De un tiempo
a esta parte, todo ese mundo de las ciencias ocultas -como las que ya hemos
comentado y rebatido en este espacio, la
astrología, la teosofía, el
Rosacrucismo, así como el
psicoanálisis, la
homeopatía, el
curanderismo, la
herbolaria, la
parapsicología , el
espiritismo y otras pseudociencias de
las que he tratado en mi libro El mundo
ficticio (1996)- se ha "enriquecido" con el aporte de la
ufología (de U.F.O.
sigla que significa Unidentified Flying Objet:
objeto volador no identificado, esto es:
ovni).
Hace unos sesenta años que se viene hablando de visitantes extraterrestres
que estudian la Tierra y sus habitantes. En décadas pasadas se hablaba con mayor
frecuencia sobre el tema. Con más énfasis durante las denominadas "oleadas" de
avistamientos como los de los años 1954 a nivel mundial que abarcaron Europa, Africa, EE.UU., Canadá, Islas Azores portuguesas, la India, Tailandia, Birmania
e Irán (véase: Jacques Vallé: Fenómenos
insólitos del espacio, Pomaire, Barcelona, 1967, pág. 178 y sigs.), y la
de 1965 que incluyó a la Argentina (desde Gualeguaychú hasta Bahía Blanca,
Buenos Aires y Mendoza), Uruguay, la Antártida, Australia, etc. (Véase: Antonio
Ribera: El gran enigma de los platillos
volantes, Plaza y Janés, Barcelona 1975, cap. IX).
Hoy el tema está casi acallado, al menos en cuanto a los avistamientos,
aunque por otra parte es evidente que los estantes de algunas librerías
continúan ofreciendo el tema OVNI, en algunos casos esporádicos. Entre muchos,
podemos mencionar el suceso ocurrido en Bariloche el 31 de julio de 1995 cuando
un comandante de Aerolíneas Argentinas que piloteaba un Boeing 727 manifestó
haber sido encandilado, en pleno vuelo, por luces de un objeto color naranja.
También en el curso del mismo año, en la pantalla de televisión, nos mostraron
la "autopsia" de dos presuntos alienígenas caídos desde el espacio en Roswell
Nuevo México, en 1947, "mantenidos en secreto", según se dijo durante nada menos
que 48 años por las autoridades estadounidenses, cuyo filme fue difundido por el
mundo en los canales de televisión.
Si bien no existe, al menos por ahora, tanta batahola como en décadas
pasadas, se advierten en el ambiente las secuelas de esta neocreencia aparecida
a finales de la década de los 40: la de
los humanoides
extraterrestres visitantes de la Tierra a bordo de una clase atípica de
naves: los platos voladores
(platillos volantes, para los
españoles).
La literatura sobre el tema ha sido explosiva, y asombrosa la montaña de
libros que se acumularon en librerías y bibliotecas del mundo.
La opinión pública se halla dividida al respecto, pero según estadísticas,
los creyentes en naves extraterrestres y sus tripulantes de otros mundos, son
amplia mayoría.
Si en la Tierra hay vida y existen trillones de estrellas en el universo,
muchas de ellas acompañadas de planetas -se razona-, y si los materiales de que
estamos hechos: los átomos de los 92 elementos químicos se hallan dispersos por
todo el cosmos ¿por qué no puede haber vida extraterrestre y seres inteligentes
como nosotros?
El razonamiento parece no estar "mal hecho", aunque por otra parte los que
abrevamos en la ciencia, sabemos que la vida es un fenómeno extraño y no se han
encontrado rastros de seres vivos en ningún planeta explorado del sistema solar
hasta el presente.
Es fácil decir de modo sucinto: tenemos
elementos químicos esparcidos por el cosmos en cifras superastronómicas que se
pueden calcular en cuatrillones, quintillones..., por tanto es "fácil" que
aparezcan formas de vida por doquier.
