(Especial desde Madrid) Pedro y Pablo desconfían de sí mismos. Y Pedro, más que el Pablo, tuvo su bautismo de fuego en política exterior. No recibió en La Moncloa al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, reconocido como presidente encargado de su país por el gobierno de España y la Unión Europea. En enero de 2019, Pedro llamó “tirano” a Nicolás Maduro. Un año después, acaso para no desentonar con Pablo, cambió de opinión. Dejó la bienvenida de Guaidó en manos de la ministra de Exteriores, Arancha González Laya. No en su despacho, sino en la Casa de América. Terreno neutral.
La frialdad del primer gobierno de coalición de España desde la muerte de Franco frente a la crisis venezolana preocupa más a la tropa del presidente Pedro Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que a la del vicepresidente segundo Pablo Iglesias, de Unidas Podemos, aliado del régimen. En otro episodio rocambolesco, en forma casi simultánea con la visita de Guaidó, el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, se reunió en el aeropuerto de Barajas con la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, cuyo nombre figura en una lista de 25 jerarcas venezolanos que tienen prohibido poner un pie en el territorio europeo. Puso los dos.
Si Venezuela marca la errática agenda externa de Pedro y Pablo, Cataluña fija la interna. Un órgano fiscaliza la observancia del convenio gubernamental, como si la palabra no valiera. Correlato de un acuerdo difícil. Tras dos elecciones generales en 2019, ambos no se ponían de acuerdo. Que este cargo para mí, que este otro para ti hasta que se fundieron en un abrazo. La entelequia, bendecida por el Partido Nacionalista Vasco (PNV), obtuvo una diferencia ínfima en el Congreso de los Diputados de dos votos y 18 abstenciones. Entre ellas, dos cruciales. Las del partido independentista Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y el vasco EH Bildu.
El líder de ERC, Oriol Junqueras, fue elegido eurodiputado, pero no puede ocupar su banca. Lo condenaron a finales de 2019 a 13 años de prisión por sedición en concurso medial con malversación. Los otros partidos independentistas de Cataluña, la Candidatura de Unidad Popular (CUP) y Junts per Catalunya, del expresidente regional requerido por la justicia española, Carles Puigdemont, también elegido eurodiputado, votaron en contra de la investidura del gobierno de Los Picapiedra, como lo llaman algunos, o Frankenstein, como prefieren llamarlo otros.
La premisa de Pedro y Pablo consiste en restituir en sus 1.400 días de gestión los recortes del gasto y las reformas laborales y previsionales de la era de Mariano Rajoy, tumbado por la corrupción del Partido Popular (PP). Tanto ese partido como el empoderado Vox, de ultraderecha, y el alicaído Ciudadanos, liberal, prometieron no hacérselas fácil en el Congreso de los Diputados frente a un plan con más aspiraciones que metas ante el rigor presupuestario de la Comisión Europea. Implacable, habitualmente.
El de España era uno de los nueve gobiernos monocolor de la Unión Europea con los del Reino Unido, Dinamarca, Portugal, Irlanda, Rumania, Chipre, Grecia y Malta. En los de coalición conviven izquierdistas con ultraderechistas, caso Eslovaquia; comunistas con liberales, caso Finlandia, y socialdemócratas con verdes, caso Dinamarca. En las últimas cuatro décadas, varios partidos de izquierda, antes comunistas, terminaron en el centro tras haber compartido gobierno, como ocurrió en Finlandia, Italia, Francia, Letonia, Noruega e Islandia. El más reciente resultó ser Syriza, en Grecia, por el fracaso de Alexis Tsipras, socio ideológico de Pablo.
El experimento de cohabitación de España mueve más al PSOE a la izquierda que a Unidas Podemos al centro. Se trata de un nuevo escenario. El del final del bipartidismo entre el PSOE y el PP y el de la polarización creada por la crisis catalana y los fantasmas de ETA, disuelta en 2018, pero resucitada por el apoyo al gobierno de EH Bildu, considerado su brazo político. Y, también, el de la abrupta aparición de la ultraderecha de Santiago Abascal, tercera fuerza política del país. Un sarpullido, como en otros países, en contra de la inmigración debido a la fragmentación de los partidos de derecha.
Pedro y Pablo creen que el revuelo desatado en Cataluña por el referendo independentista de octubre de 2017, a contramano de la veda de la existencia dentro del Estado español de “nacionalidades” y “regiones” prevista por la Constitución, amerita una solución política, no judicial. La férrea negativa a una salida de ese tipo, planteada por el líder del PP, Pablo Casado, necesitaría una reforma constitucional. Imposible sin el voto de su bloque. Reviven entonces las dos Españas de Antonio Machado y “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Data de 1912. Superó un siglo de impactante actualidad, como constató in situ Guaidó.
Sanchez e Iglesias, constituyen una asociación contra natura. En efecto, Sanchez es del PSOE, un partido de " socialistas neoliberales" y hermanos siameses del Partido Popular, el partido del Opus Dei. Mientras qué Iglesias es un comunista partidario acérrimo del yihadismo iraní. El partido de Sanchez se financia con aportes de banqueros. El partido de Iglesias, en cambio, obtiene su plata de la venta de espejitos , buzones y humo a los buenudos e incautos Socialistas del Siglo XXI latinoamericanos: Cháves/Maburro y Morales. El humo viene en la forma de cursitos en " Ciencias" Políticas, destinados a ilustrar a las jaurías chavista y moralista. Alguien ha visto una mula bailando el ballet? Bueno, los chavistas y moralistas de la perrada, tratando de entender la " Ciencia" política que les vende ese Iglesias, lo hacen mucho peor
Ahora al sentido común le dicen ultraderecha. En fin...