Una de las más terribles violaciones a los derechos humanos es la que
hoy en día ha proliferado tanto en el mundo que se ha convertido, uniendo
violencia a intereses económicos, en el segundo “negocio” ilícito más
rentable, ubicado entre el tráfico de drogas y el de armas: la explotación
sexual de mujeres y niños. Cada año, 4.000.000 de mujeres, muchas de ellas niñas,
son vendidas y compradas, y según un estudio de la Organización Mundial de la
Salud (OMS) realizado en 2002, a esa fecha 73 millones de niños y 150 millones
de niñas menores de 18 años habían sido objeto de todo tipo de explotación y
abuso sexual en el mundo. Solamente en la Unión Europea entran anualmente un
millón de mujeres para ser prostituídas. Por su parte, el sudeste asiático es
uno de los principales abastecedores y receptores de mujeres, niñas y niños
objeto de explotación sexual, algo en lo que influyen también factores económicos,
además de turísticos.
Por ejemplo, en esta última región es Tailandia,
junto con Malasia, el principal receptor de esclavas sexuales de la zona del río
Mekong, debido a que sus poblaciones cuentan con una mayor renta y a que las
visitan miles de turistas cada año. Jóvenes de todas las edades, procedentes
de Camboya, Vietnam, Laos, Myanmar (ex Birmania) e incluso China son vendidas en
los burdeles, donde les esperan las peores de las vejaciones. Lo mejor que puede
sucederles es que las autoridades –si las encuentran y si no forman parte de
la cadena corrupta que las explota- las traten como indocumentadas, las detenga
y las ingrese en centros de inmigrantes ilegales para ser repatriadas.
Vamos a uno de los “ejemplos”. Tailandia es
llamada, entre sectores turísticos, “el país de las tres eses: sun,
sand and sex” (sol, arena y sexo en inglés). Entre un 5 y un 12 por
ciento de su PBI proviene del mercado de la prostitución, mientras se estima
que alrededor de 300.000 menores –presa muy codiciada- son víctimas del
turismo sexual. De hecho, se calcula en 20.000 la cantidad de pederastas que la
visitan anualmente. Es en este país, en Filipinas y en Brasil donde se registra
el 10 por ciento de todos los casos mundiales de explotación sexual comercial
infantil, produciéndose también porcentajes importantes en México. Después
del Tsunami muchos turistas sexuales habían cambiado de destino. A uno de
ellos, de origen italiano, se le escuchó decir: “Ahora sólo nos queda
Brasil”. Sin embargo, pasado el temor que generó ese desastre natural,
todo ha vuelto a sus cauces habituales.
En Camboya y tras treinta años de guerras, las
familias, la administración y el sistema judicial quedaron desestructurados, y
es uno de los países del mundo con más altos índices de corrupción. Otra
tierra fértil para la esclavitud sexual. Laos es el país más pobre –el 74
por ciento vive con menos de dos dólares al día- y menos poblado de la región,
y sus mujeres son las que más carga de trabajo soportan y las más vulnerables
ante estas nuevas formas de esclavitud. En Vietnam, la prostitución está
prohibida por ley, sin embargo el virus del HIV ha cobrado un rápido incremento
allí en los últimos años –aunque lejos aún del 80 por ciento que se
registra entre las prostituidas en Camboya-, ya que la pobreza hace que muchas
vietnamitas, por sí mismas o por la fuerza, crucen hacia Camboya y a otros países
vecinos, donde caen sin remedio en los burdeles.
Viviendo en el terror
Las
terribles experiencias por las que atraviesan los millones de mujeres y niñas
esclavas sexuales pueden encontrarse ejemplarizadas en el libro “El
silencio de la inocencia”, de la camboyana Somaly Mam, premio Príncipe de
Asturias a la Cooperación Internacional, quien en su niñez fue violada,
vendida a un burdel, torturada y prostituida. Tuvo la suerte de poder escapar de
esa pesadilla y en 1997, junto a su esposo Pierre Legros, creó en Camboya la
Asociación AFESIP (Acción para las Mujeres en Situación Precaria), una ONG
que al poco tiempo comenzó a trabajar también en los demás países de la península
de Indochina y que se dedica a rescatar a las mujeres explotadas sexualmente,
asesorarlas sobre el SIDA, ayudarlas judicialmente y a retornar a sus países de
origen, enseñarles oficios y procurarles empleo, entre otros aspectos.
Como se dijo, Somaly abrió la primera sede de AFESIP
en Camboya en 1997, pero al año siguiente había recibido tantas amenazas de
muerte que continuó trabajando desde Francia, donde reside habitualmente. Sin
embargo, y aunque las amenazas continúan, Somaly vuelve a menudo a Camboya para
coordinar la tarea allí y en los demás centros de los países vecinos.