Sin embargo, si analizamos una "simple" célula viviente, unidad biológica
nos encontramos con un mundo microscópico tan complejo, que raya en lo
asombroso, a saber: membrana plasmática, retículos endoplasmáticos,
mitocondrias, lisosomas complejo de Golgi, centriolos y... el maravilloso núcleo
con su intrincado "ovillo" cromosomático donde reina el ADN (ácido
desoxirribonucleico) que encierra la herencia de las formas vivientes y las
conductas síquicas. Todo esto lo podemos hallar descrito en cualquier tratado de
biología, zoología o botánica. Pero esto no es todo. Así solo alcanzamos a
apreciar los detalles celulares de un modo tosco, mas entrar en el terreno de
la citología, sería cansar o confundir al lector no habituado a incursionar en
los laberintos de la ciencia profunda, pues cuando el microscopio electrónico
pasa de los 14.000 aumentos para mostrarnos las cosas del micromundo, nos
encontramos ante un cuadro que se podría comparar con la pintura surrealista. La
micrografía de un retículo edoplasmático, por ejemplo, nos revela una serie de
rayas, zonas oscuras, corpúsculos, círculos pequeños y grandes, partículas de
glucógeno, como una mezcolanza multiforme que demandaría un buen tiempo a
cualquier dibujante que se propusiera imitar ese cuadro. ¡Y nada que hablar del
accionar de las células entre sí formando tejidos con sus funciones específicas,
y del proceso metabólico! ¡Estas son palabras mayores en materia de complejidad!
Y esto aún no es todo. Detrás de eso, en menor escala todavía, están
actuando los átomos y en mayor pequeñez aún los quarks. Todo en movimiento de
intercambio con el medio como unidad biológica cuyo conjunto celular puede ser
una ardilla que podemos ver saltando de rama en rama en los árboles y comer
avellanas, o un "señor" ballena que danza en el océano cortejando a su pareja en
la época de reproducción. Estos son conglomerados de células, de las mismas
células en acción que nos revela el microscopio electrónico en su "intimidad" en
una visión aún burda.
Desde una óptica simplista es fácil afirmar lo siguiente: "puede haber vida
por doquier en el espacio exterior", pero para el biólogo que entiende en
profundidad lo que significa el proceso viviente en su espectacular complejidad,
el fenómeno vida pasa a ser una
singularidad, se restringe su producción en el cosmos y la biología terráquea se
nos figura como un fenómeno casi exclusivo no sólo en nuestra galaxia, sino
también de todo el conjunto cercano de galaxias al que pertenecemos con nuestra
Vía Láctea.
De ahí entonces que, la vida sea un episodio cósmico muy improbable, rayano
casi en la imposibilidad, que no obstante se dio en la Tierra.
Pero aún así, admitamos, a pesar de todo, que pudo haberse repetido en
otros lugares del universo muy alejados de nuestra galaxia. ¿Por qué alejados?
Debemos empujar lejos de nosotros su posibilidad precisamente porque el "señor
azar" es quien permite la aproximación de los elementos químicos para la
producción, tanto del ambiente apto primero como nuestra Tierra (con su
distancia al Sol, naturaleza pacífica y periodo de vida de este astro,
temperatura media global adecuada, abundancia de agua, naturaleza del terreno
continental, su atmósfera especial y todos los demás factores que hacen al
ambiente telúrico), como para la formación de la vida en sí, es decir el enlace,
la chispa de la vida, que permite su propagación y evolución. Todo esto
constituye una singularidad harto improbable de repetirse en otros mundos.
Aceptemos, no obstante, reitero, su repetición en lejanas galaxias sin
intervención, por supuesto, de un dios creador de vida por doquier que no
aparece por ninguna parte, por más que se lo busque.
¡Bueno! Ya tenemos vida en otras lejanas galaxias, pero... ¿es esto
suficiente? No. Es necesaria, a continuación, una evolución que desemboque en la
aparición de seres conscientes e inteligentes para que "algún día" contacten
con nosotros.
¿En qué se basaría esa evolución? ¿En mutaciones genéticas como en la
Tierra? Pero... ¿quién les dijo a los exobiólogos que manejan una ciencia (en
realidad
pseudociencia) sin datos, que el ADN (ácido desoxirribonucleico)
componente del código de la vida, tanto en la forma, tamaño, longevidad, como
en el régimen alimentario adaptación al medio y todas las demás cualidades
específicas como las que presenta, por ejemplo, un elefante, una ballena azul,
un pulpo, un escorpión, un hongo unicelular, una palmera o un negro bantú,
pueden existir como estructuras universales?
