanos, guerra y el ciclo se repite en un loop que abarca la primera mitad de tu vida. La segunda mitad es un eterno peregrinaje entre exaltaciones nacionalistas y crisis económicas en países con menos habitantes que los suburbios de la ciudad de Buenos Aires.

Imaginemos vivir en Zambia y terminar preso por llamarle mentiroso al presidente en una canción. Quizá las redes sociales nos hayan podrido la cabeza en esa permanente manía de creer que cada usuario merece ser un policía ad-hoc al servicio de la salvaguarda anímica del político de nuestro agrado. Sin embargo, en esta misma Argentina, en esta misma democracia, hubo músicos que le cantaban “narco” al presidente de la Nación. Pero no existían las redes. Nuestros músicos podrían ser las niñas suecas progres del cantautor zambiano, pero él prefiere pensar en cambiar su propia realidad en vez de quejarse.

Ser periodista en el Este de Europa implica ser un sobreviviente en el verdadero sentido de la palabra. Una colega con quien terminé creando un hermoso lazo de amistad transoceánica me muestra una foto de un recreo laboral: un chico descalzo está jugando con sus elementos de trabajo mientras ella disfruta de un cigarrillo en medio de una crisis de refugiados. Está sonriendo en la foto a pesar de venir de un tiroteo y sabiendo que en cualquier momento ocurrirá otro mientras en su hogar la esperan dos hijos. Mis fotos de un recreo laboral son posando los pies arriba del escritorio. Yo tuve custodia policial en varias ocasiones. Ella no confía en la custodia. Probablemente yo soy su niña sueca que se queja desde la comodidad de vivir en un país sin guerras civiles ni crisis de refugiados.

Lo subjetivo es tan personal como nuestras historias, nuestros traumas y qué nos hace feliz. Yo disfruto de un café escuchando música, otros prefieren el té con una serie on-demand. Algunos disfrutan de escuchar otras realidades para aprender, otros prefieren darles clases sin escuchar. Claramente es una costumbre global, pero vengo del país que le quitó 13 ceros a su moneda en menos de veinte años, en el que nos comimos dos atentados terroristas que nunca resolvimos, en el que convivimos con una cloaca a cielo abierto a la que los gobiernos prometen limpiar desde 1826 –dato, no exageración–, en el que nadie hace lo que tiene que hacer antes de opinar sobre lo que hace o deja de hacer el otro.

Somos libres de decir lo que queramos, pero cuando nos dominan las emociones por sobre nuestra razón, corremos el riesgo de gastar balas en figuras holográficas. Luego, cuando queramos quejarnos de un tipo que quiere cambiar la Constitución Nacional que él mismo votó hace 25 años, todo lo que tengamos para decir quedará en el mismo plano que cuando calificamos de comunista manipulada a una chica de 16 años con asperger que lo único que pedía era un planeta limpio. Pero son puntos de vista. Relato del presente

 
 

10 comentarios Dejá tu comentario

  1. Según el periodista, parecería ser que a quienes no piensan como el nos trata de "sujetos" en su artículo, lamentable que nos quieran imponer el pensamiento único, además este señor debería averiguar quienes están atrás de esta adolescente (que significa que algo le falta), que de acuerdo a lo averiguado son intereses mucho más poderosos de lo que creemos

  2. Nicolás: circula por youtube otro discurso sospechosamente parecido al de Greta, dado por otra adolescente en 1992. Miralo. Qué se yo, a lo mejor te das cuenta... https://www.ilustrado.cl/2019/09/29/tere-marinovic-desclasifico-que-greta-thunberg-copio-discurso-de-nina-activista-de-1992/

  3. Parece que a algunos histéricos les molesta la interpelación general que pueda hacerse por el problema medioambiental independientemente que sea sostenido por Greta Thunberg o Teresa Marinovic. Somos todos responsables en mayor o menor medida. Pueda dar fe de lo que sostengo como cuando antes de retornar definitivamente a Chile, de visita en mi país vi a un descriteriado parar ante el semáforo y aprovechar de tirar restos de comida. Al pasar junto a él le reprocho su acto y me insulta como respuesta a lo que yo respondo el insulto. Voy a proponer en Chile acabar con los rellenos sanitarios y plantear una matriz productiva distinta donde los residuos se reciclen constantemente. Considero personalmente que en el día de mañana un centro de procesamiento y reciclaje de desperdicios de cualquier índole será tam importante para el desarrollo y bienestar de un país o sociedad como una siderúrgica, una planta química, una fábrica de medicamentos, etc con los consabidos centros de investigación científica para eficientizar la acción recicladora y su aprovechamiento económico. Ahora todo pasa por el tema educación y este segmento medioambiental debería estar dentro de la materia de Educación cívica.

  4. Sostengo que esta chica no me viene ni me va cuando estamos hablando de hambre en un país llamado Argentina. Un país que tarde o temprano terminará desapareciendo gracias a su clase política y a sus habitantes. Por un lado hablamos del reciclado de basura y por otro lado hablamos que las empresas generan mucha más basura para reciclar. El medio ambiente es un negocio pero nadie se puso las pilas para hablar en serio del tema. Una pendeja sueca no me representa.

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