Joseph Ratzinger es el teólogo más importante de los últimos 60 años y uno de los más trascendentes de la historia.
Juan Pablo II durante su extenso papado fue la figura empática para sus feligreses y el Pastor que apacentó las ovejas en este mundo.
Pero el que mantuvo imperturbable el Dogma de la Cristiandad fue Joseph Ratzinger.
A partir de ocupar el cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Estado del Vaticano, comenzó una tarea ciclópea.
El Concilio Vaticano Segundo fue el creador de un virus de rápida propagación y de difícil tratamiento: la Teología de la Liberación, una corriente de pensamiento que cooptó las estructuras de la Iglesia Católica, especialmente en América Latina.
Joseph Ratzinger, siempre con el acuerdo de Juan Pablo II, acusó en innumerables oportunidades que esa teología pretendía convertir la Fe Cristiana en la impulsora de diferentes movimientos revolucionarios, encabezándolos en algunos casos y apoyándolos en otros.
El tiempo, finalmente, le ha dado la razón.
Esta es una de las razones por la cuales debió renunciar al papado que asumió después del fallecimiento de Juan Pablo II.
El otro aspecto que conspiró contra su continuidad en el cargo ha sido su convicción que desarrolló en muchas de sus obras: “el rol satánico del Estado”.
En su libro “Jesús de Nazaret”, en el Capítulo sobre “Las Tentaciones de Jesús” hace referencia directa a dos Evangelios: “Mateo y Lucas hablan de tres tentaciones de Jesús en las que se refleja su lucha interior por cumplir su misión, pero al mismo tiempo surge la pregunta sobre qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana. Aquí aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras” (…) “Llegamos a la tercera y última tentación, al punto culminante de todo el relato. El diablo conduce al Señor en una visión a un monte alto. Le muestra todos los reinos de la tierra y su esplendor, y le ofrece dominar sobre el mundo.”
En este punto el Evangelio de San Lucas (4: 5-7), nos dice: Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra (Naciones-Estados) y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos recursos, porque me han sido entregados y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo esto te pertenecerá” (…). Lo agregado entre paréntesis y lo subrayado me pertenece.
Al respecto, reflexiona Ratzinger: “Su auténtico contenido se hace visible cuando constatamos cómo va adoptando siempre nueva forma a lo largo de la historia. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la fe en un factor político de unificación imperial. El reino de Cristo debía, pues, tomar la forma de un reino político y de su esplendor. La debilidad de la fe, la debilidad terrena de Jesucristo, debía ser sostenida por el poder político y militar. En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder. La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.”
La presión dentro del propio Vaticano y por fuera de los representantes del “nuevo orden mundial” propiciaron la renuncia de Ratzinger y entronizar allí a un verdadero representante de la Teología de la Liberación y del rol de un Estado populista, de izquierda o de derecha.
A los “dueños de las decisiones del orden mundial” solamente les interesa hacer converger a todos los Estados en un Poder Único y Centralizado que será el órgano encargado de imponer las condiciones que las circunstancias exijan.
Mientras tanto, el guion lo van imponiendo, en el concierto de naciones, sus dirigentes políticos.
Y quien hoy opera desde el Vaticano para desarrollar el rol funcional a ese plan es nuestro Jorge Bergoglio, el Papa Francisco.
Con una premonición realmente increíble, propia de aquellos que están imbuidos en el Espíritu Santo, Ratzinger nos advertía sobre la Teología de la Liberación.
Por caso, afirmaba que la misma “debilitaba el verdadero amor por los pobres, falsificando la fe cristiana.”
Y a ella había que oponerse como lo hizo Juan Pablo II: “sobre la base de las experiencias en su patria polaca, el Papa Juan Pablo II nos ofreció precisiones esenciales. Por un lado, él había vivido la esclavización actuada por aquella ideología marxista que fungía de madrina a la Teología de la Liberación”, indicaba.
