Mi bandera, nacida cuando la patria niña abrió los ojos y los fijó en el cielo, presente en los uniformes de los primeros soldados criollos que dieron su sangre por la moral y el honor de pertenecer a su tierra, clara en su simbolismo durante aquella jornada decisiva de Mayo. Nuestra bandera recibe en estos días el reiterado homenaje –en muchos casos llevados de la mano de la hipocresía- de los hombres nacidos bajo amparo de sus pliegues y de los que, llegados de otras tierras, sienten en su presencia la imagen inconfundible de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Esa página eterna de la gloria argentina, legada a las generaciones por el que fue humilde y perseverante apóstol, combatiente, jornalero, que regó con su sudor el campo de la labor humana, en los combates, en los consejos de gobierno, en las páginas del periodismo y hasta en el tosco banco de la escuela primaria, muriendo en la oscuridad y la pobreza; esa enseña jamás atada al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra, representa, con la pureza de sus colores, el origen y la aspiración inicial de un pueblo que, nunca fincó su grandeza en los éxitos de la guerra, -éxitos que supo alcanzar con su coraje-, ni engrandeció sus territorios a costa de la mutilación de ningún vencido; de un pueblo que viril al empuñar las armas del combate, sabe ganar la batalla del trabajo de todos los días.
Hoy, después de tanto dolor por las luchas intestinas, y divisiones que sólo conducen al deterioro, la bandera Nacional es el símbolo que debe unir a los habitantes de la nación, lo que significa que todos somos iguales bajo sus colores. Sin embargo, desde los tiempos de Belgrano, la historia del país ha mostrado lo contrario, pues las diferencias entre las provincias ricas, las pobres, las afines al poder centralizado y las disidentes, a las que se suma la falta de justicia, ponen en evidencia la dificultad de construir un país auténticamente federal. Sólo cuando el signo de la bandera se cumpla, el legado de Belgrano será posible, y éste será un país verdaderamente inclusivo, a tomar en cuenta por su ejemplo.
Mi bandera argentina, bandera idolatrada, guardada, escondida, imitada por otras naciones, también manipulada, manchada de sangre, utilizada por la dictadura y los gobiernos populistas, manta de cada muchacho argentino que peleo y derramó su sangre por Malvinas. Convertida en camisetas y pasiones deportivas, presente en los altares, los juzgados, las escuelas, pintada por los niños en los cuadernos y agitada en los desfiles, en la cara de los hinchas, dibujada por los estudiantes, llorada por los viejos, en el corazón de los exiliados, en todas las selecciones nacionales, en las calles, en las ventanas, los barcos, los aviones, fileteada en camiones, colectivos, taxis, y carruajes, flameando en los balcones y en las casitas humildes, de plástico o tela, la bandera argentina, debe, siempre, flamear en todas partes.
La bandera es una de las pocas mujeres con monumento propio, convertida en música, es pañuelo, es banderín, identificando a industria argentina, es memoria, tango, rock o nostalgia del viajero. Como es de tela y es necesario cuidarla, cuidarla mucho, porque se deshilacha, y con el tiempo pierde color, cuerpo y belleza.
Que esa bandera, como lo dice la oración inolvidable, “flamee por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, en lo alto de los mástiles de nuestras escuelas, naves y a la cabeza de nuestras legiones; que el honor sea su aliento, la gloria su aureola, y la justicia su empresa”. Para que así acontezca en la plenitud de la exhortación, para que continuemos izándola por los años de los años, por los siglos de los siglos con el mismo sentimiento de honradez y emoción con que la levantaron nuestros mayores, la debemos agitar hoy, jubilosamente, en el seno de una nación que aún tiene que cumplir su destino. Debemos seguir mereciéndola no sólo por la emoción con que la contemplamos las personas de bien, sino también por nuestras obras de cada jornada. Resueltamente, digamos con las palabras de uno de sus poetas: “Mientras vivamos en la tierra seamos dignos de su luz y de su sombra”.
Es tan peligroso desconfiar de los símbolos, como adorarlos o vaciarlos de sentido, es necesario un compromiso personal, sin falsos patriotismo. No se trata –como hacen algunos políticos- sólo de posar la diestra sobre el corazón cuando entona el Himno Nacional, y por otro lado, entregar la mitad del sur y ahora pretender entregar la mitad del norte, acallando las voces de la oposición. Mientras tanto, la gente de prensa es perseguida, acosada y amedrentada desde el poder, y los hechos de violencia e inseguridad están atravesando a los productores agropecuarios, mientras los hombres de la justicia brillan por su ausencia. Un país donde una persona que sale a trabajar es reprimida como si fuese a robar, no tiene destino.
Nosotros, patria, pueblo, identidad, diversidad, somos Argentina. Todos bajo los colores de una misma Bandera para protagonizar el país que pensaron nuestros patriotas y aprender los gestos de humildad que ellos nos dieron. Hoy más que nunca, es necesario imitar a esos próceres, no sólo recordarlos.
Ciudadanos argentinos, no esperemos todo de nuestra Patria, ya es hora de hacer, nosotros, algo por nuestra Patria.
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Señor ERNESTO venga a la Ciudad de córdoba y le enseña al Intendente de la Ciudad MARTÍN LLAYRORA , que la baja este fin de semana del mástil y pone en su lugar a la Bandera Peruna, Inca . Imagine usted , si no entiende de símbolos Patrios lo que hace diariamente este BURRO.
CLAUDIA, ES DE PERONCHOS IGNORANTES
FUE LA BANDERA LGTBIQ y no se cuantas letras más. Pero tampoco olvidarse que Menem, entregó las Banderas de la Reconquista al Reino Unido, porque quería darle la mano a la reina y las de la Guerra del Paraguay vaya a saber por qué; que podemos esperar de la clase política, para ellos la única que existe esta en los billetes de dólar. Además, en el ministerio de seguridad, en su puerta, flamean las dos.