“Quienes ambicionan el poder supremo, codiciando el alcázar de un monarca y su trono, suelen encontrar finalmente un patíbulo”. Jaime Balmes
La ley de “emergencia y solidaridad” reciente, y otras medidas colaterales, están poniendo en alerta a quienes entienden –como nosotros-, que comprometen la ilusión de poder salir del zafarrancho a que nos llevaron muchos de los políticos que hoy se han reunido, una vez más, para interpretar la realidad en “clave peronista”, edulcorando dichas medidas para que no se las pueda acusar de “impuestazo”.
De lo que se trata, según el Presidente, es de poner orden. ¿Qué tipo de orden? ¿En dónde? ¿Con qué criterio conceptual? Pues adivínelo Ud., si puede.
Al fin y al cabo, provienen del magín de quienes han demostrado una y mil veces compartir los alcances de la opinión de su conmilitón, el senador Caserio, quien al ser entrevistado en estos días manifestó que los legisladores y funcionarios no deberían ajustarse a las normas votadas, porque su tarea fundamental consiste en “dictar y aplicar las leyes que sean mejores para todos” (sic). Un galimatías de inocultable sabor fascista.
Estas palabras confirman un sentimiento subyacente en el espíritu de quienes creen pertenecer a una casta de iluminados provenientes de alguna galaxia superior, sintiéndose imbuidos de una infalibilidad y sabiduría que los autoriza, por “derecho regio”, a disponer de nuestras vidas como mejor les parezca, quedando exentos de los alcances de leyes de estas características, y de cualquier otra que no deseen aplicarse a sí mismos.
¿Qué hemos hecho nosotros todos estos años mientras tanto? Pues votarlos sin chistar –o chistando poco-, comprando durante algún tiempo ese discurso autoritario, hoy más explícito que nunca gracias a la desfachatez de Caserio, Ignoran quienes piensan y sienten como él que “cuando se habla de minorías selectas” (ellos parecen ubicarse en ese podio olímpico), “la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores” (José Ortega y Gasset).
Los errores que hemos cometido en los últimos 60 ó 70 años no han estado “afuera” de nosotros mismos, sino “adentro”, al aceptar ilusoriamente la inutilidad de salvatajes que pudieran corregir las crisis prohijadas por nuestro inalterable “wishful thinking”, es decir, complacernos en imaginar cómo desearíamos que ocurriesen las cosas, en lugar de apelar a las evidencias de la naturaleza de las mismas, para terminar finalmente en una gran frustración.
Hemos cumplido cabalmente, por otra parte, con ciertas características señaladas por Eugene Ionesco cuando advertía que “el hombre universal y moderno, es el hombre precipitado; un hombre que no tiene tiempo, que es prisionero de la necesidad, que no puede entender que una cosa podría quizá no tener utilidad alguna, ni comprende que, en el fondo, lo útil termina siendo una carga inútil y abrumadora”.
En ese sentido, sujetarnos a los distintos dictados de las “emergencias” que han sido legisladas hasta hoy, ha puesto finalmente en evidencia esa carga inútil, porque ninguna terminó bien a pesar de su título rimbombante.
Es cierto que el hecho de que ocurra lo peor nunca puede asegurarse, pero conforme avanzamos en la vida negando la realidad y un fracaso engendra otro, comprobamos que estábamos condenados desde el comienzo por el empecinamiento en vivir fuera de la misma.
Queremos asimismo aludir al respecto, a las palabras con que Stiglitz bendijo la llegada de Martín Guzmán al Ministerio de Economía, diciendo que “es la persona adecuada, en el lugar correcto, en el momento correcto” (¿parafraseando a Aristóteles cuando hablaba del enojo?) diciendo a nuestra vez:
a) No vemos precisamente “adecuado” designar para un cargo tan neurálgico a alguien que hace muchos años no vive en el país – en donde hoy puede ser considerado casi como un “extranjero”-, y se dedicó siempre a analizar problemas económicos “en abstracto”, porque es bien sabido que uno puede conocer muy bien las reglas de un arte, sin acertar a ponerlas en práctica adecuadamente.
b) No nos parece, -por las mismas razones-, el lugar correcto para ponerlo a cargo de la solución de problemas que tienen lugar en un escenario del que está alejado “territorialmente” desde hace mucho tiempo.
c) Finalmente, no parece ser tampoco el momento correcto, ni los tiempos correctos, porque el haberlo convocado unos pocos días antes de que asumiera Alberto F. -sin tiempo casi para armar sus valijas-, suena, cuanto menos, a improvisación.
Pero así funciona el mundo de la política de cabotaje del kirchnerismo.
El padrino de Guzmán, Joseph Stiglitz, es un economista estadounidense contestatario por antonomasia; motivo por el cual siempre fascinó a sus popes.
Hoy, Alberto F.; hasta ayer nomás, Cristina Kirchner.
Ojalá el joven académico no sea usado como “cobayo” (parece un buen tipo), porque tenemos la sospecha que el verdadero Ministro de Economía será –siguiendo el curso de una historia recurrente del peronismo kirchnerista-, el actual titular del Poder Ejecutivo, quien no hace más que confirmarlo al aludir constantemente a quien considera su gran maestro: Néstor Kirchner. El de las libretas caseras, donde anotaba cuidadosamente los palotes de su matemática elemental, donde hoy era hoy, y mañana, quién sabe.
Lo único que debemos tener en claro es que el país está fundido por la impericia de gobernantes a quienes hemos votado alegremente y tardará muchos años en recuperarse; siempre y cuando aceptemos el contenido del axioma de Winston Churchill al plantear el resurgimiento de Europa luego de la Segunda Guerra mediante “sangre, sudor y lágrimas”.
Esperamos también que, llegado el caso, Alberto F. se salve al menos de la premonición de Balmes.
A buen entendedor, pocas palabras.