Aquí podemos hallarnos en presencia de otro caso singular, de una
repetición casi imposible: la aparición de los genes que agrupados en el núcleo
celular producen, cual galera mágica, todas las especies vivientes de la Tierra.
¿Este detalle lo tienen en cuenta los ufólogos y aquellos astrónomos
entusiastas que fácilmente creen "ver" vida y civilizaciones por doquier, no
sólo en lejanas galaxias sino en nuestra propia Vía Láctea?
Hace un tiempo, no tan lejano, se creía "ver" señales de vida en nuestro
propio sistema solar. Recordemos los "canales de Marte" descubiertos por el
astrónomo italiano Schiaparelli y observados por el astrónomo norteamericano
Percival Lowell (1855-1916), quién sugirió que esa "red geométrica" podía ser
obra de "marcianos" para irrigar el suelo árido del planeta rojo. También se
decía que su suelo "reverdecía" durante ciertas temporadas por causa de los
cambios climáticos, ¡señal de vida vegetal!
Luego, la aceptación de existencia de vida en nuestras cercanías espaciales
se extendió al planeta Venus, dada su similitud (se decía) con nuestra Tierra en
tamaño y nubosidad. Incluso se llegó a conjeturar que allí sobre su superficie,
la vida podría hallarse en la etapa equivalente al Jurásico terráqueo o algo
así, poblada de ¡dinosaurios!
Mitos, sólo mitos
Cuando las sondas espaciales destruyeron el mito de los canales del suelo
marciano mostrando en sus tomas fotográficas una superficie yerma, y la
ausencia total de señales de vida en Venus, la imaginación humana navegó más
allá, y desplazó lejos la vida inteligente hacia otros hipotéticos sistemas
solares vecinos al nuestro. ¡Total! ¡En el cosmos sobra espacio!
Los más sensatos, por cálculos de probabilidades los ubican en lejanas
galaxias.
Bueno... pero... ¿y el ADN y el "mecanismo" de la evolución, son
universales? Es difícil imaginarlo si hay conocimientos biológicos profundos de
por medio.
No obstante, supongamos que la conciencia y la inteligencia extraterrestre
sean un hecho; que se formaron por vías diferentes de las terráqueas. Mediante
mecanismos ni siquiera soñados por nuestros biólogos, si es que las
posibilidades de las interacciones moleculares del universo dan para más que lo
conocido por el hombre, lo que seguramente es así. Bueno, ya tenemos entonces a
supuestos seres inteligentes en plena acción "civilizadora", quizás más
inteligentes que nosotros dos, tres... diez veces más capaces que el
Homo sapiens más lúcido. Ahora viene lo
peor. Primero, ¿cómo salvar distancias que se miden en megaparsecs (un año luz:
9.463.000.000.000 km; 1 parsec: 3,259 años luz; 1 megaparsec: 1.000.000 de
parsecs)?
¿Qué tal si un astronauta de una galaxia distante 55 megaparsecs de
nosotros (175 millones de años luz) se lanza hacia nuestra Vía Láctea con la
misión de estudiar al hombre? ¿Sabrán de su existencia de antemano? ¡Locura!
¿Cómo? Las transmisiones radiales humanas, desde que comenzó la radiofonía
apenas ocupan un globito de ondas en expansión en nuestras cercanías galácticas.
¿Cómo podrían guiarse entonces?
Deberían ser tan longevos que 175 millones de años representaran para ellos
lo que para nosotros son unos diez años a lo sumo con el fin de obtener el
tiempo suficiente para explorar el cosmos y... si no, ¿cómo llegar aquí? ¿Con
una velocidad quizá cien veces superior a la de la luz?
"No importa cómo", los ufólogos afirman que nuestra ciencia es pobre, que
aún desconocemos los secretos de la materia-energía y la plasticidad del cosmos
y que por lo tanto muchas cosas, hoy por hoy imposibles para nosotros, no lo
serán en el futuro como es el caso de nuestros aventajados extraterrestres que
se lanzan al espacio de las megadistancias para dar con "una aguja en un pajar":
nuestro insignificante globito terráqueo entre millones de galaxias, que como la
nuestra contienen cientos de miles de millones de estrellas.