Por la experiencia sufrida, a Juan Pablo II le resultaba claro que era preciso combatir esa Teología.
Benedicto, en sus escritos, insistía con “desenmascarar una falsa idea de liberación” y “exponer la auténtica vocación de la Iglesia a la liberación del hombre”.
Benedicto XVI expresó también que “en América latina y el Caribe se ha evolucionado hacia la democracia y expuso su preocupación ante formas autoritarias de gobierno o sujetas a ideologías que se creían superadas”.
Decía, con íntima convicción, que el catolicismo no es una ideología, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico y concluyendo “si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en un sujeto político, no haría más por los pobres y la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral”.
Fue Ratzinger quien se adelantó a los tiempos y profetizó que el componente archiconflictivo del conciliarismo era justamente esa teología de la liberación, centralmente jesuítica y nacida en América Latina, enarbolando las consignas sobre que Jesucristo fue el primer comunista, y su verdad y vitalidad tenía su principal expresión mundial en el entonces Presidente Chávez.
La teología avanza inexorablemente hacia un abrazo con el marxismo, que se ha vuelto masivo entre curas, obispos y arzobispos.
Recordemos que hacia 1999, con Joseph Ratzinger todavía al frente del ex Santo Oficio, el teólogo jesuita Jacques Dupuis, fue amonestado por su libro Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso.
Dupuis excedía los límites de la ortodoxia doctrinal, a juicio de Ratzinger, en su búsqueda de la comunión sobre todo con las religiones asiáticas.
Las posturas filosóficas del arzobispo de San Salvador Óscar Romero (revolucionario y seguidor de la teología, hoy canonizado por Francisco) y de Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo de la liberación, ambos asesinados en El Salvador, siguen siendo la fuente inspiradora donde se apoya toda la curia jesuítica.
Por eso no es extraño que el actual Papa Francisco sea más un emblema de sectores políticos donde opera personalmente, que un referente de la grey católica. Verticalmente, en Argentina y el resto del continente, baja las líneas a la curia para sigan ese libreto.
Es decir, poco y nada de ecumenismo y mucho de operaciones políticas, algo que no es función de un Papa.
Conocí circunstancialmente a Jorge Bergoglio cuando vino a celebrar misa en la Iglesia donde me eduqué, al igual que mi familia.
De aquel evento guardo una foto en la que Bergoglio aparece con mi hijo mayor que partió hace cinco años a los brazos del Señor. Recuerdo que le adelanté en una pequeña charla en la Sacristía, que sería Papa. Celebramos en familia y enfervorizados que llegase a tan alto honor.
Nunca imaginé el sesgo que tomaría su pontificado.
Es Bíblico que nadie es infalible, ni siquiera el Papa.
Menos si se ha apartado del espíritu clerical.
Toda la vida de Jesucristo en la tierra estuvo ajena de las tentaciones mundanales, mientras todo creían que él era el Mesías que iba a encabezar una Revolución que liberaría al Pueblo Judío, se mantuvo alejado de un Reino que no era el suyo y siguió el mandato de su Padre viviendo una Pasión que lo llevaría a la muerte para que su sangre nos librara de los pecados, otorgándonos la Gracia Eterna con su Resurrección y su triunfo sobre la muerte.
Francisco, es hora de que retome el camino espiritual, el sendero de la Fe real y se dedique a predicar sobre el verdadero Reino de Dios que no se encuentra en este mundo, aunque usted – pecaminosamente- defienda Cuba, Venezuela o algunos otros. Ahí no corre la excusa del Perdón.
Está haciendo lo que no es bueno a los ojos de Dios.
Usted, Francisco, lo habrá leído millones de veces. Pero se lo repito en el nombre del Creador para que lo reflexione en el fondo de su alma y con la luz del Espíritu Santo.
Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán. No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. “Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. “Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”. (Mateo, 7: 20-23).
Todos estamos a tiempo de redimirnos, tú también Jorge, tú también Francisco.