La Argentina necesita sí o sí que la economía privada vuelva a confiar. Que trabajadores, empresarios, prestamistas, ahorristas, consumidores, saquen los dólares que tienen bajo el colchón y confíen en los pesos que tienen en la billetera y que se pongan a hacer cada uno lo suyo. Para eso, todos ellos tienen que creer que no van a perder lo que arriesguen.
Sin embargo, Alberto Fernández no logra generar la certidumbre y la confianza que le demanda toda esa economía privada. No importa lo que haga. Puede jurarles racionalidad a los empresarios con los que se reúne en privado.
Puede reeditar, como hizo ayer, las mismas puestas en escena de pactos sociales que no van a ningún lado. Puede buscar un acuerdo con el FMI. Pero nada de eso puede suplir lo básico: Fernández tiene que garantizar que el Estado voraz que comanda no se va a comer los dólares y los pesos de los argentinos con confiscaciones, emisión inflacionaria y más impuestos.
Tiene que explicar en público que tiene un plan para reducir el gasto público. Eso y que tiene poder para ejecutarlo.
Y Fernández no puede hacerlo. ¿Por qué no puede? Bueno, porque la base electoral de Fernández se llama Frente de Todos, pero es en realidad el viejo y eterno Partido del Estado, que hoy es el kirchnerismo más aliados múltiples. Ese partido reúne a todos los que se abastecen en la economía privada, pero viven, algunos muy bien y otros pésimamente, del Estado.
Son los empleados públicos, las burocracias provinciales que viven de la coparticipación, gran parte de los jubilados, los casi 500 mil piqueteros que viven de planes, los millones de subsidiados de todo tipo, las industrias prebendarias que sobreviven por algún decreto. Ese partido está manejado estratégicamente por Cristina Fernández.
Para convencer a la economía privada de que va a dejar de ordeñarla y confiscarla Fernández tiene que traicionar a Cristina y al Partido del Estado. O debe convencerlos a los dos que acepten autoajustarse, algo que nunca jamás en la historia admitieron.
Las señales de esa tensión entre Fernández y el Partido de Todos ya están en todas partes. Las protestas y paros que hoy hace el sindicato estatal K ATE, el paro del sindicato universitario Conadu Histórica, las protestas en la salud pública, las dificultades para ir moderando el IFE por la presión de las provincias más feudales, el sigilo para establecer la nueva fórmula de movilidad, el rechazo frontal de Ctera, el sindicato hiper K de la educación, a cualquier modesta vuelta a las aulas son apenas los signos de esa tensión, que están expuestos hoy, en un solo día, en una sola jornada.
El presidente la tiene difícil. Quedó atrapado entre el Partido del Estado y todos los demás, los que se ahogan en la destruida economía privada.
Y ya no es posible decir una cosa en privado y otra en público, o decir una cosa hoy y otra mañana o que el presidente diga una cosa y los ministros otra. Ya todos saben que esta es la situación. Y casi nadie cree que se pueda ir por el medio. Porque hasta para empezar a moverse de a poco y con cuidado, primero hay que elegir para dónde ir.