Lamentablemente, la velocidad a la que la Argentina se dirige hacia la implantación de una dictadura comunista irreversible es mucho más rápida que la secuencia de estas columnas.
De modo que los temas se agolpan desordenadamente en el cerebro y hay que hacer un esfuerzo de elección cada día para llevarles el que uno cree es el más alarmante, dejando de lado o postergando otros que proponen la disparatada y ya desembozada ocurrencia fascista de lanzar un control estatal confesado y abierto -al estilo de la China comunista- sobre las redes de Internet, propuesto por el senador kirchnerista Alfredo Luenzo.
Pero, como dijimos, dejaremos eso de lado para concentrarnos en lo que dijo Mr Misery -el presidente Fernández- referido a los méritos.
El vergonzoso presidente que una mayoría de argentinos eligió, dijo que “en una sociedad todos ganamos lo que merecemos. Pero cuando unos ganan mucho y otros poco, eso no es una sociedad sino una estafa”.
¿De modo que Fernández se cree con los poderes del enviado del Señor a la Tierra para determinar la línea que separa el mérito de la estafa? ¿Hasta dónde, Sr Fernández, va a considerar usted que mi esfuerzo, mi creatividad y mi dedicación se merecen ser retribuidas de manera acorde a ese mérito y desde dónde esa misma retribución será considerada por usted una estafa? ¿Quién es usted para subirse a semejante altar y juzgar la retribución de mi trabajo? ¿De dónde carajo salió?
Por otra parte habrá que preguntarse qué incentivo tendrán esos creadores, esos soñadores, esos emprendedores, para iniciar la aventura de una empresa que dé empleo, que dé salarios dignos, que dé una condición social acorde con el desarrollo a los argentinos de bien, si va a llegar un punto en el que aparezca Mr Misery con su dedo en alto para decir que aquel emprendedor ha cruzado la línea del mérito y se ha convertido en un estafador.
¿Cuál será el futuro de progreso al que puede aspirar la Argentina si el presidente parece guiarse por las ideas que Churchill definió así: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la prédica de la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”?
El país profundizará su miseria y su escasez y las únicas cabezas que sobresaldrán serán las de los señores feudales que determinen hasta dónde el progreso es mérito y desde dónde es estafa.
Pretender embarcar a la Argentina en un sistema fracasado que sembró el mundo de miseria en aquellos países que tuvieron la alucinante idea de creer que semejante engendro funcionaría, no constituye ya un acto de ignorancia, sino un acto de maldad, de perversión.
Echar baldes de nafta llenos de odio contra las personas que justamente -como sabiamente lo advirtió el presidente uruguayo- nos podrían sacar del marasmo porque la retribución a su mérito las entusiasma a invertir más, a dar más trabajo, a crear más, a inventar más, a tirar más del carro, constituye un acto de una ceguera tal que, como dije, solo puede ser atribuido a la ignorancia y a la maldad.
Pero si hay algo que retoba más el espíritu contra este señor pequeño y descartable, es la soberbia y la altanería a las que se sube para pretender juzgar desde una alta torre lo que debe ser entendido por retribución merecida y lo que debe ser entendido como abuso fraudulento.
Solo una mente pequeña que nunca se expuso a los veredictos del público en las artes de hacer bien las cosas para satisfacer demandas de la sociedad, puede ser tan ignorante a la hora de conocer cómo funcionan los mecanismos que los seres humanos usan para aprobar las conductas de sus semejantes.
¿Quién se cree que es usted, Fernández, para reemplazar las decisiones volitivas voluntarias y libres de millones de personas que deciden premiar las ocurrencias, los emprendimientos o los esfuerzos de otro?
Seguramente, para el bilioso Fernández y la troupe que comanda la emperatriz de El Calafate, el señor Marcos Galperín debe ser un estafador. Para ellos el CEO de Mercado Libre no es alguien que tuvo la astucia de descubrir una necesidad insatisfecha de la sociedad y que, a partir de esa percepción, se preparó e invirtió para satisfacerla eficientemente.
Para ellos la sociedad tampoco es un árbitro justo que con sus decisiones premia o castiga las ocurrencias de Galperín. Para ellos la sociedad es un conjunto de pelotudos que caen estafados por las vivezas de un oportunista que debe ser bajado de su pedestal a fuerza de impuestos confiscatorios, para que todo vuelva a ser justo.
Otra frase de Churchill pinta el futuro de un país que, por ese camino, aspire al progreso: “Una nación que intente prosperar a base de impuestos es como un hombre con los pies en un balde tratando de levantarse tirando de la manija”.
¿Es demasiado genial para usted, Fernández, para que pueda comprenderlo? Es posible.
Le propongo algo más simple entonces: ¿por qué no ilustra a los argentinos (y para ello puede pedirle ayuda a su ejército de fracasados) dándonos un ejemplo (reitero, tan solo uno) en donde el sistema socialista (aquel que llega un momento que considera que el mérito se transforma en estafa) haya significado el progreso para el país que tuvo la delirante idea de adoptarlo?
Un solo ejemplo (reitero uno solo) de algo que ese sistema le haya entregado al mundo como avance o desarrollo del cual la humanidad se pueda estar sirviendo hoy (una vacuna, un dispositivo, la cura de una enfermedad, lo que sea, algo que el socialismo, en cualquiera de sus formas, pueda ser reconocido por haber contribuido al progreso material, de salud, tecnológico o de cualquier índole del Universo)
No se gaste, Fernández. No hay. No hay un solo ejemplo. La gente huye de los paraísos que ustedes dicen construir. Huye a pie, en balsa, con lo puesto. No les importa nada con tal de dejar atrás las cárceles que ustedes levantan.
Usted, Fernández, pasará a la historia no por ser un presidente de la Argentina. Pasará a la historia por ser un personero (ni siquiera un protagonista) de la peor calamidad que vivió el país en medio siglo.