La Argentina giró hacia una política exterior pendenciera, inconsistente con su irrelevancia en el mundo.
Hace un siglo nuestro país participaba con el 3% de las exportaciones mundiales. En la actualidad apenas llega al 0,28%.
Perdimos gravitación estratégica. Chile nos superó en poderío militar. Nadie piensa en conflictos bélicos, pero estamos al límite de la indefensión de nuestros recursos naturales. La depredación pesquera ilegal en nuestra plataforma submarina, sobre por barcos chinos, es reveladora.
El aislacionismo del último año debilita también la influencia política regional de Argentina. Abandonamos el grupo latinoamericano de Lima, que impulsa la democratización en Venezuela. Chocamos con el FMI, gobernado por Estados Unidos y Europa. Y amenazamos la unidad del Mercosur.
Se confirma además una llamativa predilección por las alianzas con regímenes autoritarios: China, Rusia, Venezuela.
Los vínculos con Estados Unidos, Europa y el Mercosur son claves para revertir la asfixia financiera, expandir el comercio y atraer inversiones. Para crecer.
El Mercosur es el espacio geoeconómico natural de Argentina. Tuvo una primera fase exitosa. Amplió el mercado interno, mejoró la economía de escala en algunos sectores (producir más baja el costo unitario) y generó inversiones en los más dinámicos. Sin Mercosur no se habría desarrollado la industria automotriz y las pymes manufactureras casi no exportarían.
Pero el impulso inicial declinó. Sin reformas competitivas ni coordinación de las políticas económicas de los países miembros, el bloque se estancó. Quedó reducido a una Unión Aduanera. Levantó una muralla proteccionista hoy anacrónica e ineficaz. El arancel del 14% promedio a las mportaciones desde terceros países duplica los niveles internacionales.
El Mercosur exporta poco –apenas el 15% de lo que producen sus países en conjunto–. Tiene dificultades crecientes para acceder a tecnologías que no genera. Y perdió atractivo para la radicación de capitales productivos.
Por eso Brasil, Uruguay y Paraguay, cada uno con su realidad, vienen reclamando hace dos años bajar el arancel externo común y una apertura a los acuerdos de libre comercio con otros bloques o naciones. Hoy más de la mitad del comercio mundial se desarrolla en el marco de esos tratados, que anulan o atenúan los aranceles entre los socios.
Avanzar en ese proceso exige reformas de fondo. Equilibrio fiscal duradero, menores costos impositivos y logísticos, entre otros, fomento del ahorro y confiabilidad en el cumplimiento de los contratos. Todos, desafíos ausentes en la agenda argentina.
El gobierno se sumergió en el cortoplacismo electoralista. Y cada tanto reivindica aspectos de un modelo vintage. Una sustitución de importaciones impracticable, en la era de las cadenas internacionales de valor, que esenciales para competir profundizando las economías de escala, para aumentar la productividad y mejorar de modo genuino los salarios.
Desafiar a los demás socios a que se bajen del barco del Mercosur es, cuanto menos, un arrebato desproporcionado. Demasiada debilidad para tamaña fanfarronada.