El mundo real
¿Cómo se puede entender el mundo real? Se supone que cuando hablo de mundo real, estoy dando a entender que debe existir su contrapartida: el mundo irreal.
Por de pronto nos inclinamos a aceptar que todo es real, aún las alucinaciones. Una imagen en el espejo es tan real como el objeto reflejado. Los físicos la denominan imagen virtual, esto es, algo que tiene existencia aparente y no real. Sin embargo, la imagen espejada es un efecto que producen los rayos lumínicos reflejados en una superficie pulida y que inciden en nuestra retina. La imagen "irreal" la elabora nuestro cerebro, pero es evidente que algo penetra en nuestro sistema perceptivo ojo-cerebro. Luego hay algo real que produce el fenómeno visual: los fotones reflejados que interactúan con nuestra retina en consuno con el cerebro, provocando reacciones físico-químicas traducidas en visión, son reales. Apagada la fuente lumínica, no hay más imagen, sólo nos queda el objeto que instantes antes había sido reflejado pero durante el proceso lumínico hubo algo más, otra realidad: ondas lumínicas que se reflejaban en el objeto e incidían en el espejo para a su vez reflejarse allí e incidir en nuestros órganos de la visión.
También se dice que los espejismos son una ilusión engañosa. Pero los físicos explican que se trata de una ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de distinta densidad, lo que produce un efecto de imagen invertida de los objetos lejanos. En unos casos como si estuvieran debajo de la superficie del suelo como si se reflejasen en el agua, lo cual sucede en los desiertos, y en otros la ilusión óptica aparece en lo alto de la atmósfera sobre la superficie del mar.
Esta fata Morgana, como también se denomina (del italiano, que significa hada Morgana), desde que es definida como una ilusión, carecería de realidad. En efecto, ¿qué es una ilusión? Según el diccionario se trata de un concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugerido por la imaginación o causado por engaño de los sentidos.
Si observamos un cuadrado blanco en un entorno negro y a su lado un cuadrado negro en un entorno blanco, aunque ambos sean iguales, nos parecerá que el cuadrado blanco es mayor que el negro. Esta sí es una irrealidad porque nuestra mente cae en el engaño. Es nuestra operación mental la que se equivoca. Pero también podría ocurrir que la luz blanca reflejada por el cuadrado se desbordara para darnos una imagen real percibida por el cerebro. Aquí el objeto no tiene importancia en sus dimensiones. Es nuevamente la luz, un tren de ondas fotónicas lo que nos da la realidad.
Lo mismo sucede con los mencionados espejismos. La luz nos transmite un fenómeno que realmente ocurre y que consiste en la inversión de imágenes.
También cuando observamos la Luna en su cuarto creciente, las puntas de la parte iluminada parecen sobresalir del resto del disco. La Luna con su diámetro sigue igual que cuando está llena o invisible, pero esa "sensación" o ilusión que nos llega a la retina es bien real. Realmente la luz se desborda y es lo que vemos.
La cinematografía se basa también en la ilusión óptica, lo mismo la imagen televisiva que es dibujada mediante un "pincel" de electrones.
Sabemos que el mecanismo de la ilusión reside en el cerebro, pero el fenómeno es bien real, tan real como el haz de luz que proyecta una linterna o un rayo láser.
¿Dónde puede hallarse entonces el límite entre lo real y lo irreal?
Resulta muy sutil la diferencia, pero existe.
Si decimos que lo irreal, o virtual, ilusorio o aparente, está en lo abstracto, no adelantamos mucho, porque desde el momento en que lo abstracto: una suma, el concepto de verdad, una figura geométrica perfecta, es pensado o representado en la mente, desde ese instante pasa a la realidad. Realidad pensada, imaginada. Y cada vez que se tocan los resortes cerebrales capaces de concebir e imaginar esas cosas retorna la realidad de su existencia como fenómeno mental.
Cuando un novelista inventa una historia ficticia que plasma en un libro, crea algo que jamás existió, personajes, paisajes, hechos, todo fruto de la más genuina imaginación. Sin embargo esa narración se torna real, tan real como los libros de los Vedas o de los famosos cuentos de "Las mil y una noches" o cualquier historia verídica protagonizada por personas de carne y hueso.
Continuamos sin hallar el límite entre lo real y lo irreal.
¿Existe en definitiva lo irreal? ¿Podemos separar entonces el mundo real del mundo ideal, este último tomado como irreal?
¿Qué significa ideal? Lo ideal se define como lo que no es físico, real y verdadero, sino que pertenece a la fantasía.
¿Qué es la fantasía? Según la definición psicológica se trata de la facultad que posee el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales.
Pero aquí vemos que si reproducimos las cosas pasadas o lejanas mediante imágenes, aunque estas no estén presentes, las tornamos reales en nuestra imaginación. Luego son reales y verdaderas mientras son elaboradas por nuestra fantasía
Concluimos así en que resulta muy difícil separar lo real de lo irreal
Para ello debemos dirigirnos hacia otro terreno, el de lo figurativo.
El mundo ideal
Debemos concluir entonces, por razones prácticas que estamos inmersos tanto en el mundo real, exterior a la mente, como en el mundo ideal creado por la mente.
Esta es la neta separación que podemos realizar tomando el mundo de la mente como un producto o fenómeno del mundo físico, en última instancia tan físico como éste, pero recluido en nuestro cerebro que se manifiesta exteriormente mediante el habla y nuestras acciones.
Para el filósofo británico de origen austriaco Karl Popper, existen tres mundos a los que denomina respectivamente mundos 1, 2 y 3.
El "mundo 1" es para él "lo que puede llamarse el mundo de la física: de las rocas, los árboles y los campos fìsicos de fuerzas, los ámbitos de la química y la biología".
Con el "mundo 2" quiere significar el mundo psicológico, esto es el de los sentimientos de temor y esperanza, de las disposiciones a actuar y de todo tipo de experiencias subjetivas, incluidas las subconscientes e inconscientes.
