Anestesiar para convencer, cubriendo con persistencia malévola todos los espacios de nuestra mente, es el método “des” informativo que eligen algunos dirigentes políticos charlatanes para seguir sosteniendo su popularidad en cualquier escenario, aún los jamás imaginados.
Esto contribuye a que debamos enfrentar los problemas de la actual pandemia del Covid-19, legitimando a regañadientes liderazgos puestos en jaque por lo que hasta ayer solo ocupaba el análisis de científicos e investigadores, siendo totalmente ignorado por estos profesionales de la política, que marchan zigzagueantes tratando de esquivar los pésimos resultados provenientes de su embriaguez de falsos visionarios.
Nos damos cuenta ahora que su carrera maníaca y desenfrenada para vendernos pescado podrido, nos ha encerrado en un sistema creado mediante una lógica perversa: imponer la sensación de que no existe otra manera de vivir que no sea aceptando el “sistema” estatal centralista que siempre intentaron privilegiar, despreciando a ciertas minorías constituidas por individuos especialmente calificados, que con su visión creativa han proporcionado al mundo nuevas herramientas tecnológicas que nos han permitido progresar saludablemente.
Es este pues el escenario al que nos enfrentamos ahora, cuando hemos entrado en un túnel inesperado, oscuro y sin final a la vista.
Todos hemos sido tomados por sorpresa, y si la parálisis dispuesta en forma compulsiva se prolongará más allá de lo razonable –quizá un par de meses-, demolerá seguramente la base argumental de dirigentes que han tratado de impregnarnos la convicción de que debemos aceptar “su” discurso único y muchos indignados les saltarán a la yugular promoviendo un eventual e indeseado clamor de “sálvese quien pueda”.
La tragedia de la pandemia fotografía a dirigentes mediocres que han convertido la democracia en una suerte de “dictablanda”, impidiendo que prosperasen las libertades individuales mediante infinidad de disposiciones legales amañadas que lograron convertirnos en verdaderos siervos de la gleba.
Para muchos de estos dirigentes políticos, la solución ante lo inesperado es hoy, como ayer, una sola: obligarnos a cumplir con nuestro “deber” (¿), y aceptar mansamente las resoluciones que provienen de quienes no fueron capaces de cerrar una herida descarnada que está a la vista: miles de desocupados e integrantes de la economía informal que prohijaron expuestos a situaciones insostenibles.
Los dirigentes que hemos “confirmado” mediante el voto popular, con un Presidente que insiste en llevarnos al pasado para confirmar fracasos ya causados por sus conmilitones y pretende ponernos a resguardo de unos empresarios privados supuestamente “miserables” (sic), escudándose detrás de “consejos asesores” (sic) que dicen lo que es necesario divulgar acorde con el interés de los que mandan.
Ese es el dilema que debemos resolver cuando la tormenta amaine, si queremos entrar de una buena vez a una forma de vida diferente, donde la democracia no sea una mera declamación, sino la participación de todos en un pacto nacional que privilegie el funcionamiento de instituciones libres, que alienten la iniciativa y la creatividad individual.
Un pacto que destierre una realidad que nos está hiriendo hoy en lo más profundo del alma: una protección sanitaria insuficiente y obsoleta para las clases media y media baja, que se han deteriorado al punto que muchos ciudadanos deban aguardar meses para operarse; o que a una parturienta se le concedan pocos días (a veces horas) para permanecer en un hospital debido a la escasez de personal capacitado y la falta de insumos básicos; y que en algunos casos se pida a los mismos familiares de los enfermos que colaboren con las tareas de limpieza e higiene del establecimiento.
En ese orden de cosas, parece increíble también que hayamos llegado a la situación en que una persona de más de ¡sesenta años! pueda ser considerada “descartable” en casos de crisis hospitalarias, al punto de tener que dejarla eventualmente a “bien morir”, en medio de una ruptura social donde la marginación social es más drástica aún que en otras partes del mundo.
Mientras tanto, el gobierno de “los Fernández”, con el compulsivo hablador Alberto a la cabeza, sigue intentando monopolizar el eventual salvataje oficial a su manera, graznando como el tero de campo que se hace oír por un lado y aparece por otro, mientras mantiene intactos los privilegios de la clase política y sindical, habiendo llegado al tupé de querer convencernos de que deberíamos hacerle un monumento ¡al “enorme” Hugo Moyano!, un líder investigado por múltiples denuncias sobre corruptelas y extorsiones.
Por todo ello, es necesario que en la soledad de nuestra cuarentena, comencemos a imaginar desde ahora mismo de qué manera democrática pero audaz conseguiremos decirles a los que gobiernan una vez que pase lo peor: “Hasta aquí llegaron; no queremos gozar (¿) más de los beneficios (¿) de la ‘anestesia’ que nos han inoculado sibilinamente”.
Teniendo en cuenta, además, que las estadísticas confiables señalan lo que no conviene al ideario de los cultores del estatismo “à outrance” que nos gobierna: el cáncer, la tuberculosis, la difteria, la gripe común, los suicidios, el tabaquismo, los abortos mal ejecutados, las drogas y la desnutrición, siguen provocando anualmente muchísimas más muertes que la extensión del Coronavirus con el que intentan aterrorizarnos, y nada de ello consiguió despertar su conciencia antes de ahora.
¿Tendremos el coraje y la inteligencia necesaria para hacerlo? A buen entendedor, pocas palabras.