El reciente "descubrimiento" de que la "defensora de los jubilados" Mirta Tundis, estrella cantante del multimedio de la Noble Ernestina, cobra un sueldo de 4000 $ en el PAMI desde 1994, revela la devaluación progresiva de la credibilidad de la prensa vernácula. Según un análisis aparecido hoy en el sitio Diarios sobre Diarios se destaca que: "En su último número, Veintitrés reveló en su sección Detalles que la defensora televisiva de los jubilados de Canal 13 / TN, Mirta Tundis, cobra un sueldo en el PAMI. El semanario no hizo otra cosa que publicar un dato que se conoce desde hace años en casi todas las redacciones. El mérito de la publicación es haberlo difundido por primera vez. No es poco. De igual modo, está bien extendido en el medio de prensa que Tundis no es la única 'defensora de los jubilados' que tiene un contrato en el PAMI. Pero el periodismo argentino prefiere silenciar sus faltas. La transparencia, en nuestro país, no incluye a la prensa".
En realidad, este dato fue revelado hace un par de domingos en el programa Día D clásico de Jorge Lanata, e inmediatamente al día se publicó en la Papelera de Tribuna de Periodistas. Pero, como bien se puntualiza más arriba, el resto de los medios argentinos hizo mutis por el foro.
¿Casualidad permanente? Nada que ver, como dice una conocida publicidad de toallas femeninas.
Asequibles al olvido interesado
En enero de 1997, la vapuleada sociedad argentina asistió al horrible crimen del reportero gráfico José Luis Cabezas. Desde la honda conmoción, se acuñó un leit motiv movilizador para que este caso no pasara al olvido en las postrimerías del menemismo: "No se olviden de Cabezas".
Sin embargo, a casi siete años de ese luctuoso hecho se pueden contar con los dedos de una mano a aquellos que aún lo recuerdan. Pues los medios, como en tantos otros casos resonantes, contribuyen de manera interesada a hacer polvo los hechos cada vez que los retiran de las primeras planas.
Durante los diez años del menemismo, a falta de una justicia independiente, los ciudadanos buscaron en la prensa al interlocutor válido que les estaba faltando. Pero los medios, ya convertidos en su mayoría en monopolios, se ufanaron en trasvestirse casi en el segundo poder.
Y como se sabe, si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente. Cierto que hubo excepciones dignas, pero como suele decirse, las mismas no confirman la regla.
El entrañable personaje Minguito Tinguitela, encarnado magistralmente por Juan Carlos Altavista, afirmaba sabiamente que la prensa tenía la posibilidad de levantar "un manolito o una lápida". En buen romance, levantarle a alguien un podio o hundirlo en las profundidades del Hades. O también, como en el caso AMIA y Mc Donalds's, ser demasiado permeable a las presiones internacionales, al silencio y la omisión interesada.
No se trata solo de comprar opiniones y voluntades, pues desgraciadamente va más allá de eso. Es buscar uniformar criterios a través de la construcción de un poder onmínodo, que pretende instalar helados permanentes en la frente de la gente.
El peor pecado que comete el periodismo, es obviar su finalidad primordial que es ser un intermediario entre los hechos cotidianos y el conjunto del pueblo. Llámese audiencia o vistos como simples targets del rating, tiene este derecho que para nada debe ser olvidado.
En suma, la misión del periodismo ya fue marcada con sangre por Rodolfo Walsh, quien en su monumental Carta a la Junta Militar, estableció como norma "ser fiel al compromiso de dar dar testimonio en tiempos difíciles".
Lo contrario de esto no es más que, perdonando la expresión, mear fuera del tarro.
Fernando Paolella
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