Pero esto no importa, demos crédito (aunque más no sea por diversión) a
las especulaciones ufológicas según las cuales todo es posible. Según los platillistas,¡ya los tuvimos aquí en décadas anteriores! Los extraterrestres
han estado maniobrando sobre la superficie del globo en platos voladores o naves
en forma de "cigarros", "panales de abeja", "balones de rugby", "medusas",
"trompos", "conos", naves madres, naves hijas y todos los artefactos voladores
que caben en la imaginación. Estuvieron aquí observándonos, raptando terráqueos
para ser estudiados, para hacerlos copular con hembras alienígenas o introducir
en sus naves espaciales a conductores de camiones o automóviles con vehículo y
todo para pasearlos o transportarlos de un lugar a otro por pura diversión y
abandonarlos en cualquier parte, a veces a miles de kilómetros de distancia,
quizás porque los alienígenas son poseedores de un alto y morboso sentido del
humor y les gusta divertirse con los pobres e incautos terráqueos presas del
terror al verse arrebatados del suelo como lo fue el bíblico Elías en un carro
de fuego que, según algunos ufólogos muy imaginativos consistió en una nave
extraterrestre de las antiguas, comandada quizás, a nuestro juicio, por el
mismísimo Yahvé (dios de los hebreos) o sus ángeles (léase seres de otros
planetas).
Pero ¡he aquí lo más curioso e improbable!: ¡los que se apersonaron ante
los terráqueos en los denominados "contactos del tercer tipo", presentaban
figura si no humana al menos humanoide,
es decir semejante al hombre!
Este es el punto inadmisible.
Hemos consentido bastante forzadamente, casi como un cumplido en atención a
los ufólogos, que los extraterrestre han estado aquí. Quizás en virtud de un
raro sortilegio arribaron a la Tierra, pero que se trate de humanoides, ¡eso
nunca lo podemos aceptar los que conocemos la ciencia biológica! ¿Por qué?
Porque aquí, en nuestro globo terráqueo tenemos pruebas más que suficientes para
negar esas características a los supuestos alienígenas.
Observemos la fauna actual. ¿Se advierte en ella alguna propensión hacia la
forma homínida en la evolución de los infinitos fílumes? Sería en vano
investigar en los libros de paleontología con la esperanza de hallar en alguno
de los tratados la descripción de algún fílum en cuyos restos fósiles alineados
evolutivamente pudiéramos adivinar cierta tendencia hacia la forma humana o
humanoide.
Ni la fauna actual, ni la extinguida, salvo una sola rama, la de los
primates, ha observado tendencia alguna hacía la forma hominoide. Ni los
gusanos, moluscos, artrópodos, equinodermos ni los peces, anfibios, reptiles
,aves y mamíferos han tendido ni tienden a evolucionar hacia la forma humana.
Este fue un caso único entre los primates. Por su parte entre las formas
vegetales no es posible adivinar ni remotamente alguna tendencia genética hacia
el animal a pesar de que algunas plantas sensitivas se le parecen por sus
movimientos násticos como es el caso del arbusto "mimosa pudica" que cultivo en
mi jardín hace años.
La diversidad de formas existentes en la Tierra en
cifras astronómicas distanciadas de toda morfología humana, nos aleja también de
toda forma
humanoide alienígena. Se trataría
realmente de una casualidad tan improbable que raya casi en lo imposible. El
tejido de la vida es tan complejo en los unicelulares como nosotros, que aun
teniendo en cuenta los trillones de estrellas que pueblan el cosmos observable y
a pesar de ser posible la existencia de billones de planetas y de la cifra
surastronómica de partículas elementales que los matemáticos escriben 10 elevado
a 80 (un uno seguido de ochenta ceros), es muy poco probable que el fenómeno
vida se encuentre repetido profusamente en las galaxias, y menos probable aún es
la formación de nuestro psiquismo, producto de una fabulosa maraña de elementos
pensantes que componen nuestro cerebro. La producción de la conciencia
inteligente como la humana disminuye superlativamente la probabilidad de su
repetición en otros mundos.
