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¿Por qué Cristina maltrata a Alberto? ¿Por qué él se deja?

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No hay resignación del presidente que alcance para calmar al kirchnerismo duro
No hay resignación del presidente que alcance para calmar al kirchnerismo duro

¿Qué busca Cristina Kirchner, correr a Alberto Fernández y su gente, o correrse ella de Alberto? ¿Influir aún más en las decisiones de gobierno y en la integración del gabinete, o más bien despegarse de esos asuntos mundanos, ahora que hay que empezar a pagar la cuenta económica y social por la cuarentena interminable, que se desarma sola, sin esperar la flexibilización oficial, justo cuando llega el pico de la pandemia?

 

Puede que haya un poco de las dos cosas, pero no son ambas igual de importantes. En un gobierno normal, cuando se acumulan costos políticos, el presidente los descarga en sus ministros, y si no alcanza, los cambia. En el peculiar gobierno que los argentinos nos hemos dado los ministros valen muy poco y deciden aún menos, y el fusible es el presidente. Es él quien tendrá que pagar el pato por la crisis que se viene. Por lo que la discusión sobre la integración o renovación del gabinete se vuelve muy secundaria.

Es cierto que en algunos asuntos, en particular en Justicia, Cristina quisiera ver más compromiso con sus objetivos irrenunciables, que son meter presos a sus enemigos y disculparla de todas las acusaciones en su contra. Pero es discutible que para lograr eso necesite cambiar, por caso, a Losardo por Mena; y no está claro que ella quiera poblar el gabinete con su gente más de lo que lo hizo en un comienzo, justo ahora que la situación se deteriora en todos los frentes.

De todos modos, concedamos que los gestos de subordinación de Alberto se explican, al menos en parte, por su interés en volver innecesarios esos pedidos de recambio. Gestos que pueden explicar no sólo su disposición a bajar la cabeza ante las críticas de los voceros más zarpados de Cristina, sino sobre todo el manejo de los recursos fiscales, lo que realmente importa para la supervivencia de los distintos sectores que integran el Frente de Todos en estos tiempos de escasez: el presidente se ha mostrado en todo funcional a las necesidades del kirchnerismo al respecto, concediéndole a la provincia de Buenos Aires, donde él tiene su base social, más de la mitad del dinero que distribuyó por fuera de la coparticipación. La gestión “con los 24 gobernadores” se tiene que conformar con bastante poco.

¿Por qué habrá sido, entonces, que Cristina habilitó igualmente la temporada de “péguele a Alberto”, y después de descalificar ella misma su intento de diálogo con los empresarios, permitió que sus esbirros Bonafini, Víctor Hugo y compañía hicieran lo mismo y sumaran al menú la frustración con Vicentín y con el impuesto a los ricos, el mero esbozo de un diálogo con la oposición y una suave crítica a Maduro en Ginebra?

Más curioso todavía: en general este tipo de disensos internos estallan cuando la gestión sufre un fuerte desgaste, el presidente y sus ministros pierden apoyo de la sociedad y lo gana la oposición. Algo de esto está ya está sucediendo, pero todavía Alberto es el político con mejor imagen del país. ¿Por qué entonces apurarse a desgastarlo, si sigue siendo un fundamental activo del oficialismo, no es (todavía) un lastre con el que éste deba cargar? Tal vez sea porque Cristina estima que el declive de su amigo del alma recién comienza, y conviene prepararse para contener al 10% más de pobres que él ya anunció al comienzo de la cuarentena, y que parece va a ser incluso más que eso. Cuando no se encuentra solución a un problema es útil tener a mano un culpable. Y conviene que uno no tenga nada que ver con él, reza el manual del buen kirchnerista.

La reacción del propio presidente permite entender mejor esta situación: pese a que sigue siendo el referente de la unidad peronista, depositario de buena parte de las esperanzas de la sociedad y cabeza de un gobierno en emergencia, estuvo dispuesto a arrastrarse para obtener un certificado de buen comportamiento moral de Bonafini y reconoció en el discurso filocastrista de Víctor Hugo Morales sobre el escenario internacional y latinoamericano un buen punto de referencia para orientar su gestión.

Más que por una patológica vocación por humillarse, tanta indiferencia a rebajar su autoridad solo se entiende si atendemos al hecho de que sabe, igual que Cristina, que esa popularidad que aún lo acompaña difícilmente dure, por lo que no va a poder sobrevivir solo a los tiempos que tiene por delante. De allí que, más que nunca, deba sacrificarlo todo en aras de la “unidad”, sino de los argentinos, al menos del Frente de Todos, que le permitiría compartir en alguna medida los costos por la crisis con su accionista predominante. Porque de otro modo las chances de volverse anticipadamente su fusible se incrementarán sensiblemente.

