Los analistas políticos argentinos debaten en estas horas qué ocurre con un gobierno peronista que no es capaz de aprobar proyectos en el Congreso ni de mostrar un mínimo grado de unidad y solidez. ¿Tanto ha cambiado la Argentina?
Acaso la respuesta esté en el hecho de que, por primera vez, existe un gobierno peronista débil. Esto no es a causa de la personalidad de Alberto. El presidente no es una persona inexperta, carente de carácter o dubitativa. Las causas son mucho más profundas y estructurales.
La Alianza de De La Rúa fue una unión que tenía al aparato caudillista y clientelar tradicional de la vieja UCR como socio mayoritario y a una corriente de renovación más principista, institucionalista y democrática, centrada en el FREPASO, como socio minoritario. Eran dos espacios políticos a simple vista amalgamados pero que, por dentro, se contradecían y entraban en conflicto de forma desgarradora e ineludible. Cuando valores esenciales, estructuras y prácticas cotidianas son disímiles, la incompatibilidad de intereses se vuelve manifiesta e inquebrantable.
¿Estamos ante una nueva “Alianza” versión peronista? El resquebrajamiento del peronismo a partir de 2001 y el desgaste del kirchnerismo se han sumado para colocar al Frente de Todos como espacio trisecado. Hay un sector más institucionalista y democrático (aunque no tanto como para no pactar con el autoritarismo), liderado por Sergio Massa. También tenemos un rejunte de gobernantes locales que arrastran aparatos clientelares tradicionales detrás de Alberto Fernández. Y, finalmente, un sector de ímpetu totalitario y altamente ideologizado liderado por Cristina Kirchner.
Esta triple entidad del Frente de Todos lo está volviendo un verdadero caos. Alberto se deja presionar por Cristina lo suficiente como para marcarle la agenda, pero no tanto como para permitirle imponer el contenido por entero. La rigidez mental e inflexibilidad ideológica de Cristina reacciona soltándole sistemáticamente la mano a Alberto cada vez que sospecha de un nuevo fracaso. Massa confabula por lo bajo para sabotear el autoritarismo de Cristina mientras teje alianza con Máximo Kirchner de cara a una posible futura fórmula presidencial. Alberto empieza a desconfiar de Massa, y ciertamente nunca llegó a confiar en Cristina, aunque no logra juntar el coraje para desembarazarse de su veneno totalitario porque teme perder la mayoría disfuncional que ostenta. Decide entonces empezar a puntear a los diputados en forma directa.
Massa intenta tirarle un salvavidas a la oposición para evitar ser el responsable de la derrota legislativa sin quedar pegado al proyecto de Cristina, que ésta ya no reconoce como propio, a pesar de la cláusula Parrilli que lleva su sello indeleble y que torna el contenido irreconocible para su mentor intelectual Gustavo Béliz.
Hay un gobierno “asincrónico” (palabra de moda en el sector educativo) que parió un proyecto de ley huérfano, por el cual nadie pone la firma pero que nadie quiere ver derrotado de una manera tan aplastante como para salpicar al oficialismo como un todo.
Mientras tanto, la cuarentena infinita empieza a hacer agua de a poco y a poner nerviosos a sus mentores, que en toda esta larga agonía no han sido capaces de acumular tecnología de testeo ni de diseñar un plan inteligente de chequeos masivos, rastreos eficaces, aislamientos y protocolos razonables. Es decir, no hay alternativa a la cuarentena pura y dura, o ex cuarentena devenida en anarquía contenida bajo amenaza de hecatombe.
La anarquía llega a las primeras filas del gobierno, donde no se observan criterios unificados y coherentes para aprobar protocolos. Está prohibido todo a menos que se demuestre lo contrario. El protocolo para el retorno a clases presenciales de alumnos sin acceso a la escolaridad virtual, elaborado por CABA, es frenado por las más insolentes mezquindades del gobierno nacional, que mira su propio ego en el espejo de las encuestas mientras pisotea el derecho a la educación de miles de niños y jóvenes. No sólo igualó para abajo y le hizo el trabajo imposible a escuelas y docentes de todo el país al anunciar a los cuatro vientos “acá no se evalúa nada”, sino que ahora impide igualar para arriba.
La inseguridad escala de forma galopante. El deporte del garantismo, practicado por muchos jueces y legisladores que caminan con el libro de Zaffaroni bajo el brazo como una verdad revelada e indiscutible, soltó miles y miles de criminales a la calle de forma apresurada mientras a la sociedad se la aísla. Se hizo esto, además, en un contexto de parálisis total de la economía y ausencia de incentivos para abandonar el camino del delito en un marco de clima de impunidad.
Los argentinos, mientras el gobierno destruye nuestras empresas y empleos para cuidar nuestra salud, recibimos la golpiza de una delincuencia desbocada. Y, para colmo de males, debemos hacerlo mientras vemos y escuchamos a un actor de telenovela berreta, como Sergio Berni, ensayar su propio guion de mano dura mientras flota solitario en una nube en medio de un espacio político garantista. ¿Cristina está dispuesta a jugar con nosotros hasta el punto de colectar votos por derecha y por izquierda mientras la sociedad sufre engañada?
Pero, no importa, los argentinos debemos estar tranquilos. Pues Súper Alberto ha tenido la genial idea de armar y enviar al Congreso un proyecto que destina unos cuantos miles de millones de pesos a “licuar” (en sus propias palabras) el poder de los jueces y a reinstalar el debate menemista que creíamos superado (como uno de los pocos aprendizajes de nuestra democracia) relativo al aumento del número de integrantes de la Corte Suprema.
Todo esto ocurre mientras se ignora el ejemplo de los países vecinos de Chile y Uruguay sobre ajustar el salario de los políticos y funcionarios del Estado (garantizando un mínimo). El país está quebrado, nuestras empresas cerradas y los ciudadanos acumulan deudas impagables, pero la corporación política, con Alberto a la cabeza, se muestra sólida en su determinación para defender sus privilegios.
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