Por eso todo suena a ridículo cuando los escritores del género platillista
nos hablan despreocupadamente y con toda naturalidad de enanitos cabezones,
gigantes que aparecieron en la remota antigüedad como lo menciona el texto
bíblico (Génesis 6: 1-4), humanoides que habitaban tierra Azteca, hombrecitos
verdes de Marte, criaturas velludas, casi monstruos, rubios altos tipo terráqueo
nórdico de ojos azules, y todos de aspecto humano o humanoide, que nos describen
los charlatanes de siempre que solo desean vender libros mintiendo
descaradamente. Incluso se los ha "visto" sin escafandra -dicen- a cara limpia,
quizás por provenir de un planeta que posee las mismas particularidades
atmosféricas que la Tierra.
Todo esto lo dicen porque no poseen ni el más mínimo conocimiento de
biología, física, química y astronomía y como sus libros son destinados a un
público masivo lego en esas materias, obtienen éxitos editoriales y los libreros
¡todos contentos!
También suenan ridículas las chanzas a que parecen ser proclives estos
"humanoides" que, cual niños traviesos, asustaron a los incautos terráqueos en
la época del auge de los ovnis. Suena a absurdo cuando nos quieren convencer que
ciertas pinturas rupestres y figuras como el "astronauta" de la pampa de Nazca
(Perú) que aparece dibujado en la ladera de una meseta (que he tenido la
oportunidad de observar personalmente desde una avioneta volando a 100 metros de
altura), o el relieve de la losa funeraria en el interior del
templo de
las inscripciones de la cultura Maya en
Palenque, México, todo eso son muestras evidentes de visitas en el pasado, de
extraterrestres con aspecto humano o humanoide, según los charlatanes.
Por eso, los hombres cultos, sonreímos cuando alguien nos narra sus
"experiencias" con personajes que curiosamente se acercaron a él, le dieron
incluso la mano o lo abrazaron para subir a continuación a una nave
extraterrestre y perderse en el espacio, o cuando nos quieren asombrar
mencionando la bíblica visión del profeta Ezequiel del "torbellino" (según los
ufólogos, nave extraterrestre) que sería el mismo artefacto o algo similar al
"carro de fuego" que arrebató al profeta Elías quien según se describe en la
Biblia (2 Reyes 2:1-12), sube en el "torbellino" al cielo.
Por ello debemos sonreír también ante el filme que recorrió el mundo en el
curso del año 1995, donde se muestra a un "equipo médico" realizando una burda
autopsia a dos "criaturas extraterrestres" muertas en accidente al estrellarse
una nave en Roswell, localidad del estado norteamericano de Nuevo México hace
muchos años; y debemos reír también del susto que se llevó en Bariloche el
comandante de un Boeing 727 cuando en la noche del 31 de julio de 1995 avistó
desde su nave una luz de color naranja, previo apagón en la estación aérea, que
tomó por un plato volador. (Según el
diario La Nación, Buenos Aires, 24-7-95 pág 3 y 2-8-95, pág 18),
También debemos compadecernos de la candidez de los ufólogos locales que,
apresuradamente sobre la marcha de los informes periodísticos, aseguraron que
realmente se trataba no de otra cosa sino de una nueva incursión alienígena a la
Tierra con fines ocultos, quizás con el propósito de confirmar estudios ya
realizados sobre nuestro mundo.
Explicaciones racionales
Es sabido que en latitudes como las correspondientes a la ciudad de
Bariloche, así como más al sur y en la Antártida se produce con relativa
frecuencia un fenómeno atmosférico semejante a la naturaleza de las centellas.
Ciertas condiciones atmosféricas predisponen a la aparición del fenómeno.
Existen variadas explicaciones acerca de las luces que se ven en en el
cielo, como meteoritos que al penetrar en nuestra atmósfera son pulverizados.
Los fenómenos semejantes a centellas muy poco conocidos décadas atrás pueden
manifestarse en forma de globos gaseosos, luces brillantes de colores cambiantes
que alteran las agujas magnéticas del instrumental. En oportunidades parecen
desplazarse en formación o cambian súbitamente de dirección. Durante las
tormentas eléctricas es cuando pueden aparecer los raros fenómenos con el
aspecto de centellas. Esta clase de centella puede ser visualizada en una nube,
su color suele variar desde el rojo hasta el blanco azulado, con una intensidad
que va desde un resplandor rojizo o amarillento hasta una luz blanca
deslumbrante. Puede aparecer y mantenerse por un lapso de unos 20 minutos para
ir apagándose paulatinamente.