Finalmente con el "mundo 3", se refiere al de los productos de la mente humana, incluyendo las obras de arte, los valores éticos, las instituciones sociales, los libros, los problemas científicos y las teorías, aún las erróneas.
Nos da un ejemplo de "mundo 1" mezclado con el "mundo 3" cuando nos explica que dos ejemplares parecidos de un mismo libro son diferentes como objetos del "mundo 1"; mas si el contenido de dos libros físicamente iguales es el mismo, por consiguiente, como objetos del "mundo 3" los dos libros son idénticos. (Véase: Karl R. Popper, El universo abierto, Tecnos, Madrid, 1986, pág. 136 y sigs. También del mismo autor, El yo y su cerebro, Labor, Barcelona, 1985, pag. 2).
Esta es, a mi juicio, una división muy artificial de la realidad, pues el "mundo 2" no es otra cosa que una manifestación más del "mundo 1" y el "mundo 3" sólo posee valor para el yo consciente y es a su vez un resultado de las manifestaciones del único mundo real.
Nos quedamos entonces sólo con dos mundos entre los que navega el hombre: el mundo exterior a la mente y del cual estamos hechos, y el mundo creado por la mente. El primero es el de las moléculas, átomos, quarks, del vacío, de la fuerza gravitatoria, de las fuerzas fuerte y débil encerradas en el núcleo atómico, de la electricidad, del magnetismo, de los fotones, los quarks, de los estados físicos gaseoso, líquido y sólido, de los seres vivientes, de las sustancias químicas, de los astros, de la mecánica celeste, de los accidentes, de las experiencias científicas, del sonido, del lenguaje hablado, etc.
El otro, es el mundo del pensamiento, de la imaginación, de las ideas, de las fantasías, del mito, de las religiones, de las creaciones literarias, de los personajes inventados, de la música (sonidos interpretados como agradables, etc.).
Al mundo exterior a la mente y del cual también estamos hechos, le denominaremos en adelante mundo real, aunque esto sea una perogrullada, y al creado por la mente , mundo ideal opuesto, aunque parezca impropio
según el concepto de lo mental más atrás expresado. Pero no obstante, esta división artificial del mundo realmente auténtico exterior a la mente y el mundo ideal, ¡existe el mundo irreal! que parecía escabullírsenos.
Hay mundo inexistente cuando creemos que nuestras creaciones mentales están efectivamente en el mundo aún cuando no las pensamos, y nuestra imaginación está quieta. Un silfo del aire (según los cabalistas), un duende travieso que habita en las casas, el folclórico dragón chino que arroja fuego por las narices y otras fábulas, no existen si no son pensadas, sin embargo muchos pueblos han creído en ellas y hoy, muchas personas aceptan otras quimeras como existentes fuera de la mente.
Está bien que, la grabación de lo inventado, visto o escuchado puede hallarse en alguna estructura de nuestro cerebro, en las neuronas, por ejemplo, ello es sólo un ordenamiento atómico, como una grabación en un disquete, un C D o la palabra impresa. Si no se tocan los resortes todo está allí como ordenamiento de elementos magnéticos, virtual, es decir como cosa muy distinta de un silfo, dragón... novela, imagen...
Luego el símbolo es sólo válido para el hombre. No tiene sentido en sí mismo y por ende aquello que interpreta el ser humano a partir del símbolo, no existe en la realidad si no hay alguien que escuche un cassette, que lea un libro o entienda la imagen de una pantalla.
En el caso de la reproducción de un casete, hay vibración del aire (sonido), es cierto, pero esa vibración en sí no tiene sentido si no existe un escucha. Una sinfonía de Beethoven, no tiene existencia si o se la escucha; la historia de la humanidad no existe aunque haya millones de libros sobre ella si nadie la lee. Si desapareciera la humanidad, nada de lo que esta gozaba tendría sentido , pues nunca existió el arte con sentido en sí mismo, ni el sexo (aún en los animales), ni la belleza, ni placer alguno fuera del cerebro del hombre y de los animales.
Estas son manifestaciones, existencias fenoménicas fugaces que alternan con la inexistencia según sean o no pensadas, imaginadas o sentidas.
Luego, lo irreal existe (valga la contradicción). El mundo "está lleno" de irrealidades, pero tan solo el mundo humano, que a su vez está compuesto de dos mundos, y esto no es un juego de palabras.
El yo frente al mundo real
El yo que hace su aparición en este mundo, formado de átomos que se ordenan para constituir el complejo cerebro según un ultramicroscópico plan genético estructurado en el ADN, pronto choca frontalmente con el mundo real. Aun en estado fetal la criatura ya percibe "el mundo": estado de nerviosismo de la gestante, movimientos, sonidos, presiones sobre el líquido amniótico, etc.
Una vez nacida la criatura, siente la comodidad o incomodidad del ambiente extrauterino.
El desconocido mundo real va dejando sus huellas en la masa cerebral en base a las experiencias agradables y desagradables: hambre, saciedad, frío, calor, roces, golpes, caricias ruidos, voces, baños, cambios de ropa...
El mundo del niño pequeño constituye una mezcla de lo que podríamos denominar fantasía con realidad. El párvulo no sabe separar netamente lo viviente, del mundo físico no viviente. Si recibe un golpe contra una silla puede creer que ésta fue la culpable y arremeterá contra ella. Las fábulas puede tomarlas por realidades. La confusión se hace notoria, para los niños no hay distinción entre animales reales y seres fabulosos de los que dan noticias sus mayores con el fin de entretenerlos con sus cuentos.
Su imaginación es tan rebosante, que durante los juegos puede tomar a sus muñecos por personajes vivientes que ora riñen, ora se reconcilian o inventan historias fantásticas. En ocasiones tratan de hacer creer a los mayores en hechos y personajes que jamás existieron y a veces lo logran, como en el terreno religioso.