Claro, todo esto también significa que Cristina va a apretarle el pescuezo, pero no lo va a ahogar. Ahí salieron Larroque, Rossi y Carlotto a “bancar a Alberto”. Bancarlo, se entiende, desde la distancia que había establecido entre el gobierno y “nosotros” la líder espiritual. Una distancia política muy útil en estos tiempos en que hay riesgo de contagio de todo tipo de desagracias.

Mientras tanto Alberto, ¿puede hacer otra cosa que lo que hace? Tal vez hubiera podido, en el pico de su popularidad, cuando empezó la cuarentena. Dosificando esa medida con una mejor diagonal entre salud y economía, y también dando algún contenido concreto a su “equilibrio estratégico”, la diagonal conciliadora por la que intentaría convertir su gobierno en algo más que una transición para atrás, el inútil intento de preparar el terreno para volver a los buenos tiempos del primer kirchnerismo. Pero el momento pasó, y su equilibrismo se fue volviendo cada vez más un “ni chicha ni limonada”. Intenta moderación, y no le sale. Intenta expropiaciones y pelearse con jueces y periodistas, y tampoco le sale. También una negociación dura con los bonistas, que quedó atrapada en una interminable sucesión de retrocesos, encima insuficientes. Y en el bascular entre la nostalgia de Chávez, la serenata de enamorado a López Obrador, y los gestos también insuficientes para congraciarse con Trump, tomando distancia de Maduro. Hasta se dio el lujo de rechazar la mano tendida para una concertación más amplia que sectores de la oposición, el peronismo y el empresariado le acaban de tender a través de una iniciativa de Graciela Fernández Meijide y el Club Político: dice no necesitar nada de eso. Lo que acaba de desmentir al citar a los opositores pero sólo para sumarse a la retahíla de reproches que les enrostró Máximo Kirchner.

Impedido de ser el conductor de la unidad del Frente de Todos, se va volviendo su prisionero, y pronto será su víctima ideal, el responsable de que el gabinete no se mueva, la deuda no se arregle, o se arregle a medias y a un costo mucho mayor al esperado, y la economía “se vaya a pique”. Cuando se cumpla, y con holgura, su único pronóstico acertado, el que a fines de marzo lanzó sobre la pobreza, tal vez su vida útil haya concluido.

También hay que reconocer que el fondo del problema es que se acumulan los problemas sanitarios, económicos e internacionales, y tiene muy poco margen para ofrecer cualquier cosa a cualquiera de las partes involucradas en cada una de esas disputas.

Así que, impedido de hallar soluciones, es hasta lógico que Alberto haga esfuerzos para minimizar el problema, y reflotar su perfil dialoguista y moderador: los que nos critican son “como Fernando Iglesias, pero de este lado" hicieron saber desde la Rosada, destacando que el presidente “seguirá dialogando con todos” y “se sigue apoyando en el centro”. Una visión ingenua y desbalanceada de la polarización que ojalá sea un producto para consumo ajeno, y no una píldora tóxica que el propio albertismo esté consumiendo.

La polarización no está horadando al centro por partes iguales, ni el centro se está debilitando por sí mismo, por obra de un movimiento de la opinión hacia los extremos, es Alberto el que está perdiendo el apoyo de ese centro al mismo tiempo que se diluye el de su lado de la grieta, donde siempre estuvo el centro de gravedad de su coalición. Iglesias no es a JXC lo mismo que la vice al FdeT, y sería ridículo que con una cada vez más vacía invocación al diálogo crean poder despejar la “incógnita Cristina”, y revalidar su “utilidad” ante ella para que no los use de fusible.

El fondo de la cuestión es que, como djimos y contra lo que podría creerse, la cuarentena no congela todos los procesos políticos, a algunos los acelera. Y al hacerlo ha consumido la estrategia oficial de demorar todo lo posible las definiciones. En lo que Alberto se parece no a Néstor, tampoco a Duhalde, sino más bien a De la Rúa.

Sus problemas de estos días con su coalición indefectiblemente iban a presentarse, porque su gestión fue pensada desde el primer momento como una de transición, que debía arreglar la deuda y los juicios por corrupción, para que luego “volvieran mejores”, en serio, los kirchneristas auténticos. Lo que sucede simplemente es que la pandemia, la cuarentena y el subsecuente derrumbe económico aceleraron los tiempos. Con lo cual, en el peor momento, Alberto está quedándose cada vez más solo. Y Cristina está apurando su operación salvataje, de sí misma y su sector. No incluye a Alberto.

 

2 comentarios Dejá tu comentario

  1. Señor NOVARO, no nos interesan los FERNANDEZ. Que hacen entre ellos, mucho menos. Como desde el día 10 de Diciembre siguen igual, sin cambios, todo para abajo, los ciudadanos seguiremos en las calles., TODOS juntos.

  2. Todavía hay algunos que analizan a Alberto y no se dan cuenta que este tipo es un enfermo arrastrado, obediente y fiel a su AMA, que jamás va a cambiar por genuflexo y porque no tiene metas personales. Solo le interesa cobrar la jubilación de presidente.

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