Gran parte de la sociedad decretó de hecho el fin de la pandemia. Lo indican las multitudes que rompen en las calles cualquier noción de distanciamiento social. Y en muchos casos sin la protección de un barbijo bien puesto.
La primera señal equívoca la dio la política. Marchas opositoras, marchas oficialistas y el desastre en el funeral de Maradona, organizado por el propio Gobierno.
El montaje político alrededor de la Sputnik añade confusión. Estimula la idea mágica de una solución inmediata y soslaya las dificultades del mientras tanto. Expertos reconocidos señalan que si la campaña de vacunación se coronara con éxito, recién en el tercer cuatrimestre del año que viene se lograrían niveles de inmunidad adecuados.
Todavía no pasamos la primera ola y la curva de casos volvió a empinarse. Ayer tuvimos más de 8.500. Y se acumulan indicios de que la tendencia puede profundizarse: aglomeraciones callejeras; descontrol en los centros turísticos durante el último fin de semana largo, y la amenaza de nuevas cepas de virus, con mayor capacidad de contagio.
Queda todo el verano por delante y la probable segunda ola del Covid en el otoño.
Mientras se desarrolle la vacunación, que será gradual, urge restablecer la disciplina social para no alargar la pesadilla. Ya tuvimos 42 mil muertos. Es demasiado.
Violar las normas de protección nos convierte en propagadores del virus. Es una ley inexorable de la pandemia que debemos asumir.
La responsabilidad es cada uno de nosotros y de las autoridades. Falta una comunicación oficial despolitizada, pedagógica e inequívoca sobre cómo prevenir los contagios y los riesgos de no hacerlo.
Parece increíble a esta altura, pero hay demasiados maestritos con libritos diferentes sobre cuestiones elementales. Ejemplos: cuál es, en concreto, la distancia social indicada en cada circunstancia; qué características debe tener un barbijo eficaz, cómo y cuándo debe usarse; cómo, con quiénes y con cuántas personas podemos interactuar de manera segura.
La gestión de las vacunas es otro capítulo. Es inquietante la falta de transparencia en la información científica disponible.
Como ya explicó el colega Pablo Sigal, en nombre de la emergencia se manipuló el procedimiento de aprobación. En el caso de la Sputnik, no la extendió el organismo técnico pertinente, la ANMAT –que por otra parte sigue intervenida–, sino la misma autoridad administrativa que gestionó con escasa prolijidad la compra de apuro de esta vacuna. Lo peor es que no se publicó aún ningún informe técnico que la sustente y que pueda someterse al escrutinio de la comunidad científica.
En esta primera tanda, la vacuna se aplicará a uno de cada tres profesionales y trabajadores de la salud. Todavía está pendiente de confirmación técnica si se podrá inmunizar pronto a los mayores de 60 años, aunque el Presidente diga que él lo hará.
Todo indica que Argentina accederá a otras vacunas. Pero el cronograma es incierto. Y el rebrote nos pisa los talones.
El gobierno debería llenar con rigor todos los baches informativos. La credibilidad en la vacuna –única luz al final del túnel– debe sostenerse con la evidencia y no reducirse a un acto de fe. No hacerlo sería un error de cálculo político. El Presidente tiene otra oportunidad de corregir la azarosa gestión de la pandemia.
La sociedad lo necesita con urgencia para mirar el futuro con más certidumbre y optimismo.