En unos días más sabremos los resultados que arrojan las elecciones generales y el futuro de nuestro país de cara a los próximos 2 (dos) años en que habrá nuevamente legislativas.
Existen, a mi entender, al menos un par de certezas casi concluyentes: Mauricio Macri no triunfará en primera vuelta y María Eugenia Vidal no continuará siendo la gobernadora de la provincia de Buenos Aires.
Falta saber, entonces, si habrá o no segunda vuelta y la composición del Congreso Nacional, situación ésta que se define sí o sí el próximo domingo.
Analizando rápidamente las elecciones primarias del pasado 11 de agosto, advertimos que con las reglas que se imponen para la elección general (los porcentajes se calculan solamente sobre votos afirmativos) el Frente Todos obtuvo casi el 50% de los votos.
Es decir, la verdadera cuestión para merituar es si la fórmula Fernández-Fernández podría perder 5 ó 6 puntos para permitir que la fórmula Macri-Pichetto aspire a una segunda vuelta.
Resulta cotidiano escuchar a analistas, periodistas de diferentes medios y políticos referirse a la cantidad de votantes habilitados que no concurrieron a votar en las PASO, sin entender que además de ser un razonamiento errado no es un dato necesariamente trascendente aunque pudiese influir en menor medida.
Para tomar una serie más o menos extensa, se puede observar lo ocurrido en el período 2011-2017 para concluir que el total de habilitados inscriptos para votar nunca concurrió a los comicios.
Esa realidad de la demográfica electoral se ha repetido una y otra vez. Veamos.
En las elecciones primarias del año 2011 había casi 29 millones de personas en condiciones de votar y la participación fue cercana al 81,50%.
En las generales de ese mismo año, con igual cantidad de electores habilitados, la participación fue de casi 79,50% (un 2% menos que en las primarias).
En las primarias del año 2015 los inscriptos para votar eran unos 32 millones de personas y votó casi un 72,50%
En la primera vuelta del 2015, con idéntica cantidad de inscriptos habilitados, participó casi el 81% y en la segunda vuelta un 80%, o sea un 1% menos (dato curioso).
En las PASO legislativas del año 2017 33 millones estaban inscritos para votar y participaron casi un 72,50%.
Y en las generales de ese mismo año, con igual cantidad de electores, votó algo más del 77,50% de los mismos.
Repasando las elecciones primarias de este año, los electores habilitados fueron casi 34 millones y la participación este 11 de agosto fue de casi un 76%.
Tomando en cuenta toda esta reseña, podemos aseverar que el techo de la participación jamas superó el 81,50% de los electores habilitados y por lo tanto la posibilidad de que se sumen nuevos votantes para el día 27 de octubre no alcanzaría a los 2 millones de personas.
Aquí está la clave para comprender porque el hecho de que la participación pudiese aumentar no necesariamente implica un dato relevante, ya que se compensa con la manera en que se realiza el escrutinio definitivo que al ser sobre cantidad de votos afirmativos elimina los votos en blanco y nulos que no son tomados en cuenta.
Por otra parte, va de suyo que los presuntos nuevos votantes difícilmente vayan a dirigir sus preferencias hacia una única fuerza política.
En este punto concluyo que de existir alguna posibilidad de restarle porcentaje de votos a la fórmula que encabezó las últimas PASO, no sería en más de 1 ó 1,5%.
Voy a omitir referirme al tan meneado tema del “presunto fraude” que pudo haber ocurrido en las primarias porque no existieron denuncias formales y porque de haber existido fraude es muy complicado mensurar cantidad y porcentaje.
Sí me parece atinado señalar que en estos dos meses y medio hubo muchas declaraciones, manifestaciones, revelaciones y gestos qué contrapesados con la situación anterior al 11 de agosto, podrían ser muy importantes para la elección del domingo venidero.
Es una verdad casi irrebatible que hasta las elecciones primarias de este año quienes estaban en el centro del foco de atención de la ciudadanía eran exclusivamente los integrantes del gobierno nacional.
La población utilizó las PASO para evaluar la gestión, qué con aciertos y errores llevó adelante estos casi 4 años el gobierno de Mauricio Macri.
El resultado fue un notorio castigo, que como ya expliqué en una nota anterior, no tuvo como eje exclusivo y excluyente la situación económica del país.
A partir del 12 de agosto comenzaron a aparecer en escena los diferentes referentes del Frente Todos, haciendo infinidad de consideraciones y aseveraciones (muchas controvertidas) y postulando futuras acciones de gobierno que los colocaron también en el foco de atención de la ciudadanía.
Estas cuestiones, como otras muchas que suelen darse en la contienda electoral, se encuentran fuera del alcance de las mediciones de las consultoras y encuestadores, ya que se trata de decisiones de íntima convicción de los votantes y que al ser absolutamente subjetivas pueden virar hacia uno u otro lado.
La pregunta sería, ¿es posible un cambio sustancial en los electores respecto del voto emitido el 11 de agosto?
Para responder este interrogante es casi ineludible referirnos a los votos propios (núcleo duro) y a los “votos prestados” para cada una de las fórmulas que compiten a ganador.
Si observamos con detenimiento las elecciones primarias y la primera vuelta del año 2015 podemos observar que el Frente Todos tiene un caudal propio de votantes que oscila entre un 37 y un 42%.
A su vez Juntos por el Cambio tiene su propia tropa que va entre el 30 y el 35% del electorado.
El resto de los votos, para uno u otro lado, es un voto prestado y hasta me atrevería a decir pendular.
Es aquí donde la sumatoria de fidelización de los votos propios y los votos prestados son los que terminarán por definir si habrá o no segunda vuelta el día domingo.
En el caso Macri-Pichetto al ser una fuerza más homogénea parecería estar cercana a su techo (un 35%) respecto de sus propios votantes, corroborado ello por el masivo apoyo que ha recibido en las múltiples marchas que alrededor del país ha realizado.
La fórmula Fernández-Fernández, que es claramente más heterogénea, prima-facie parecería estar en un porcentaje ligeramente mayor que la media entre su piso y techo, o sea cercano al 40%.
Por eso es que considero que la elección no está definida y depende de la decisión de los votantes independientes a través de varios interrogantes a dilucidar.
¿Mantendrán el castigo al gobierno o sentirán que fueron exagerados y cambiarán su voto?
¿Estarán convencidos de que volver a confiar en los que gobernaron hasta el 2015 les cambiará la vida o temerán que al no tener en claro quién nos conducirá y hacia dónde, los haga cambiar de postura?
Más allá de estas incógnitas y muchas otras que seguramente se estarán haciendo cada uno de los votantes independientes, de ellos depende una elección que entiendo sigue abierta en virtud de lo explicado.
De lo que no tengo ninguna duda es que sea quien fuese electo presidente, a partir del 10 de diciembre próximo, va a necesitar de la oposición para aprobar leyes necesarias tendientes a reducir el déficit fiscal, bajar la presión impositiva, disminuir el gasto público, atraer inversiones, estimular el ahorro, contener la inflación, propender a un consumo que provenga de la productividad y mantenernos alineados con las potencias mundiales, abriendo mercados y compitiendo internacionalmente.
Ninguna fuerza tendrá mayoría absoluta y eso nos dará respiro hasta el 2021 para que los ciudadanos sepamos claramente hacia dónde pretende llevarnos el gobierno electo.
Y este, no es un dato menor.