Parece que este año, por primera vez, vamos a llegar a los 180 días. Pero no de clases sino de No-clases. Ya sé que hubo clases por Internet. Pero no embromemos.
Especialistas de todas las camisetas admiten que muchísimos chicos se quedaron afuera, que muchísimos maestros no le encontraron la vuelta, que muchísimos alumnos se engancharon al principio pero después colgaron los guantes y que en muchos casos una semana sólida de clases presenciales se quiso reemplazar con un correo electrónico a la semana. No es lo mismo la clase presencial que por Whatsapp.
Sin embargo, no hay forma de lograr que las clases se retomen. Yo sé que no hay que generalizar y que decenas de miles de maestros dieron lo mejor este año y que muchísimos quieren volver a la escuela, pero claramente ese no es el principio que guía a sus gremios y al sistema educativo.
Por ejemplo, se supone que las clases volvieron en la Ciudad de Buenos Aires.
Pero eso es una forma de decir. Los chicos van de vez en vez, en grupitos de a 10, durante un ratito y para hacer más que nada actividades deportivas, recreativas, lúdicas, artísticas, de orientación, de intercambio y de… no sé cómo decirlo… de “cierre de ciclo”. En fin, nada de matemática, lengua y esas cosas que la enseñanza argentina, copada por la casta sindicopedagógica, decidió hace rato que no hacen más falta.
En realidad, la vuelta a clases es más que nada la excusa perfecta para que se pueda cumplir el acto ritual más importante, esencial y fundante de la educación argentina: el paro docente. Desde hace años, sabemos que hay clases porque hay paro. Si no hay paro, es porque estamos de vacaciones.
En efecto, el sindicato docente de la Ciudad de Buenos Aires, Ademys, cumple una semana de paro, así, de entrada, de una: una 5 días de paro contra 0 días de matemática o lengua. O sea: es una huelga a la nada.
El delirio viene de antes. Ya en octubre y a principios de mes Ademys se clavó dos paros, entre otras cosas, contra el inicio del ciclo lectivo próximo, previsto para el 17 de febrero. O sea que además de paros a la nada le hacen paros al futuro.
Los 5 días de paro de ahora se hacen con la excusa del riesgo de contagio. Es un chiste. Primero, los mismos docentes que no van a clases podrían contagiarse en cualquier otra cosa, por ejemplo, yendo a los casinos, que eso sí es esencial en la patria de Cristóbal López y están abiertos sin drama. Y segundo y más importante: ¿a los sindicalistas docentes les parece bien que otras personas produzcan sus alimentos, se los pongan en la góndola en el súper, los transporten, carguen los cajeros donde ellos cobran sus sueldos, les carguen nafta para la escapada a las sierras que ya empezaron? ¿Por qué no están dispuestos a hacer el mismo esfuerzo recíproco que todos los demás? ¿Será que ellos mismos consideran que la educación ha dejado de ser un servicio esencial?
Reitero la pregunta para que ustedes la piensen: ¿Será que ellos mismos consideran que la educación ha dejado de ser un servicio esencial?