Uno de los documentos fundamentales de la historia de los Estados Unidos de Norte América es el Farewel Address, el mensaje o discurso de despedida, el adiós, dirigido por Jorge Washington al hacer entrega del poder a su sucesor John Adams. Washington acaba de cumplir su segundo período presidencial después de haber encabezado los ejércitos libertadores de su Patria y haber sido uno de sus organizadores constitucionales.
Fatigado de la vida pública y sintiendo que sus fuerzas comenzaban a flaquear, había resuelto retirarse a la vida privada, pero antes de hacerlo tuvo la necesidad de hablar a su pueblo, dejar un documento de despedida, una especie de testamento político, las conclusiones de su experiencia y el mensaje de sus convicciones democráticas.
El Farewell Address fue publicado en los Estados Unidos el 17 de setiembre de 1796. Recién en el año 1805 el Dr. Manuel Belgrano lo conoció. El norteamericano David Curtis de Forest, pintoresco amigo suyo que luego de la Revolución de Mayo habría de hacerse argentino, se lo hizo conocer.
La lectura del adiós entusiasmo a Belgrano y desde el primer momento pensó que ese documento debía ser conocido por todos los americanos. ¿Pero cómo difundirlo, cómo hacerlo llegar a los pueblos? No bastaba con traducirlo era necesario imprimirlo en gran cantidad de ejemplares para poder distribuirlos, pero la falta de fondos y la carencia de imprenta como también la severísima vigilancia ejercida por las autoridades españolas en torno a cualquier clase de publicaciones y muy especialmente a la literatura política era considerada subversiva. La sola lectura de la constitución de los Estados Unidos estaba prohibida en todas las colonias españolas.
Estas dificultades desanimaron a Belgrano y se limitó a hablar del documento con sus amigos para hacerlo conocer a los pocos que sabían inglés. Los acontecimientos vividos en el país lo distrajeron momentáneamente del asunto.
Producida la Revolución de Mayo, el Dr. Manuel Belgrano, por imperiosas necesidades del momento, es convertido de la noche a la mañana en militar para conducir las menguadas y desorganizadas unidades para marchar hacia el Paraguay.
Durante el desarrollo de la campaña vuelve a su pensamiento el viejo proyecto de hacer conocer a los pueblos el adiós de Washington. Él lo juzga un excelente instrumento para la preparación política de las gentes y sin pérdida de tiempo inicia la tarea de su traducción. Está a punto de darle fin en su tienda de campaña la noche antes de la batalla de Tacuarí. Pero al día siguiente, cercado por el enemigo, temeroso de una derrota que hiciera caer en mano de los realistas algunas cartas comprometedoras de sus agentes patriotas en Asunción, ordena a su edecán que queme todos sus papeles antes de entrar en batalla.
La traducción del Address, la primera, se perdió así en aquel prudente auto de fe. Pero Belgrano no era hombre de abandonar un proyecto. Ahora que el poder estaba en manos de los patriotas, y no había tiranía que impidiera la difusión en América de la literatura política necesaria a los intereses de la Revolución, no iba a dejar de realizar su viejo sueño. Cuando de vuelta en Buenos Aires, se le ordena partir de nuevo para hacerse cargo de la jefatura del Ejército del Norte, el proyecto vuelve a bullir en su cabeza.
El 2 de febrero de 1813 –la noche antes de la jura de la bandera- a orillas del Río Pasaje, da término a la segunda traducción del adiós. El gobierno de la Revolución autorizó su publicación y bajo sus auspicios se hicieron miles de ejemplares para ser distribuidos en toda América.
Hay una fascinación especial en especular en los pasajes que Belgrano sintió tan hondamente que escribió “paisanos míos… a cuantos piensen en la felicidad de la América…”, exhortándolos a que leyeran y reflexionaran en el consejo de “ese gran hombre… que se había dedicado de todo corazón a la libertad y felicidad de su patria… para que transmitiera esas ideas a sus hijos… si les tocaba la suerte de trabajar por la libertad de América”.