Su libro, además de referirse a la labor de AFESIP,
trata temas durísimos aunque necesarios, ya que ha logrado llevar un mensaje
esperanzador y la asociación ha logrado salvar a miles de mujeres y niñas. Por
ejemplo, señala que de los millones de esclavas sexuales que existen hoy en el
mundo, la mayoría han sido vendidas de muy pequeñas, a los seis y siete e
incluso a los cinco años. Relata que son violadas y prostituidas desde esa
edad, además de ser sistemáticamente apaleadas y torturadas. No sólo por los
proxenetas, sino también por los clientes. Una de las niñas citadas en el
libro, Chan Ry, dice: “Los occidentales nos obligan a realizar todo tipo de
actos, difíciles de soportar, y si no obedecemos nos queman con cigarrillos”.
Somaly cuenta que anteriormente las torturas –como
las que ella misma sufrió- eran más burdas: meterles las manos en agua
hirviendo, o atarlas y cubrirlas con escorpiones o con hormigas mordedoras. Pero
ahora se han copiado los trucos sádicos de las películas baratas de violencia,
y las chicas son sometidas a descargas eléctricas o se les clavan clavos en la
cabeza. También las cosen en carne viva repetidas veces, para fingir
virginidad. Peor aún, muchas de esas niñas están enfermas de SIDA, y aunque
Somaly libera a todas las que puede, muchas mueren al poco tiempo.
En el libro aparece también la terrible historia de
Sokhon, vendida a los ocho años a unos militares, violada y torturada. AFESIP
pudo rescatarla a los diez años, pero entonces ya tenía tuberculosis y SIDA y
sabía que le quedaba poco tiempo de vida. En un programa de la televisión
francesa, Sokhon dijo, derrumbando a la audiencia: “¿Por qué yo?. ¿Por
qué ahora que soy feliz por primera vez en mi vida tengo que morir?”.
Sokhon falleció a los quince años. “Son vidas demasiado cortas para
sufrir tanto”, dice la escritora española Rosa Montero al comentar el
libro, agregando: “Es un libro muy triste, pero hay que leerlo porque hay
que saberlo, porque no podemos permitir que semejante monstruosidad siga
existiendo. Para que ellas puedan ser libres y felices. Y no morir”.
Horrores cercanos
Quien tuvo
oportunidad de leer en los últimos días el diario cordobés “La Voz del
Interior” se habrá encontrado con una sucesión de hechos aberrantes contra
criaturas en pocos días. Una pareja joven, de 24 y 25 años, fue detenida
acusada de la muerte de su pequeño hijo de tres años, quien sufrió
hemorragias y presentaba traumatismos severos en pulmones, hígado y riñón,
producto de una feroz golpiza.
La Justicia condenó a diez años de prisión a un
hombre que golpeó ferozmente a su hijo de 17 años con un palo de escoba hasta
quebrárselo en la espalda. El adolescente debió permanecer internado más de
un mes.
Un militar en actividad fue detenido por agredir
brutalmente a sus hijos de cuatro y cinco años y a su esposa en la ciudad
cordobesa de La Calera. Y en este caso, la policía sorprendió al individuo en
momentos en que golpeaba a uno de los niños.
Otro hombre fue detenido en el Hospital Infantil de Córdoba,
acusado de violar a una niña de diez años allí internada. Había ido a
visitarla “interesado en conocer su estado de salud”, dado que la chica tenía
lesiones precisamente por haber sido abusada. Además el sujeto es conocido de
la familia de la niña.
En la localidad de Corral de Bustos murió una nena de
tres años, y la autopsia demostró que en los últimos tiempos había sido
objeto de abuso sexual y
permanentes golpizas. Fueron detenidos la madre, su pareja y un hermano de ésta,
acusados de homicidio calificado. De acuerdo a los estudios forenses, en la
madrugada en que la nena murió sus agresores, para poder accederla
vaginalmente, la cortaron utilizando un cuchillo tipo “Tramontina”.
El colmo del horror se empareja con la conmoción que
sufrió la localidad de Villa Nueva, cercana a Villa María, por la muerte de
una nena de sólo cinco meses, víctima de un grave cuadro de desnutrición y, a
la vez, de abusos sexuales con acceso carnal, según demostraron los estudios
realizados. La nena vivía con otros tres hermanos de entre 18 meses y siete años
de edad, y la policía arrestó a su madre y al padrastro.
Estos casos ocurridos en Córdoba no se reducen, por
supuesto, sólo a ese ámbito. Son sólo un ejemplo de la violencia generalizada
que sufren los niños en todas partes del mundo –trátese de golpizas
familiares o de abuso sexual-, además de los ya expuestos sobre la trata de
mujeres. Pequeñas víctimas que hoy son presas codiciadas por seres que no
merecen llamarse “humanos”, depositarios de las bajezas y los instintos más
aberrantes, además de aquellos que hacen su “negocio” con el secuestro, la
venta y la explotación de menores.
Debemos seguir difundiendo, denunciando, proclamando
todas estas atrocidades. Luchando con las pocas armas que tengamos contra estas
mafias y los poderes que las amparan.
Como dice la española Rosa Montero. Debemos saber,
para no permitir que estas monstruosidades sigan existiendo.
Carlos Machado