En el mundo de fantasía creado cual cápsula
protectora del mundo real, donde el hombre se encierra para sortear los
peligros que lo acechan (reales o imaginarios), tenemos las
"emanaciones" sobrenaturales que -se cree- surgen de diversos
objetos naturales denominados amuletos.
Los amuletos han existido desde la más remota
antiguedad hasta el presente. Tanto en las primitivas tribus, como hoy en
nuestras ciudades.
En las calles podemos cruzarnos con hombres y mujeres
que llevan amuletos. Si bien muchos objetos colgantes del cuello o a modo de
anillos, aros o brazaletes sirven sólo de adorno, también es cierto, sin
duda, que algunos cumplen el papel de protectores u objetos de la buena suerte
para su portadores. En el aspecto religioso esta costumbre puede ser más
relevante. Es común observar colgado en el interior de los automóviles
cerca del parabrisas, el "santo rosario" o una estatuilla de la
Virgen de Luján protectora del viajero. A su vez no faltan en nuestra
cultura occidental los transeuntes que ostentan colgada de su cuello una cruz,
o llevan alguna medalla con la representación del santo protector preferido
para sentirse más seguros.
En cambio en las culturas tribales era corriente
portar collares fabricados con colmillos de animales, garras de fieras,
semillas de determinadas plantas, etc.
Los cazadores, por ejemplo, solían colgarse cierta
parte de un animal o representación del mismo en una figurilla tallada tanto
con fines de protegerse de él, como para obtener éxito en la cacería. Para
lograr mayor fertilidad, las mujeres se colocaban ciertos collares. En otras
ocasiones era para protegerse de los espíritus malignos. Todo puede servir al
supersticioso. Tenemos ejemplos en el escarabajo egipcio y la serpiente hindú.
Las plumas de las aves; ciertas flores y plantas; toda especie de figura extraída
de los mitos y todo lo que la imaginación quiera, posee utilidad para el
creyente.
He aquí algunas piedras utilizadas como amuletos y
sus supuestas propiedades: la esmeralda, según una creencia popular,
combate la acción de los venenos. También se cree que cuando la esmeralda se
quiebra y deja de brillar es señal de que su dueña ha perdido su virginidad;
el crisolito, conduce a la paz; berilo protege de los
enemigos; la amatista aleja la tristeza; el jade ha sido
lutilizado para ombatir las paperas y la nefritis e inclina hacia la bondad,
la calma y la paciencia; el jaspe favorece la fecundidad; la malaquita
otorga fuerza de persuasión; el ojo de gato (ágata) era
utilizado en la Edad Media como amuleto para curar enfermedades infantiles,
anginas y afecciones nerviosas, pero... también suele usarse como piedra maléfica.
El onix es para la castidad; el rubí es símbolo del amor
profundo; la sardónica (una clase de ágata) otorga gran valor; la
turquesa es la piedra de la esperanza (si cambia de color es señal
de algún mal que acecha). Era el amuleto contra el mal de ojo. El zafiro
es la piedra de la amistad, de la sabiduría y de la prosperidad; el ópalo
recrea el corazón y destierra la tristeza; la turmalina confiere
salud... y así por el estilo.
Y esto no es todo, pues según la cromoterapia
(tratamiento de las enfermedades mediante la luz de distintos colores) nuestro
organismo precisa de todos los colores para no enfermarse y en especial los básicos
(amarillo, azul y rojo). De acuerdo con esta superstición, para conocer cuál
es el faltante hay que observar el color del globo ocular, el de las uñas, de
la orina y de los excrementos.
Todo esto, evidentemente, para la persona ilustrada
que entiende el mundo real a través de las revelaciones de la ciencia física
y la química no es más que una sarta de disparates creados por la prolífera
mente.
