No es sencillo hacer un balance de un gobierno atípico en un año atípico. El gobierno de Alberto Fernández es uno de los más singulares de la historia democrática argentina. Nunca un presidente fue designado para encabezar la fórmula ganadora por su vicepresidenta. Y luego, la arrasadora llegada de la pandemia del Covid-19 que puso patas para arriba al mundo entero.
Desde la campaña electoral, el Presidente sabía que tendría que lidiar con los efectos de una profunda recesión, que se remonta al 2018, y lidiar con los efectos del descomunal endeudamiento tomado durante la gestión de Mauricio Macri, pero ni en sus peores pesadillas anticipó el escenario de incertidumbre sobre el que debería gobernar. Ningún dirigente del mundo estaba preparado para semejante amenaza. El llanto de la premier alemana Ángela Merkel, la semana pasada, mientras pedía responsabilidad a los ciudadanos de su país, revela la magnitud y universalidad de la tragedia.
En ese contexto vale consignar aciertos y errores, avances y retrocesos. En una apretada síntesis se puede señalar que, en relación a la pandemia, el sistema de salud no colapsó –ningún enfermo se quedó sin asistencia respiratoria y a la luz de lo ocurrido en Europa no es poco– pero la cuarentena extendida durante tantas semanas dejó consecuencias devastadoras para la población. Un solo dato revela el tamaño de la crisis: veinte millones de argentinos son pobres. Una verdadera catástrofe social a pesar de la enorme cantidad de recursos que aportó el estado entre los programas ATP e IFE.
También hubo anuncios desmedidos y comparaciones livianas. En paralelo, se negoció bien con distintos laboratorios y se anunció un plan de vacunación para las próximas semanas con la vacuna rusa. No se puede obviar que faltaron testeos y, a la vez, que se experimentó bien con nuevas terapias. Los científicos argentinos siguen siendo un invalorable capital humano.
Hubo una eficaz coordinación entre el estado nacional y la provincias más allá de algunos cruces fuertes entre funcionarios de Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. Diciembre expone un saldo de víctimas fatales muy alto: más de 40 mil fallecidos, pero es de miopes no registrar que esa cifra se podría haber multiplicado por dos o tres si no se preparaba el sistema de salud para la emergencia. Con la honestidad intelectual que lo caracteriza, el ministro de Salud porteño Fernán Quirósreivindicó la cuarentena estricta ante el cacareo absurdo de quienes denuncian una supuesta “infectadura”.
En la economía, el esquema es parecido: logros y retrocesos. El ministro Martín Guzmán alcanzó un amplio acuerdo con los acreedores privados, pero no se logró calmar la corrida financiera hasta hace unas semanas. Se perdieron muchas reservas y el cepo continúa. Se mantuvo la independencia del Indec que registró una inflación indomable y una fuerte caída del consumo. Se desdolarizaron las tarifas y aún así, para muchos argentinos, es una proeza cumplir con el costo de los servicios.
Hubo errores no forzados como el intento de estatizar Vicentín a los ponchazos y fuertes cruces con los empresarios. El gobierno tuvo que retroceder aunque la estabilidad de la cerealera es frágil y sus directivos deberán enfrentar sanciones penales. A la par se hicieron varias convocatorias al diálogo sectorial y un cierre de año con un encuentro más que simbólico entre Guzmán y Paolo Rocca, el mayor empresario del país. Rocca contó del aumento en la producción del conglomerado que dirige mientras pedía por la reducción de impuestos. A todo esto, el Congreso sancionó el aporte solidario de las grandes fortunas. Su aplicación está en veremos. Una reforma fiscal que permita establecer un sistema progresista, más eficaz y simplificado, es imperiosa.
El ministro de Economía, además, terminó el año con un fuerte respaldo político (es de los pocos funcionarios del gabinete que conversa con la vicepresidenta) y el respeto de los mismos dirigentes empresarios que lo vapulearon maliciosamente mientras exponía en el Coloquio de IDEA. Su partido recién comienza. En marzo debe cerrar un acuerdo con el FMI y se propuso una reducción gradual del déficit en tres años que, en Argentina, parece una utopía.
En términos políticos también hay buenas y malas. Alberto Fernández abrió su gestión con la promesa de superar la grieta y, en el comienzo de la pandemia por primera vez en una década, el objetivo parecía posible. Las fotos junto a Horacio Rodríguez Larreta se volatilizaron con el correr de los días. El kirchnerismo eligió al Jefe de Gobierno porteño como el gran rival a erosionar y el Presidente sigue la ola. Deberían repensar la estrategia, lo mismo hicieron con Macri con el resultado conocido.
El clímax fue la insólita manera en que Fernández anunció la quita de puntos de la coparticipación a CABA. El día en que todos esperaban un discurso de defensa de la democracia ante la amenaza de la policía de Buenos Aires que llegó a rodear la quinta presidencial, Alberto sorprendió a propios y extraños con el anuncio económico. Al estilo Vicentín, la decisión tenía argumentos sólidos –CABA fue beneficiada en exceso por Mauricio Macri y por decreto¬– pero fue pésimamente comunicada y peor implementada. Larreta perdió recursos pero ganó volumen político. Ya nadie duda que es el principal referente de la oposición. De paso, se quedó con el discurso de la “racionalidad” que era el principal capital simbólico del Fernández de comienzos de año.
La coordinación en la coalición de gobierno tampoco es un lecho de rosas. El año del binomio presidencial termina entre silencios y frialdad. Se mostraron juntos en el acto de la ex ESMA pero hace rato que no hablan y Alberto suele enterarse de los movimientos de su compañera por los diarios. ¿Esto implica una eminente ruptura, como vaticinan los analistas políticos de los grandes diarios con inocultable entusiasmo? Obvio que no. Alberto y Cristina tienen su destino político anudado. Comparten el mismo objetivo aunque no tienen la misma agenda ni coinciden en las prioridades de la gestión. El ataque a la Corte Suprema, articulado por la vice en una carta pública, donde acusa al tribunal de propiciar el Lawfare y extorsionar al gobierno es un ejemplo. El presidente dijo que lo compartía pero jamás algo así saldría de su boca.
Alberto Fernández termina un año que, como todos los argentinos, desea dejar atrás. Por eso eligió conmemorarlo de manera modesta, anunciando un plan de vacunación que le permita hablar de salud y no de enfermedad. Anunciando obras públicas y haciendo referencias a “la inminente recuperación” de la economía.
Los desafíos que tenía hace un año continúan abiertos. Una segunda ola del Covid aparece tan amenazante como una estampida de precios. Tendrá que demostrar que es algo más que un administrador de la crisis.