Los cierres de fronteras por el coronavirus están haciendo más estragos en Europa que el Brexit, pero todo tiene un límite. Hasta los eslóganes políticos en un año electoral. La puja entre Donald Trump y una compañía alemana de biotecnología para apropiarse de las vacunas y los agentes antivirales contra el COVID-19, de modo de utilizarlos primero en Estados Unidos, revela mezquindad en tiempos de incertidumbre y solidaridad. Reacciones encontradas frente a la dimensión desconocida. La de los líderes. En la controversia se vio envuelta la canciller Angela Merkel. La empresa, CureVac, refirmó su compromiso con Alemania.
Merkel vaticinó que entre el 60 y el 70 por ciento de la población alemana podría contagiarse. Paquetes de ayuda provenientes de China inundaron Europa, empezando por Italia. Tarde, el primer ministro Giuseppe Conte admitió errores, así como su par británico, Boris Johnson. No hubo coordinación frente a la magnitud de la pandemia. “Cuantas más personas se contaminen ahora, un mayor porcentaje del país desarrollará inmunidad para una potencial segunda oleada de la epidemia en el otoño o invierno próximos”, llegó a decir el aprendiz inglés de Trump. En su idioma.
El renovado America First de Trump, en plan de ser reelegido, escaló cobró ahora otro peldaño. El del egoísmo después de haber desdeñado la gravedad de la pandemia hasta que comenzó a subir la curva de infectados y fallecidos en su país y decidió prestarle atención con el cierre del espacio aéreo con Europa. La ligereza de Trump y de otros presidentes, como el de Brasil, Jair Bolsonaro, y el de México, Andrés Manuel López Obrador, estrechando las manos de decenas de personas en actos públicos, refleja una imprudencia. La de sentirse inmunes frente a una enfermedad que no sólo pueden contraer, sino también contagiar.
En el caso de Bolsonaro, su secretario de Comunicación, Fabio Wajgarten, y otros dos miembros de su gobierno dieron positivo después de haber estado con Trump en Estados Unidos. Bolsonaro pudo haber acatado el consejo médico de mantenerse aislado para descartar el período de incubación después de haber superado el primer test y no exponer a las 8.000 personas que acudieron a un acto contra el Congreso y la Corte Suprema en Brasilia. Les dio la mano a todos los que tenía cerca, como López Obrador en el Estado de Guerrero mientras en la ciudad de México miles asistían al festival de música Vive Latino. Como si nada.
En Francia hubo elecciones municipales y, también como si nada, los chalecos amarillos coparon el centro de París a pesar de los llamados a la cordura del presidente Emmanuel Macron. La imprudencia no es sólo de los líderes. Las concentraciones por el Día Internacional de la Mujer debieron cancelarse en España y en otras latitudes. No por falta de trascendencia, sino por una realidad. La del coronavirus. Lo contrajeron la esposa del presidente Pedro Sánchez, Begoña Gómez; la del vicepresidente Pablo Iglesias, Irene Montero, ministra de Igualdad, y la ministra de Política Territorial, Carolina Darias.
Pudo ser ese día o después, como ocurrió con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en aceras políticas enfrentadas con Sánchez; con el líder del partido ultraderechista Vox, Santiago Abascal, después de un acto público tras el cual le dio positivo al secretario general de su partido, Javier Ortega Smith, o con el único presidente regional que se opuso a cerrar filas con el gobierno español en la “unidad de acción” por la declaración del estado de alarma. El de Cataluña, Quim Torra. El ejemplo en España no provino de los líderes, sino de los médicos, los enfermeros y todos los que asistieron a sol y sombra a quienes tuvieron síntomas.
Trump actuó por la libre en uno de los pocos caos mundiales que no ha creado. El virus de Wuhan, según su secretario de Estado, Mike Pompeo, de modo de achacárselo a China. Coincidente con la guerra del petróleo entre el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Crisis simultáneas, The New Yorker dixit, con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, en cuarentena por su esposa, Sophie Grégoire, al igual que el círculo íntimo del líder supremo de Irán, Ali Khamenei. Los microbios, a diferencia de los líderes, no discriminan entre nacionalidades, clases sociales o ideologías. Ni respetan intereses.