Ahorristas que huyen del peso. Empresas que se van o desinvierten. Jóvenes que emigran. Y un gobierno sin respuestas que evade la realidad. En esta Argentina en fuga, la crisis escala.
La huida del peso acelera la destrucción de la moneda. Predice más inflación. La actual ya devora ingresos a un ritmo que alarma.
El INDEC informó que una familia tipo –dos adultos y dos menores– necesitó en septiembre 47.216 pesos para no caer en la pobreza.
El salario promedio en blanco apenas supera esa línea. Es de 47.772 pesos, según el Ministerio de Trabajo. Los sueldos en negro han sido históricamente la mitad de los formales. En julio un hogar pobre lograba cubrir apenas el 60% de la canasta básica.
Conocimos que otra empresa deja el país: Brightstar, que ensambla celulares Samsung en Tierra del Fuego. Una decena de compañías extranjeras anunció ya su decisión de desinvertir en la Argentina.
Las que se quedan, en promedio, no alcanzan a reponer el capital obsoleto. Unas 40.000 pymes directamente cerraron en el primer semestre del año. La inversión productiva estaba en julio un 38% por debajo de los magros niveles del año pasado.
La inversión es el motor de la creación de riqueza y de empleo de calidad.
Miles de argentinos, en su mayoría jóvenes capacitados con ambición de progreso, se van del país.
Huída del peso, salida de empresas, emigración, y una raíz común: la desconfianza en el futuro. El gobierno intenta resolver el problema atacando los síntomas, no la causa.
La corrida cambiaria es uno de ellos. Los tecnicismos aislados no la detienen. En esa pelea desigual se rifaron el superávit del comercio exterior y las reservas netas líquidas.
Dos economistas respetados informaron la situación que Guzmán se niega a blanquear. Ricardo Arriazu calculó que las reservas contantes y sonantes ya son negativas, en 500 millones de dólares. Marina Dal Pogetto afirmó que el Banco Central “está usando recursos que no son propios, sino una parte de los encajes de los depósitos en dólares”.
Tal vez por eso el ministro enfatizó que “hay reservas que se pueden hacer líquidas”. El oro, por caso, valuado en no mucho más de 4.000 millones de dólares. Se está girando en descubierto contra ese capital.
El déficit fiscal se espiraliza y multiplica las necesidades de emitir más pesos. Más combustible a una previsible hoguera inflacionaria si no se desactiva esa tendencia. En septiembre la recaudación creció 34% y el gasto, 70%.
Hasta ahora el Gobierno se empeñó en esconder la inflación bajo la alfombra de controles insostenibles. La consultora EcoGo señaló que el 60% de los precios que mide el INDEC están congelados o con valores topes.
El intento de reprimir la inflación fijando precios políticos sólo posterga el problema o genera otros nuevos. Primero, desabastecimiento. Después, más desinversión. Nadie arriesga capital en un negocio a pérdida.
El margen para seguir huyendo de los problemas se achica.