Los especialistas M. A. Uman y C. W. Helstrom explicaron así el fenómeno
centella: cuando un gas se ioniza hasta contener electrones positivos y iones en
cantidades casi iguales recibe la denominación de plasma. Este estado de la
materia es buen conductor de la corriente eléctrica y se ve afectado por los
campos magnéticos.
La carga electromagnética que ioniza un pequeño volumen de aire, puede
hallarse entre una nube y la superficie de la Tierra. El calor necesario lo da un
rayo y una vez formado el plasma, la centella se desplaza como si no tuviera
peso y cambia tanto de dirección como de altura con velocidad pasmosa. El tamaño
que puede alcanzar es desde unos treinta centímetros hasta doce metros de
diámetro. El desplazamiento lo realiza libremente influido por los campos
magnéticos creados a su alrededor los que cambian continuamente. Si las
corrientes de la nube a la Tierra son simétricas y fluyen por la centella
simétricamente, la distribución del campo magnético será uniforme y la centella
permanecerá inmóvil en el espacio. La bola de gas ionizado tiene el mismo peso
que el aire que la rodea por cuanto cualquier cambio del campo magnético
determinará un desplazamiento de la centella. (Véase de: Ladislao Vadas
Naves extraterrestres y
humanoides (Alegato contra su
existencia),Imprima Editores, Buenos Aires, 1978, cap. 9).
Esta puede ser una buena explicación de la aparición que presenció el
comandante del avión comercial durante el aterrizaje en la ciudad sureña de
Bariloche. Aunque también "hay evidencias de que los pilotos y los testigos en
tierra observaron luces terrestres proyectadas en las nubes o en las ventanillas
de la nave, "pues según investigaciones se supo que en esos momentos se estaban
usando reflectores en el cerro Catedral próximo al episodio. Se trataba de
máquinas pisanieves que estaban trabajando en las laderas.
En cuanto a la autopsia de los alienígenas, eso es a todas luces puro truco
cinematográfico para cuyo menester los especialistas del séptimo arte son
suficientemente duchos.
Ante los descritos y demás infinitos casos que engordaron y continuaron
inflando la mole de literatura y filmes al respecto, debemos oponer los
detalles fundamentales que lo invalidan todo:
1º Las ínfimas probabilidades ya señaladas de la generación de
inteligencias extraterrestres al menos en nuestras cercanías.
2º La casi imposibilidad de una repetición biológica del sistema celular de
vida, su reproducción basada en el complejísimo ADN (más improbable aún) y de la
formación de un humanoide como corolario de dicha supuesta evolución. Y más aún,
podemos decir, de acuerdo con con las modernas cosmologías que en el caso de que
nuestro universo fuese cíclico, a partir de cada nuevo
big bang se formarían cosas distintas a
las actuales, incluso la vida podría ser imposible. Un exceso de temperatura
sería suficiente para ello. También en el presente
big bang en que estamos inmersos, lo más
probable es que la vida en nuestro planeta sea un caso único, pues no se detecta
por ninguna parte, cierta presunta ley universal de la vida.
3º Las tremendas distancias que, por cálculos al azar, nos separan de esos
otros mundos supuestamente habitados y hacen imposibles las visitas tanto en el
pasado como en el presente de ida y regreso, tan fácil como si se tratara de
viajar de Argentina a Europa, de Europa a Australia y de allí al polo norte
en nuestros aviones.
Luego los "platos voladores" como se denomina en la Argentina (platillos
volantes en España) y sus tripulantes humanoides son un mito como los
fantasmas, los ángeles, los dioses, los hombres lobo, los demonios y todos los
personajes de la mitología.
Por otra parte, en un informe titulado OVNI del diario
La Nación (de Buenos Aires) del 14-3-2004, en la sección Ciencia, pág. 22, se dice que: "El 99 % tiene explicación
científica y el 1% restante carece de valor científico. No existe ninguna
evidencia de la existencia de vida inteligente extraterrestre. Pueden ser
fenómenos naturales, ensayos de modernas naves o chatarra espacial que cae a la
Tierra".
De modo que el
1 % restante bien puede ser solo fruto de la imaginación.
Los platos voladores y sus tripulantes
corresponden en consecuencia solo al mundo de la fantasía. Se trata de
una neocreencia, de una invención más de la mente.
Ladislao Vadas