Para el kirchnerismo la guerra fría no terminó. Vive aún creyendo que las imágenes del Superagente 86 son actuales y que, en efecto, la humanidad tiene frente a sí dos modelos antitéticos -pero en principio ambos potables- para resolver sus problemas.
No se enteró del colapso de la URSS, de la caída del Muro de Berlín y de las innumerables evidencias que han demostrado, con pelos y señales, el fracaso más rotundo del comunismo.
Son varias las vertientes, dentro de ese engendro generado en Santa Cruz, que confluyen finalmente en el mismo lugar.
Naturalmente están los que deben creer sinceramente en ese cuadro de situación, es decir, gente que está convencida de que el comunismo no fracasó y que todo se trató de una enorme treta del marketing occidental que, con éxito, convenció al mundo de que la historia de las ideas había terminado. Se trata de gente, o bien fanática o bien muy ignorante, que continúa convencida de la cantinela marxista.
A este subgrupo no le bastaron los millones (350 mm aproximadamente) de personas que el comunismo tuvo que matar (al 70% de hambre) para apenas subsistir 70 años. No se convencieron de las paupérrimas condiciones de vida que tenían las personas que vivían detrás de la Cortina de Hierro cuando se las comparaba con las que disfrutaban personas iguales a ellas en el mundo libre.
Esa vida, propia de otras épocas del mundo, fueron las que gobernaron a la URSS y a los países de su órbita durante las siete décadas que perduró el comunismo: imágenes grises, de una pobreza increíble, con gente oculta, llena de miedos y secretos, fue la que imperó en esa parte del mundo gracias al marxismo.
Cuando contrastábamos esas imágenes tristes con el vigor occidental, con la vida multicolor del oeste, con la creatividad, la movilidad, la inventiva y la alegría propia de la libertad que se respiraba en el hemisferio libre, no podíamos creer cómo, alguna vez, el mundo había tenido dudas sobre la superioridad práctica y moral del sistema de vida occidental.
Los contemporáneos de esos años vimos cómo terminó todo: con la gente rompiendo a martillazos el muro de la vergüenza, con millones abrazando las diferencias de la libertad pero también las oportunidades que ofrece vivir bajo la determinación propia y no bajo el yugo de una bota autoritaria.
Luego están los que aún persisten con esas ideas por conveniencia, es decir, vivos que saben que, de restaurar un régimen como ese, formarán parte de la nomenklatura privilegiada que accederá a todo con claras diferencias sobre el hombre común, tal como sucedía en la URSS y en todo su imperio satélite. De estos también hay -y muchos- en el kirchnerismo.
También están los resentidos, los envidiosos, a quienes les resulta químicamente intragable que un sistema que no es el suyo produzca riqueza mientras ellos solo producen miseria. Son personas ignorantes, enroscadas en una furia que no tiene demasiada explicación, y que con tal de no admitir el éxito que día a día produce la libertad, harían cualquier cosa -literalmente cualquier cosa- por insistir con el sistema fracasado y con la reivindicación de los que aún lo representan.
Hay personas, también, que reúnen todas estas características: es decir son teóricos que creen en el marxismo, que aspiran a integrar la nomenklatura diferenciada y que tienen un profundo resentimiento y envidia por los logros del sistema libre.
Toda esta bolsa de bosta está presente en el kirchnerismo: gente ignorante, resentida, llena de odio y vivos que ven un yeite.
Esta gente no tiene límites cuando hay que transmitir la idea de que, cuando se trata de discutir cuál es el mejor sistema de vida para el hombre, la discusión no terminó y que el comunismo aún sigue en carrera.
Naturalmente esa visión de la continuidad de la guerra fría y de la vigencia de una lucha entre dos sistemas antagónicos pero donde los dos tienen cosas buenas para mostrar, también existe fuera de la Argentina y fuera del kirchnerismo.
Si bien se mira, los antiguos protagonistas de los dos bandos, siguen más o menos en su lugar con otros nombres y otras tácticas.
En efecto, fuera de la Europa Oriental -que era soviética antes de la caída del Muro y del desmoronamiento de la propia URSS y que ahora está en gran medida incorporada a la Unión Europea (Polonia, República Checa, Croacia, Eslovenia, Estonia, Eslovaquia)- el resto de los países, empezando naturalmente por Rusia y China, siguen ofreciéndoles a los ignorantes, resentidos, envidiosos y “vivos” del mundo, una opción de referencia adonde ir a apoyarse cuando se trata de oponerse a la opción de vida de influencia norteamericana.
Y este planteo profundo tiene, quiérase o no, manifestaciones estúpidas, prácticas y cotidianas en todos los campos de la vida de un país donde ese conjunto de ignorantes, resentidos, envidiosos y “vivos” haya logrado hacer pie.
Todo esto viene a cuento de la saga de las vacunas contra el Covid-19 y la increíble novela de irresponsabilidad a la que estamos asistiendo los argentinos.
Porque, en principio, parecería ser que si con algo no hay que joder es con la salud de todo un país; si un campo no debería estar expuesto a estas pelotudeces ideológicas es, justamente, el de la salud pública.
Pero no. Allí también esta pequeñez mental mete la cola. Ayudados seguramente por el hecho que, de paso cañazo, con estos regímenes oscuros y poco transparentes se pueden hacer suculentos negocios sin que el pueblo se entere, toda esta horda de ignorantes, resentidos, envidiosos y “vivos” se ha lanzado a atar a la Argentina a la suerte de la vacuna rusa.
Su mensaje pareció ser: “así que los ‘occidentales’ tienen sus vacunas (Pfizer, Moderna, Oxford, todas con el intragable y sacrílego sello anglosajón); bueno: nosotros tenemos la nuestra, la Sputnik V. Y es la que vamos a traer a la Argentina (y de paso nos hacemos unos negocitos con la opacidad de Putin)”
Ustedes dirán: “¡¡pero no puede ser… qué estás diciendo!!”. ¿Qué estoy diciendo? Pues lo que digo: que nada supera la mezcla de la ignorancia ciega de un ideologismo gastado con la posibilidad de hacerse de unos cuantos millones fruto de un oscuro negocio nuevo.
Porque seremos marxistas, ignorantes y envidiosos, pero no somos pelotudos: somos lo suficientemente vivos como para no perder las oportunidades que pierden los honrados, los que creen en la libertad y los que privilegian lo mejor para la salud de todos.