Más tarde, ya en pleno uso de la razón chocan más frontalmente con la realidad. Por momentos ésta puede ser dolorosa por mil motivos: riñas entre los padres, injusticias que cometen con ellos sus compañeros de escuela, castigos, exceso de rigor, incomprensión, etc.
Pareciera ser que la onda descendiera con la edad y a lo largo de las experiencias. Lo que antes lograban "dominar" con sus fantasías, ahora se torna más rebelde. El mundo se encrudece y nuevos mecanismos entran en acción "contrarrestante", por supuesto que con la ayuda de la comprensión, ternura, perdón, consuelo y consejo de los padres como sistema enraizado en la especie humana. El niño necesita todo esto, de lo contrario "crece el mal", su mente se desequilibra y sus desvíos pueden ser peligrosos.
A diferencia del animal primitivo un reptil recién nacido, por ejemplo, que es "lanzado" a la existenia desde el cascarón a un mundo donde reina la "ley de la selva" según la cual puede perecer o sobrevivir, el niño debe ser protegido por sus progenitores tanto física como mentalmente, hasta poder valerse por sí mismo frente a la vida que, analizada en su mayor profundidad en el contexto físico y social, no deja de basarse en buena parte en aquella mismísima "ley de la selva" válida para el reptil. Las competiciones son brutales a veces, y a pesar de las protecciones que hoy brinda la sociedad al individuo, éste se ve muchas veces apabullado por una realidad despiadada.
Como vemos, la onda ha descendido, ha ido de la fantasía infantil a la realidad de un mundo mezcla de mansedumbre y hostilidad. Aquí se requiere un punto de inflexión en la cuestión existencial del ser consciente de este mundo.
Necesidad de escape del insoportable mundo real
La naturaleza es sabia, se dice, y aunque disiento de este concepto, se hace ineludible señalar, aunque mas no sea en sentido figurado, que "supo ingeniar" un mecanismo para evitar la extinción de la especie sapiens por causa del choque de éste con lo insoportable.
Fue imperioso que la onda fuese detenida en su caída para orientarla en sentido ascendente.
Esto se logró mediante un mecanismo ciego, pero eficiente por una salvadora casualidad, es decir sin la intervención de demiurgo alguno.
El adulto no necesita menos imperiosamente que la criatura de corta edad, emerger de un mundo hostil, traicionero, enigmático y caprichoso.
Imaginemos un niño huérfano, criado experimentalmente por algún grupo de investigadores desalmados, en un ámbito solitario, cerrado sin contacto con ser humano alguno, ajeno a toda cultura y tradición, tan solo alimentado, vestido y entretenido con juegos naturales para impedir su caída en el hastío.
Una vez adulto, imaginemos a este pobre infeliz conducido y abandonado en plena selva de una isla despoblada donde pueda hallar alimentos en profusión en forma de frutos tropicales que no le permitirán perecer de hambre (una especie de Robinson Crusoe).
Podemos presumir que pronto, este individuo frente a un enigmático, hostil, traicionero y caprichoso mundo real y desconocido, se tornará temeroso hasta de su propia sombra. Huirá ante el menor asomo de la presencia de un animal agresivo, una vez mordido, aún ante los mansos desde ese entonces; recibirá pinchazos y raspaduras de los espinos, punzantes aguijonazos de insectos que al principio creerá inofensivos, probará frutos de sabor irritante, percibirá sonidos desconocidos atemorizantes, rumores insidiosos y alarmantes, presenciará violentas tempestades con vientos huracanados acompañados de lluvias torrenciales; conocerá la furia del mar embravecido, verá arroyos desbordados cuyas aguas arrasan todo lo que se encuentra a su paso. Sufrirá caídas, torceduras, golpes, dolor y toda clase de "bofetadas" provenientes de lo desconocido y todo esto pronto sumirá a nuestro solitario experimentador del mundo, en el terror. Es altamente probable que este "Robinson Crusoe" a prueba, hallara muy pronto la muerte ante la naturaleza ignota y hostil, a merced de sus peligros, ya sea en un accidente, infección, envenenamiento con plantas tóxicas o quitándose la vida ante lo insoportable de las noches en la selva plena de desconocidos y amenazantes ruidos o en la costa marina ante los bramidos del mar embravecido embistiendo contra las rocosidades.
Esta ficción fue sin duda realidad en el pasado de los pitecántropos, esos protohombres ya semilúcidos que fueron tomando conciencia del entorno grabando experiencias desagradables y adquiriendo capacidad para prever y sospechar nuevos peligros y temer estas posibilidades aunque no se produjeran. Así, de esta manera, no podían soportar el mundo.
Lo que los salvó del fatal suicidio fue el nacimiento en su cerebro de la facultad de fantasear, y esto por mutaciones genéticas que han apuntado en ese sentido por mera casualidad. La fantasía inventa, sus construcciones no tienen límites, puede tanto reproducir mediante imágenes mentales las cosas pasadas recientes o lejanas, como representar las ideales en forma sensible o idealizar las reales.
Puede crear todo un mundo nuevo apartado del real para moverse más cómodamente en él, y... ¡lo más importante y trascendente para la especie animal consciente inteligente, el hombre!: de paso poder dominar al amenazante y enigmático mundo real, aunque más no sea en la ficción.
Los descendientes del Pitecántropo (o algún otro espécimen, nuestro precursor), ya con más luces que aquel, en virtud de lo cual se daban mayor cuenta de los peligros que acechaban sus existencias, poblaron su entorno de fábulas para explicarlo todo, conjurar las amenazas, dominar la naturaleza,"vencer" las enfermedades, y de este modo adquirir seguridad. Con un simple amuleto o una flecha con propiedades sobrenaturales podían incursionar en la selva confiadamente y realizar cacerías para proveerse de alimento. El amuleto podía ahuyentar a las serpientes ponzoñosas, al carnicero asesino; y la lanza, la flecha o el arco con poderes añadidos a la destreza del cazador, aseguraban las provisiones alimenticias.
