La concentración puede decirse que inició temprano, si bien el llamado a abrazar al Congreso de la Nación estaba dispuesto para las 12 del mediodía, para las 11 de la mañana ya había un pequeño tumulto de gente al frente del mismo, en la calzada circular.
Las razones pueden deducirse: al medio centenar de personas que realizaron la vigilia durante la noche y amanecieron allí, se le sumó el buen tiempo y las ganas de aquellas personas que por cuestiones climáticas ayer no habían podido acudir.
Mientras los presentes aplaudían y las cacerolas sonaban. Mientras los aplausos al canto del “¡Viva la patria!” silenciaban el ruido de los autos y colectivos, dos globos flameaban dispuestos a ser orientados por el viento cálido que tímidamente resoplaba.
Las decenas de carteles sobrepasaban las cabezas de la muchedumbre y el “que se vayan todos” era una, sólo una de las tantas frases que denotaban el descontento al frente de un abanico de elementos tan variados como atendibles.
Mientras sonaba “Aurora”, se oía el alabo unísono a la bandera, aquella que Manuel Belgrano había enarbolado por primera vez el 27 de febrero del 1812 en representación de la naciente Nación Argentina.
“Azul un ala, del color del cielo. Azul un ala, del color del mar” se podía apreciar en un canto que unió a todas las voces presentes, en un acto que se definía en defensa a uno de los cuatro símbolos patrios que representan a la Republica.
Luego, volvió a resonar el tan clamado Himno Nacional. Los manifestantes continuaban llegando, pacífica y solemnemente. Algunos con banderas, otros con carteles.
No faltaron las cacerolas ni los siempre presentes elementos caseros para ensordecer el grito del poder de turno, aquel que parece haber defraudado a sus ciudadanos en interminables ocasiones.
Tampoco faltó el megáfono, desde donde a las 12 del mediodía podía oírse el convite a abrazar al Congreso. El mismo que debió esperar una hora más con el propósito de juntar un mayor número de personas.
La grieta no existía y el partidismo político parecía haber desaparecido. Nadie gritaba en favor de nadie más que del propio pueblo. Sí, se suplicaba. Se imploraba por la Republica y por la Democracia.
La policía no estaba presente entre los manifestantes. Simplemente se encontraban limitados a permanecer en las inmediaciones de aquel tropel.
Habían pasado apenas 20 minutos y la acumulación de gente era superlativamente mayor. Aquellos que se unieron en rechazo a la reforma judicial, aparecían desde Rivadavia, Entre Ríos, Combate de los pozos o Hipólito Yrigoyen.
No había un encuentro previo. Nadie los había obligado a manifestarse. Sin embargo estaban allí, intentando hacer algo para defender a la Nación Argentina. Aquella que tantas lágrimas, tanto sudor y tanta sangre costó construir.
El fervor de los reclamos se intensificaba, Para las 12:30 del mediodía, bajo un sol enérgico, aunque sereno, la columna de personas cruzaba la avenida Entre Ríos. El abrazo al Congreso empezaba a organizarse y las emociones manaban del cuerpo de los concurrentes. Todos ellos expectantes.
Nadie había detenido el tráfico, pero los colectiveros, automovilistas y motoqueros acompañaban el reclamo. Algunos incluso tocaban la bocina. Era un guiño. Una forma de mostrar su apoyo de forma tácita.
Expectantes porque se empezaba a formalizar aquello para lo que habían asistido. Es que, envolver el congreso es todo un emblema. Un símbolo. Su significado es abrazar la democracia. Abrazar a la Republica. Abrazarnos a nosotros mismos con el fin de contenernos.
Se trata de contener nuestras tristezas, deshonras, decepciones, miedos, incertidumbres, temores, angustias y muchos otros sentimientos que culminan por debilitarnos. Es, justamente, “mimarnos” para fortalecernos.
Eran las 12:50 y una bandera de 150 metros con los maravillosos colores de nuestra patria comenzaba a desplegarse alrededor del Congreso. Su punto medio se encontraba lindando la puerta ubicada al frente de la plaza donde se hallan las estatuas de los dos Congresos.
No alcanzaba para cubrir las 4 cuadras. Muchos se agarraban de la bandera personal de quienes tenían al lado. La policía empezaba a dar el presente, aunque los disturbios jamás llegaron.
Para las 13 horas se había concretado el abrazo. El reclamo era legítimo. Los presentes volvían a gritar desde el interior de su pecho “¡viva la patria!”. Nadie quiso quedarse sin participar.
Era el pueblo. Aquel pueblo golpeado, maltratado, desoído, injuriado, pero más vivo que nunca. Pidiendo por ellos. Por todos. Por la Republica. Por la democracia. Una democracia decente. Nada más…
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