Si a una persona supersticiosa, sugestionable o
ignorante se le asegura que el topacio lo tornará simpático, que el zafiro
le otorgará prosperidad o que la piedra sardónica, variedad roja del ágata
le dará valor, puede que lo crea y se autoconveza en la práctica al notar
algún aparente acierto del consejero. Otros, la mayoría también creyente,
se verán frustrados en sus experiencias, pero esto pronto se olvida mientras
el amuleto continúa colgando del cuello; lo mismo el aro de tendón de ñandú
(especie de avestruz americano) que se coloca rodeando el tobillo para aliviar
el reumatismo y otros adminículos "milagrosos". Toda mejoría
(si se produce) es en estos casos pasajera mientras el mal sigue incólume
aunque "influya" el amuleto hecho de turmalina para la salud. Lo
mismo "los arrebatos" de felicidad, coraje, poder de persuasión, la
esperanza y el sentirse protegido de los enemigos, son todas meras ilusiones
por más que se recurra a los amuletos pétreos para lograrlo, como el lapislázuli,
la sardónica, la malaquita, la turquesa y el berilo, respectivamente.
Por otra parte, y esto es la verdad, el mundo físico
está ahí, ante nosotros y rodeándonos, imperturbable él, indefensos
nosotros cuando nos envolvemos en el ilusorio mundo ficticio.
Por otra parte, es muy cierto que estamos
entrelazados con el mundo físico. Más que eso, formamos parte del mundo físico,
y más aún, somos un proceso físico ya que vivimos
estrictamente conectados con el medio ambiente. Tanto psíquica como físicamente
nos hallamos aplicados al entorno en que estamos inmersos. Dependemos de él,
y no sólo de lo que nos rodea inmediatamente, sino también del medio cósmico
que nos da el ser.
Pero este pensamiento no significa en absoluto que
nos veamos obligados a dar pábulo a los inventos fantasiosos de los
supersticiosos y de los charlatanes, muchas veces perdiendo un tiempo
precioso para recuperar la salud acudiendo a los manosantas y portando
amuletos. Es únicamente la Ciencia Experimental la que nos puede revelar
con fidelidad la naturaleza de nuestro entorno y sus influencias sobre
nosotros y curarnos de los males psíquicos y somáticos mediante
profesionales preparados.
La ciencia dice: esto sirve para nuestra salud,
aquello otro no posee acción alguna sobre nuestro organismo, ¡no perdamos
tiempo!
La piedra, un silicato, un metal en el estado físico
en que lo encontramos, no es más que un cuerpo inactivo para nosotros, salvo
que lo calentemos o lo sometamos a algún proceso físico de descomposición,
o que se trate de algún mineral radiactivo para curar el cáncer, por
ejemplo. En cuanto al color, este no es más que una longitud de onda determinada
del espectro total de las radiaciones que percibimos, y podemos comprobar
mediante experiencias inteliglentemente montadas, que su aspecto no lnfluye en
nuestra conducta, suerte, salud o protección ante los enemigos. Tampoco las
imágenes. Si aplicamos a las imágenes (en tela, papel, madera, etc.) un
microscopio veremos que se trata de un conjunto de manchas. Lo continuo se
resuelve en pequeñas manchas y el "ordenamiento" de estas manchas
no influye en el curso del mundo, como tampoco influye el ordenamieto de
piedritas en hilera o en círculo. El mundo sigue su marcha indiferente y es sólo
nuestra mente la que fabrica relaciones. Las "propiedades" son sólo
inventos antojadizos o ficciones resultantes de supuestas semejanzas con otros
elementos como las que pueden existir entre el color de la sangre, el planeta
rojo Marte y la guerra en la que hay derramamiento de sangre (de ahí la
denominación de "dios de la guerra" para este planeta).
Lo único que puede obrar benéficamente en el
idividuo supersticioso es la sugestión pasajera que le infunde su creencia y
el sentirse protegido contra algún enemigo real o imaginario, lo cual puede
resultar temerario ya que esa confianza lo predispone a caer precisamente en
sus garras haciendo honor al acertado dicho popular: "la confianza mata
al hombre".
Lo lamentable de todo esto es también la pérdida
de dinero y tiempo en caso de enfermedad grave cuando algún manosanta o
curandero entretiene a un pobre creyente con un cuadro patológico que
necesita atención urgente, perdiendo un tiempo precioso en manos de un
farsante.
Ladislao Vadas