Dice el profesor de antropología A. Adamson Hoebel quien ha convivido con cinco tribus diferentes de indios americanos:
"La caza de animales de mayor tamaño no se realiza de ordinario simplemente por medio de la técnica. Se recurre al ritual y la magia para fortalecer al cazador cuyos temores por su inseguridad personal y miedo al fracaso son contrarrestados de este modo. La mayor parte de las representaciones del arte parietal realizadas por el hombre de cromañón en las cuevas, son testimonios elocuentes, aunque mudos, de tales prácticas. (Obra cit. pág. 207).
También podemos leer en el libro de los antropólogos de la Universidad de California, Los Angeles, Ralph L. Beals y Harry Hoijer: "La ayuda sobrenatural puede ser invocada para la caza, y los fracasos pueden atribuirse a la intervención sobrenatural o a la violación de tabúes". ( Introducción a la antropología, Aguilar, Madrid, l1976, pág. 365).
"Lo mismo cabe decir del mana (vocablo melanesio para designar el poder impersonal) poseído por ciertas personas y por los objetos naturales o los artefactos. Una piedra de forma inusitada puede enterrarse en un huerto; si resultan cosechas excepcionales, la piedra tiene mana. Pero si posteriormente las cosechas dejan de ser excepcionales, la piedra ha perdido su mana, convirtiéndose así en un objeto ordinario sin valor alguno. Un arma con la que el guerrero alcanza grandes triunfos, o una canoa que es rápida y de fácil manejo, se dice que posee mana y esto acrecienta su valor. Pero si el arma se rompe sin ninguna razón aparente o la canoa cesa de cumplir su cometido, su mana se ha disipado. Análogamente a los artefactos -tales como instrumentos, armas, canoas y otros artículos manufacturados- se les confiere el mana mediante una construcción rigurosa de todos los detalles rituales pertinentes a su elaboración." (Obra citada, pág. 567).
Este es motivo por el cual según los antropólogos de antaño que han vivido entre poblaciones primitivas, los nativos prefieren una lanza o un arco a otro, porque se sienten más seguros con el supuesto poder que el arma posee.
Ciertos indígenas de las selvas sudamericanas suelen llevar enroscada en su cuello una serpiente musurana, inofensiva comedora de víboras ponzoñosas, en la creencia de que serán protegidos de las mordeduras de la víbora yarará del género botrops, un ofidio cuyo veneno es mortal.
Fantasía y creencia se aúnan para proteger al individuo y este mundo de ficción hijo de la ignorancia, tomado por real en otros tiempos, debemos reconocer que salvó a la especie humana de su inevitable extinción de vérselas sólo con el alevoso mundo real que tira zarpazos desde las sombras sin motivo aparente alguno aterrorizando a la criatura desprevenida.
Enfermedades, pestes, hambrunas, cataclismos y todas las calamidades telúricas adquirían así explicaciones y podían ser dominadas (aunque, por supuesto, solo ilusoriamente). Si las desgracias ocurrían a pesar de todo, era porque no se habían tomado todas las precauciones rituales, y podían ser ahuyentadas mediante el ceremonial mágico correcto.
Este escape del insoportable mundo real permitió la supervivencia de la especie humana y por eso estamos aquí, yo escribiendo, el lector leyendo, mientras que los animales "que viven el momento" no necesitaron de aquella fuga de la realidad. El animal sufre, pena, teme, huye durante las circunstancias apremiantes. Pronto olvida y vuelve a pastar tranquilamente o se asolea plácidamente en la orilla de un río. Pasado el peligro, todo vuelve a la normalidad. El hombre en cambio recuerda los malos momentos, teme que se repitan, no puede vivir en paz sin la fantasiosa idea de sentirse protegido aunque más no sea por las virtudes de un amuleto. Este mecanismo puede actuar desde el inconsciente.
El hombre moderno no escapa a esta necesidad. Sin advertirlo vive sumido en un mundo fantástico a la par del real.
¿De dónde saca esa versión del mundo alejada del real?
¿De dónde iba a obtener ese mar de creencias sostenedoras sino de sus mayores, de la sociedad que lo formó, del folclore, de la tradición, de las búsquedas individuales, del abrevar en las fantasías que se vienen arrastrando para nosotros, los occidentales, desde la cultura grecorromana-judaica; para los orientales, de la milenaria India; de las tradiciones chinas o japonesas, o del mundo árabe?
Somos el producto del lugar de nuestro nacimiento y crianza. Allí, en el ámbito que nos tocó por azar recogemos "un mundo" que será "nuestro mundo" añadido al real del cual tiempo ha, escaparon nuestros remotos antepasados que se vieron enfrentados con lo insoportable.
Surge el interrogante: ¿de dónde pudo provenir esta facultad de fantasear instalada sobre la marcha de la evolución del Homo sapiens? La respuesta es obvia: de mutaciones genéticas aleatorias. Todo aquel individuo que adquirió suficientes luces para comprender que le rodeaba un mundo proceloso y traicionero sucumbió; todo aquel que a partir de esas luces supo fantasear, escapó a ese mundo sumiéndose en un entorno aparentemente conocido y domeñable, pero... a la postre ¡traicionero también!
Esta es la explicación por parte de la antropología, del motivo por el cual existen tantas pseudociencias en el orbe entero, muchas de las cuales como la homeopatía, flores de Bach, acupuntura, y todas las denominadas medicinas alternativas, más la parapsicología, el psicoanálisis y otras locuras a las que podemos añadir la astrología, iridiología (para el diagnóstico), radiestesia (para buscar objetos perdidos), el sapo para paliar el dolor de muelas, múltiples artimañas para "curar" el mal de ojo, el hechizo y otras pamplinas.
Corolario: solo la "santa" Ciencia Experimental, nos puede sacar del peso de la ignorancia para saber reconocer y separar lo que es auténtico conocimiento científico de las simples, y a veces peligrosas,
pseudociencias.