Belgrano compartía el anhelo, apasionado de Washington, por la unidad. Comprendían ambos que las rencillas entre los estados, o provincias, debían evitarse a fin de que sus países pudieran ser suficientemente fuertes para mantenerse por sí libres e independientes. “También os es apreciable en el día de la unidad de gobierno, que os constituye una nación”, escribió Washington (para seguir haciendo uso de la versión de Belgrano). “y á la verdad justamente la apreciáis; pues es la columna principal del edificio de vuestra verdadera independencia, el apoyo de vuestra tranquilidad interior, de vuestra seguridad, de vuestra prosperidad y de esa misma Libertad que tanto amáis”. Añadió luego: “Pero como es fácil prever, que por diferentes motivos… se trabaje con mucho empeño… para debilitar, en vuestro concepto, el convencimiento de esta verdad: siendo este el punto de vuestro baluarte político contra el cual se han de dirigir con más constancia y actividad las baterías de los enemigos interiores y exteriores, aunque muchas veces oculta e insidiosamente…”
Tanto Belgrano como Washington percibieron el ominoso augurio de disensiones internas y su peligro inminente. Su propio país, no liberado todavía, estaba dividido en facciones en las distintas provincias. Felizmente para él, no vivió lo suficiente para experimentar en carne propia los años de las luchas intestinas. Washington también, se libro del horror de la guerra civil.
En su “Introducción” Belgrano dice de Washington: “Hablo con cuantos tenemos, y con cuantos puedan tener la gloria de llamarse americanos, ahora, y mientras el globo no tuviese otra variación”. En las palabras de Washington: “El nombre de los americanos que nos pertenece… siempre debe excitar un justo orgullo patriótico, más que cualquier otro nombre, que derive de los lugares en que habéis nacido”. No meramente virginianos, ni neoyorquinos, ni nombres de Pensilvania. Juntos habéis peleado y triunfado por una causa común: la independencia y la libertad que peséis”, recuerda Washington, “es la hora de vuestros consejos, de los peligros, de los sufrimientos y de las ventajas comunes, que en Unión habéis conseguido”.
El documento es extenso. Abarca el prodigioso campo de la defensa, el comercio, las finanzas y los problemas internos, sin dejar de analizar su política exterior. Es importante destacar el complicado escenario internacional de fines del siglo XVIII y la indigencia económica de las débiles Trece Colonias. Europa se debatía en el tumulto mientras Francia e Inglaterra estaban en guerra y en el continente norteamericano restaban la posesiones de las potencias europeas, como Francia, Inglaterra y España. “No puede haber error mayor –decía Washington- que esperar o contar con favores verdaderos de nación a nación. Es una ilusión, que la experiencia de curar, que justo orgullo debe arrojar”.
Consciente de la generosidad de Belgrano hacia la instrucción pública y su honda fe religiosa este pasaje debe haber toda una fibra íntima en el corazón de este patriota: “Promoved, pues, como un objeto de gran importancia, las instituciones para que se difundan los conocimientos. Es esencial –escribió Washington- que la opinión pública se ilustre en proporción de la fuerza que adquiere por la forma de gobierno” y “la religión y la moral son apoyos indispensables de todas las disposiciones y hábitos que conducen á la prosperidad pública. En vano reclamaría el título de patriota el que intentase derribar estas grandes columnas de la felicidad humana…”
“Cuando os ofrezco paisanos míos –expresó en su mensaje- estos consejos de un viejo y apasionado amigo, no me atrevo á esperar que hagan una impresión tan duradera como quisiera, ni que tengan el curso común de las pasiones, ó impidan que nuestra nación experimente el destino que han tenido hasta aquí las demás naciones, pero sí puedo solamente lisonjearme… que alguna vez contribuyan á moderar la furia del espíritu del partido, á cautelaros contra los males de la intriga extranjera, y preservaros de las imposturas del patriotismo fingido…”
Decía Belgrano en la Introducción del documento: “Un conjunto de sucesos que no estaban al alcance nuestro, pues vivíamos sabiendo únicamente lo que nuestros tiranos querían que supiésemos, nos trajo la época deseada, y por una confianza que no merecía, mis conciudadanos me llamaron a ser uno de los individuos del gobierno de Buenos Aires, que sucedió a la tiranía”.
Hubiera sido interesante compararlo con el proyecto corregido, del que Belgrano escribe: “Para executarla con más prontitud me he valido del americano Dr. Redhead, -su médico personal- que se ha tomado la molestia de traducirla literalmente y explicarme algunos conceptos…”
No debemos olvidar jamás “La gloria de llamarse americanos”, hoy resuena con renovada promesa por encima del clamor de un mundo angustiado.
Uno de esos ejemplares –el único del que hay noticias- se halla en la biblioteca del Parlamento en Washington. Es la única traducción al español del documento dado como testamento político del primer presidente de los Estados Unidos.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados