En síntesis, Donald Trump abusó de su poder con el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, que “está en guerra con un adversario” de Estados Unidos, Rusia, para “hacer el trabajo político sucio”. El de embarrar la cancha del exvicepresidente Joe Biden, precandidato para las presidenciales de 2020, según la lectura demócrata.
Pero, recalculando, según la lectura republicana, no lo amenazó con el bloqueo de un paquete de ayuda militar por 391 millones de dólares, algo así como la décima parte del presupuesto de defensa de ese país, ni quiso seducirlo con una invitación a todo trapo a la Casa Blanca.
La virtual usurpación de la política exterior, a la luz del informe del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes sobre el proceder de Trump en plan de someterlo a un juicio político, va más allá de la pose de víctima en una “caza de brujas” en la cual incluye a los medios de comunicación o de una suerte de complot universal después de haberse peleado hasta con sus vecinos más cercanos, México y Canadá, y con sus socios menos nocivos, los europeos, en su afán de ser reelegido con los eslóganes “Mantengamos la grandeza de Estados Unidos” y “Promesas hechas, promesas cumplidas”.
En modo electoral, Trump se trenza con Emmanuel Macron por su visión de la OTAN y se ofende con Justin Trudeau por sus comentarios inoportunos; sostiene el pulso de la guerra comercial con China y, cual tributo a sus agricultores, restituye las tarifas a las importaciones de acero y aluminio provenientes de Argentina y Brasil en castigo por la devaluación de sus monedas.
Un pretexto pueril, ajeno a la transición entre Mauricio Macri y Alberto Fernández y al gobierno de Jair Bolsonaro, para ganar votos en el cinturón maicero de Iowa, Indiana, Missouri y Nebraska, afectado por la política sobre biocombustibles, y en el sojero de Wisconsin, Minnesota y Texas, dañado por la caída de las exportaciones a China.
Durante la cumbre por el 70° aniversario de la fundación de la OTAN, en Londres, Trump se sintió ofendido por el diagnóstico de Macron sobre la “muerte cerebral” de la alianza atlántica después de haber machacado, él mismo, que era “obsoleta”. En el cruce con su par francés, sucesor de la canciller alemana Angela Merkel en esas lides, Macron le reclamó un mayor compromiso en la lucha contra el Daesh, ISIS o Estados Islámico y le reprochó el repliegue de las tropas norteamericanas en Siria y la ofensiva militar contra los kurdos de Turquía, el socio más controvertido del club.
Detrás de las recriminaciones subyacía el inminente gravamen en Francia a los servicios de las tecnológicas Google y Facebook en respuesta a la amenaza de Trump de imponer aranceles sobre las importaciones de champán, bolsos y otros productos franceses. También subyacía la buena sintonía de Macron con el presidente de China, Xi Jinping, con el cual ratificó el compromiso con el Acuerdo de París sobre el cambio climático, así su apoyo en la otra faceta de la guerra comercial. La tecnológica, vía instalación de la red 5G en Europa, en perjuicio de las compañías norteamericanas.
Trump prefiere dejar para después de las elecciones el acuerdo con China, de modo de agitar con fines proselitistas la bandera de la guerra comercial.
¿Lo inquieta un juicio político en el Senado, con tropa afín? Lo favorece en su papel de víctima y victimario a la vez en un país que cuenta votos condado por condado y aborrece la burocracia de Washington. En la campaña de 2016, le rogó a Vladimir Putin que ventilara el prontuario de su rival, Hillary Clinton. Exonerado de la trama rusa, Trump usa otra vez la política exterior como apéndice de la interna y la interna como apéndice de la exterior. Una estrategia renovada, más allá de los daños colaterales.