¿Cómo se puede entender el mundo real? Se supone que cuando hablo de mundo real, estoy dando a entender que debe existir su contrapartida: el mundo irreal.
Por de pronto nos inclinamos a aceptar que todo es real, aún las alucinaciones. Una imagen en el espejo es tan real como el objeto reflejado. Los físicos la denominan imagen virtual, esto es, algo que tiene existencia aparente y no real. Sin embargo, la imagen espejada es un efecto que producen los rayos lumínicos reflejados en una superficie pulida y que inciden en nuestra retina. La imagen "irreal" la elabora nuestro cerebro, pero es evidente que algo penetra en nuestro sistema perceptivo ojo-cerebro. Luego hay algo real que produce el fenómeno visual: los fotones reflejados que interactúan con nuestra retina en consuno con el cerebro, provocando reacciones físico-químicas traducidas en visión, son reales. Apagada la fuente lumínica, no hay más imagen, sólo nos queda el objeto que instantes antes había sido reflejado pero durante el proceso lumínico hubo algo más, otra realidad: ondas lumínicas que se reflejaban en el objeto e incidían en el espejo para a su vez reflejarse allí e incidir en nuestros órganos de la visión.
También se dice que los espejismos son una ilusión engañosa. Pero los físicos explican que se trata de una ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de distinta densidad, lo que produce un efecto de imagen invertida de los objetos lejanos. En unos casos como si estuvieran debajo de la superficie del suelo como si se reflejasen en el agua, lo cual sucede en los desiertos, y en otros la ilusión óptica aparece en lo alto de la atmósfera sobre la superficie del mar.
Esta fata Morgana, como también se denomina (del italiano, que significa hada Morgana), desde que es definida como una ilusión, carecería de realidad. En efecto, ¿qué es una ilusión? Según el diccionario se trata de un concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugerido por la imaginación o causado por engaño de los sentidos.
Si observamos un cuadrado blanco en un entorno negro y a su lado un cuadrado negro en un entorno blanco, aunque ambos sean iguales, nos parecerá que el cuadrado blanco es mayor que el negro. Esta sí es una irrealidad porque nuestra mente cae en el engaño. Es nuestra operación mental la que se equivoca. Pero también podría ocurrir que la luz blanca reflejada por el cuadrado se desbordara para darnos una imagen real percibida por el cerebro. Aquí el objeto no tiene importancia en sus dimensiones. Es nuevamente la luz, un tren de ondas fotónicas lo que nos da la realidad.
Lo mismo sucede con los mencionados espejismos. La luz nos transmite un fenómeno que realmente ocurre y que consiste en la inversión de imágenes.
También cuando observamos la Luna en su cuarto creciente, las puntas de la parte iluminada parecen sobresalir del resto del disco. La Luna con su diámetro sigue igual que cuando está llena o invisible, pero esa "sensación" o ilusión que nos llega a la retina es bien real. Realmente la luz se desborda y es lo que vemos.
La cinematografía se basa también en la ilusión óptica, lo mismo la imagen televisiva que es dibujada mediante un "pincel" de electrones.
Sabemos que el mecanismo de la ilusión reside en el cerebro, pero el fenómeno es bien real, tan real como el haz de luz que proyecta una linterna o un rayo láser.
¿Dónde puede hallarse entonces el límite entre lo real y lo irreal?
Resulta muy sutil la diferencia, pero existe.
Si decimos que lo irreal, o virtual, ilusorio o aparente, está en lo abstracto, no adelantamos mucho, porque desde el momento en que lo abstracto: una suma, el concepto de verdad, una figura geométrica perfecta, es pensado o representado en la mente, desde ese instante pasa a la realidad. Realidad pensada, imaginada. Y cada vez que se tocan los resortes cerebrales capaces de concebir e imaginar esas cosas retorna la realidad de su existencia como fenómeno mental.
Cuando un novelista inventa una historia ficticia que plasma en un libro, crea algo que jamás existió, personajes, paisajes, hechos, todo fruto de la más genuina imaginación. Sin embargo esa narración se torna real, tan real como los libros de los Vedas o de los famosos cuentos de "Las mil y una noches" o cualquier historia verídica protagonizada por personas de carne y hueso.
Continuamos sin hallar el límite entre lo real y lo irreal.
¿Existe en definitiva lo irreal? ¿Podemos separar entonces el mundo real del mundo ideal, este último tomado como irreal?
¿Qué significa ideal? Lo ideal se define como lo que no es físico, real y verdadero, sino que pertenece a la fantasía.
¿Qué es la fantasía? Según la definición psicológica se trata de la facultad que posee el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales.
Pero aquí vemos que si reproducimos las cosas pasadas o lejanas mediante imágenes, aunque estas no estén presentes, las tornamos reales en nuestra imaginación. Luego son reales y verdaderas mientras son elaboradas por nuestra fantasía
Concluimos así en que resulta muy difícil separar lo real de lo irreal
Para ello debemos dirigirnos hacia otro terreno, el de lo figurativo.
El mundo ideal
Debemos concluir entonces, por razones prácticas que estamos inmersos tanto en el mundo real, exterior a la mente, como en el mundo ideal creado por la mente.
Esta es la neta separación que podemos realizar tomando el mundo de la mente como un producto o fenómeno del mundo físico, en última instancia tan físico como éste, pero recluido en nuestro cerebro que se manifiesta exteriormente mediante el habla y nuestras acciones.
Para el filósofo británico de origen austriaco Karl Popper, existen tres mundos a los que denomina respectivamente mundos 1, 2 y 3.
El "mundo 1" es para él "lo que puede llamarse el mundo de la física: de las rocas, los árboles y los campos fìsicos de fuerzas, los ámbitos de la química y la biología".
Con el "mundo 2" quiere significar el mundo psicológico, esto es el de los sentimientos de temor y esperanza, de las disposiciones a actuar y de todo tipo de experiencias subjetivas, incluidas las subconscientes e inconscientes.
