Es pasmoso el desconocimiento del presidente Alberto Fernández en relación al campo y a la ruralidad argentina. El presidente repite con liviandad frases vulgares que son errores. Es bastante vergonzoso para un país que está entre los cinco grandes agroexportadores del mundo.
Y es medio ofensivo para el interior, en especial para Centralia, la franja central del país. Es como si el rey de Arabia Saudí no supiera que existen la nafta súper y la premium.
Hoy, al justificar la participación de Juan Grabois en la usurpación de Entre Ríos, el presidente exhibió sus errores conceptuales y empíricos.
Por empezar, volvió a culpar a la soja. Dijo que “la soja desempleó cada vez más gente en los campos y generó hacinamiento en zonas urbanas”. Es una estupidez. En 1980, cuando faltaban 20 años para que apareciera la soja RR, el 35% de los argentinos se amontonaba en el conurbano. En 2010, cuando el boom de la soja ya se había asentado, el 31% de la población estaba en el conurbano. Son datos oficiales de Indec.
El gobierno de científicos piensa con la cola. Al revés: uno podría pensar que la soja fue un boom para el interior. Y que si durante 20 años no le hubieran confiscado al interior las retenciones para subsidiar con eso el agua, la luz, el gas y los trenes gratis del Gran Buenos Aires que ni siquiera existen en el campo, mucho más gente se hubiera asentado en los pueblos y no en La Matanza. ¿Así definen políticas? ¿Con todas estas premisas falsas?
Revoleo de hectáreas
Fernández también avaló la idea de Grabois de entregar tierras para que la gente deje el conurbano. “Hay muchas tierras del Estado que podrían entregarse a quienes quieran producirlas”, dijo el presidente, fertilizando esta idea tilinga del progresismo de Recoleta de que basta revolear hectáreas para producir algo.
De hecho, si fuera por eso, sobra el dinero. Sólo con el presupuesto público que este año están manejando sin licitación Grabois y los suyos para financiar a los 500 mil piqueteros del plan Potenciar Trabajo se podrían comprar más de 100 mil hectáreas a precio de mercado no del duro monte santiagueño sino de Villa María. Grabois ya tiene la plata para su utopía medieval de campesinos mansos de azada y rosario a la hora del Angelus. Pero no lo ejecuta.
Y eso es así porque la tierra sola no produce nada. Si fuera así, hoy la Pampa produciría las mismas toneladas de cereales que producía antes de la conquista española. El que produce es el ser humano, no la tierra. Y no cualquier hombre, cualquier mujer. Son ellos y su esfuerzo; su conocimiento, sus inversiones, su tecnología, su infraestructura, sus máquinas, su inteligencia biotecnológica, sus transportes, su capacidad para transformar vegetales en proteínas animales, su talento para transformarlos en bienes con demanda.
El presidente Fernández no tiene la menor sospecha de todo esto. Tiene la mirada de un siglo de distorsión porteñocentrista, de un país que se amontona al borde sí mismo y vive de espaldas al campo al que parasita, sin tener la menor idea de lo que sucede en la tierra.