Finalmente con el "mundo 3", se refiere al de los productos de la mente humana, incluyendo las obras de arte, los valores éticos, las instituciones sociales, los libros, los problemas científicos y las teorías, aún las erróneas.
Nos da un ejemplo de "mundo 1" mezclado con el "mundo 3" cuando nos explica que dos ejemplares parecidos de un mismo libro son diferentes como objetos del "mundo 1"; mas si el contenido de dos libros físicamente iguales es el mismo, por consiguiente, como objetos del "mundo 3" los dos libros son idénticos. (Véase: Karl R. Popper, El universo abierto, Tecnos, Madrid, 1986, pág. 136 y sigs. También del mismo autor, El yo y su cerebro, Labor, Barcelona, 1985, pag. 2).
Esta es, a mi juicio, una división muy artificial de la realidad, pues el "mundo 2" no es otra cosa que una manifestación más del "mundo 1" y el "mundo 3" sólo posee valor para el yo consciente y es a su vez un resultado de las manifestaciones del único mundo real.
Nos quedamos entonces sólo con dos mundos entre los que navega el hombre: el mundo exterior a la mente y del cual estamos hechos, y el mundo creado por la mente. El primero es el de las moléculas, átomos, quarks, del vacío, de la fuerza gravitatoria, de las fuerzas fuerte y débil encerradas en el núcleo atómico, de la electricidad, del magnetismo, de los fotones, los quarks, de los estados físicos gaseoso, líquido y sólido, de los seres vivientes, de las sustancias químicas, de los astros, de la mecánica celeste, de los accidentes, de las experiencias científicas, del sonido, del lenguaje hablado, etc.
El otro, es el mundo del pensamiento, de la imaginación, de las ideas, de las fantasías, del mito, de las religiones, de las creaciones literarias, de los personajes inventados, de la música (sonidos interpretados como agradables, etc.).
Al mundo exterior a la mente y del cual también estamos hechos, le denominaremos en adelante mundo real, aunque esto sea una perogrullada, y al creado por la mente , mundo ideal opuesto, aunque parezca impropio
según el concepto de lo mental más atrás expresado. Pero no obstante, esta división artificial del mundo realmente auténtico exterior a la mente y el mundo ideal, ¡existe el mundo irreal! que parecía escabullírsenos.
Hay mundo inexistente cuando creemos que nuestras creaciones mentales están efectivamente en el mundo aún cuando no las pensamos, y nuestra imaginación está quieta. Un silfo del aire (según los cabalistas), un duende travieso que habita en las casas, el folclórico dragón chino que arroja fuego por las narices y otras fábulas, no existen si no son pensadas, sin embargo muchos pueblos han creído en ellas y hoy, muchas personas aceptan otras quimeras como existentes fuera de la mente.
Está bien que, la grabación de lo inventado, visto o escuchado puede hallarse en alguna estructura de nuestro cerebro, en las neuronas, por ejemplo, ello es sólo un ordenamiento atómico, como una grabación en un disquete, un C D o la palabra impresa. Si no se tocan los resortes todo está allí como ordenamiento de elementos magnéticos, virtual, es decir como cosa muy distinta de un silfo, dragón... novela, imagen...
Luego el símbolo es sólo válido para el hombre. No tiene sentido en sí mismo y por ende aquello que interpreta el ser humano a partir del símbolo, no existe en la realidad si no hay alguien que escuche un cassette, que lea un libro o entienda la imagen de una pantalla.
En el caso de la reproducción de un casete, hay vibración del aire (sonido), es cierto, pero esa vibración en sí no tiene sentido si no existe un escucha. Una sinfonía de Beethoven, no tiene existencia si o se la escucha; la historia de la humanidad no existe aunque haya millones de libros sobre ella si nadie la lee. Si desapareciera la humanidad, nada de lo que esta gozaba tendría sentido , pues nunca existió el arte con sentido en sí mismo, ni el sexo (aún en los animales), ni la belleza, ni placer alguno fuera del cerebro del hombre y de los animales.
Estas son manifestaciones, existencias fenoménicas fugaces que alternan con la inexistencia según sean o no pensadas, imaginadas o sentidas.
Luego, lo irreal existe (valga la contradicción). El mundo "está lleno" de irrealidades, pero tan solo el mundo humano, que a su vez está compuesto de dos mundos, y esto no es un juego de palabras.
El yo frente al mundo real
El yo que hace su aparición en este mundo, formado de átomos que se ordenan para constituir el complejo cerebro según un ultramicroscópico plan genético estructurado en el ADN, pronto choca frontalmente con el mundo real. Aun en estado fetal la criatura ya percibe "el mundo": estado de nerviosismo de la gestante, movimientos, sonidos, presiones sobre el líquido amniótico, etc.
Una vez nacida la criatura, siente la comodidad o incomodidad del ambiente extrauterino.
El desconocido mundo real va dejando sus huellas en la masa cerebral en base a las experiencias agradables y desagradables: hambre, saciedad, frío, calor, roces, golpes, caricias ruidos, voces, baños, cambios de ropa...
El mundo del niño pequeño constituye una mezcla de lo que podríamos denominar fantasía con realidad. El párvulo no sabe separar netamente lo viviente, del mundo físico no viviente. Si recibe un golpe contra una silla puede creer que ésta fue la culpable y arremeterá contra ella. Las fábulas puede tomarlas por realidades. La confusión se hace notoria, para los niños no hay distinción entre animales reales y seres fabulosos de los que dan noticias sus mayores con el fin de entretenerlos con sus cuentos.
Su imaginación es tan rebosante, que durante los juegos puede tomar a sus muñecos por personajes vivientes que ora riñen, ora se reconcilian o inventan historias fantásticas. En ocasiones tratan de hacer creer a los mayores en hechos y personajes que jamás existieron y a veces lo logran, como en el terreno religioso.
Más tarde, ya en pleno uso de la razón chocan más frontalmente con la realidad. Por momentos ésta puede ser dolorosa por mil motivos: riñas entre los padres, injusticias que cometen con ellos sus compañeros de escuela, castigos, exceso de rigor, incomprensión, etc.
Pareciera ser que la onda descendiera con la edad y a lo largo de las experiencias. Lo que antes lograban "dominar" con sus fantasías, ahora se torna más rebelde. El mundo se encrudece y nuevos mecanismos entran en acción "contrarrestante", por supuesto que con la ayuda de la comprensión, ternura, perdón, consuelo y consejo de los padres como sistema enraizado en la especie humana. El niño necesita todo esto, de lo contrario "crece el mal", su mente se desequilibra y sus desvíos pueden ser peligrosos.
A diferencia del animal primitivo un reptil recién nacido, por ejemplo, que es "lanzado" a la existenia desde el cascarón a un mundo donde reina la "ley de la selva" según la cual puede perecer o sobrevivir, el niño debe ser protegido por sus progenitores tanto física como mentalmente, hasta poder valerse por sí mismo frente a la vida que, analizada en su mayor profundidad en el contexto físico y social, no deja de basarse en buena parte en aquella mismísima "ley de la selva" válida para el reptil. Las competiciones son brutales a veces, y a pesar de las protecciones que hoy brinda la sociedad al individuo, éste se ve muchas veces apabullado por una realidad despiadada.
Como vemos, la onda ha descendido, ha ido de la fantasía infantil a la realidad de un mundo mezcla de mansedumbre y hostilidad. Aquí se requiere un punto de inflexión en la cuestión existencial del ser consciente de este mundo.
Necesidad de escape del insoportable mundo real
La naturaleza es sabia, se dice, y aunque disiento de este concepto, se hace ineludible señalar, aunque mas no sea en sentido figurado, que "supo ingeniar" un mecanismo para evitar la extinción de la especie sapiens por causa del choque de éste con lo insoportable.
Fue imperioso que la onda fuese detenida en su caída para orientarla en sentido ascendente.
Esto se logró mediante un mecanismo ciego, pero eficiente por una salvadora casualidad, es decir sin la intervención de demiurgo alguno.
El adulto no necesita menos imperiosamente que la criatura de corta edad, emerger de un mundo hostil, traicionero, enigmático y caprichoso.
Imaginemos un niño huérfano, criado experimentalmente por algún grupo de investigadores desalmados, en un ámbito solitario, cerrado sin contacto con ser humano alguno, ajeno a toda cultura y tradición, tan solo alimentado, vestido y entretenido con juegos naturales para impedir su caída en el hastío.
Una vez adulto, imaginemos a este pobre infeliz conducido y abandonado en plena selva de una isla despoblada donde pueda hallar alimentos en profusión en forma de frutos tropicales que no le permitirán perecer de hambre (una especie de Robinson Crusoe).
Podemos presumir que pronto, este individuo frente a un enigmático, hostil, traicionero y caprichoso mundo real y desconocido, se tornará temeroso hasta de su propia sombra. Huirá ante el menor asomo de la presencia de un animal agresivo, una vez mordido, aún ante los mansos desde ese entonces; recibirá pinchazos y raspaduras de los espinos, punzantes aguijonazos de insectos que al principio creerá inofensivos, probará frutos de sabor irritante, percibirá sonidos desconocidos atemorizantes, rumores insidiosos y alarmantes, presenciará violentas tempestades con vientos huracanados acompañados de lluvias torrenciales; conocerá la furia del mar embravecido, verá arroyos desbordados cuyas aguas arrasan todo lo que se encuentra a su paso. Sufrirá caídas, torceduras, golpes, dolor y toda clase de "bofetadas" provenientes de lo desconocido y todo esto pronto sumirá a nuestro solitario experimentador del mundo, en el terror. Es altamente probable que este "Robinson Crusoe" a prueba, hallara muy pronto la muerte ante la naturaleza ignota y hostil, a merced de sus peligros, ya sea en un accidente, infección, envenenamiento con plantas tóxicas o quitándose la vida ante lo insoportable de las noches en la selva plena de desconocidos y amenazantes ruidos o en la costa marina ante los bramidos del mar embravecido embistiendo contra las rocosidades.
Esta ficción fue sin duda realidad en el pasado de los pitecántropos, esos protohombres ya semilúcidos que fueron tomando conciencia del entorno grabando experiencias desagradables y adquiriendo capacidad para prever y sospechar nuevos peligros y temer estas posibilidades aunque no se produjeran. Así, de esta manera, no podían soportar el mundo.
Lo que los salvó del fatal suicidio fue el nacimiento en su cerebro de la facultad de fantasear, y esto por mutaciones genéticas que han apuntado en ese sentido por mera casualidad. La fantasía inventa, sus construcciones no tienen límites, puede tanto reproducir mediante imágenes mentales las cosas pasadas recientes o lejanas, como representar las ideales en forma sensible o idealizar las reales.
Puede crear todo un mundo nuevo apartado del real para moverse más cómodamente en él, y... ¡lo más importante y trascendente para la especie animal consciente inteligente, el hombre!: de paso poder dominar al amenazante y enigmático mundo real, aunque más no sea en la ficción.
Los descendientes del Pitecántropo (o algún otro espécimen, nuestro precursor), ya con más luces que aquel, en virtud de lo cual se daban mayor cuenta de los peligros que acechaban sus existencias, poblaron su entorno de fábulas para explicarlo todo, conjurar las amenazas, dominar la naturaleza,"vencer" las enfermedades, y de este modo adquirir seguridad. Con un simple amuleto o una flecha con propiedades sobrenaturales podían incursionar en la selva confiadamente y realizar cacerías para proveerse de alimento. El amuleto podía ahuyentar a las serpientes ponzoñosas, al carnicero asesino; y la lanza, la flecha o el arco con poderes añadidos a la destreza del cazador, aseguraban las provisiones alimenticias.
Dice el profesor de antropología A. Adamson Hoebel quien ha convivido con cinco tribus diferentes de indios americanos:
"La caza de animales de mayor tamaño no se realiza de ordinario simplemente por medio de la técnica. Se recurre al ritual y la magia para fortalecer al cazador cuyos temores por su inseguridad personal y miedo al fracaso son contrarrestados de este modo. La mayor parte de las representaciones del arte parietal realizadas por el hombre de cromañón en las cuevas, son testimonios elocuentes, aunque mudos, de tales prácticas. (Obra cit. pág. 207).
También podemos leer en el libro de los antropólogos de la Universidad de California, Los Angeles, Ralph L. Beals y Harry Hoijer: "La ayuda sobrenatural puede ser invocada para la caza, y los fracasos pueden atribuirse a la intervención sobrenatural o a la violación de tabúes". ( Introducción a la antropología, Aguilar, Madrid, l1976, pág. 365).
"Lo mismo cabe decir del mana (vocablo melanesio para designar el poder impersonal) poseído por ciertas personas y por los objetos naturales o los artefactos. Una piedra de forma inusitada puede enterrarse en un huerto; si resultan cosechas excepcionales, la piedra tiene mana. Pero si posteriormente las cosechas dejan de ser excepcionales, la piedra ha perdido su mana, convirtiéndose así en un objeto ordinario sin valor alguno. Un arma con la que el guerrero alcanza grandes triunfos, o una canoa que es rápida y de fácil manejo, se dice que posee mana y esto acrecienta su valor. Pero si el arma se rompe sin ninguna razón aparente o la canoa cesa de cumplir su cometido, su mana se ha disipado. Análogamente a los artefactos -tales como instrumentos, armas, canoas y otros artículos manufacturados- se les confiere el mana mediante una construcción rigurosa de todos los detalles rituales pertinentes a su elaboración." (Obra citada, pág. 567).
Este es motivo por el cual según los antropólogos de antaño que han vivido entre poblaciones primitivas, los nativos prefieren una lanza o un arco a otro, porque se sienten más seguros con el supuesto poder que el arma posee.
Ciertos indígenas de las selvas sudamericanas suelen llevar enroscada en su cuello una serpiente musurana, inofensiva comedora de víboras ponzoñosas, en la creencia de que serán protegidos de las mordeduras de la víbora yarará del género botrops, un ofidio cuyo veneno es mortal.
Fantasía y creencia se aúnan para proteger al individuo y este mundo de ficción hijo de la ignorancia, tomado por real en otros tiempos, debemos reconocer que salvó a la especie humana de su inevitable extinción de vérselas sólo con el alevoso mundo real que tira zarpazos desde las sombras sin motivo aparente alguno aterrorizando a la criatura desprevenida.
Enfermedades, pestes, hambrunas, cataclismos y todas las calamidades telúricas adquirían así explicaciones y podían ser dominadas (aunque, por supuesto, solo ilusoriamente). Si las desgracias ocurrían a pesar de todo, era porque no se habían tomado todas las precauciones rituales, y podían ser ahuyentadas mediante el ceremonial mágico correcto.
Este escape del insoportable mundo real permitió la supervivencia de la especie humana y por eso estamos aquí, yo escribiendo, el lector leyendo, mientras que los animales "que viven el momento" no necesitaron de aquella fuga de la realidad. El animal sufre, pena, teme, huye durante las circunstancias apremiantes. Pronto olvida y vuelve a pastar tranquilamente o se asolea plácidamente en la orilla de un río. Pasado el peligro, todo vuelve a la normalidad. El hombre en cambio recuerda los malos momentos, teme que se repitan, no puede vivir en paz sin la fantasiosa idea de sentirse protegido aunque más no sea por las virtudes de un amuleto. Este mecanismo puede actuar desde el inconsciente.
El hombre moderno no escapa a esta necesidad. Sin advertirlo vive sumido en un mundo fantástico a la par del real.
¿De dónde saca esa versión del mundo alejada del real?
¿De dónde iba a obtener ese mar de creencias sostenedoras sino de sus mayores, de la sociedad que lo formó, del folclore, de la tradición, de las búsquedas individuales, del abrevar en las fantasías que se vienen arrastrando para nosotros, los occidentales, desde la cultura grecorromana-judaica; para los orientales, de la milenaria India; de las tradiciones chinas o japonesas, o del mundo árabe?
Somos el producto del lugar de nuestro nacimiento y crianza. Allí, en el ámbito que nos tocó por azar recogemos "un mundo" que será "nuestro mundo" añadido al real del cual tiempo ha, escaparon nuestros remotos antepasados que se vieron enfrentados con lo insoportable.
Surge el interrogante: ¿de dónde pudo provenir esta facultad de fantasear instalada sobre la marcha de la evolución del Homo sapiens? La respuesta es obvia: de mutaciones genéticas aleatorias. Todo aquel individuo que adquirió suficientes luces para comprender que le rodeaba un mundo proceloso y traicionero sucumbió; todo aquel que a partir de esas luces supo fantasear, escapó a ese mundo sumiéndose en un entorno aparentemente conocido y domeñable, pero... a la postre ¡traicionero también!
Esta es la explicación por parte de la antropología, del motivo por el cual existen tantas pseudociencias en el orbe entero, muchas de las cuales como la homeopatía, flores de Bach, acupuntura, y todas las denominadas medicinas alternativas, más la parapsicología, el psicoanálisis y otras locuras a las que podemos añadir la astrología, iridiología (para el diagnóstico), radiestesia (para buscar objetos perdidos), el sapo para paliar el dolor de muelas, múltiples artimañas para "curar" el mal de ojo, el hechizo y otras pamplinas.
Corolario: solo la "santa" Ciencia Experimental, nos puede sacar del peso de la ignorancia para saber reconocer y separar lo que es auténtico conocimiento científico de las simples, y a veces peligrosas,
pseudociencias.
Ladislao Vadas