Dijo Benjamín Disraeli, ex
Primer Ministro de Inglaterra: “La diferencia entre un estadista y un
político es que mientras el primero piensa en las siguientes generaciones, el
segundo sólo piensa en las próximas elecciones”.
Es harto evidente que la paliza propinada el último
domingo 3 de junio por Mauricio Macri a sus oponentes en la primera vuelta de
las elecciones porteñas -primer capítulo que a poco estuvo de convertirse en un
resultado definitivo dado el guarismo tan cercano al 50% obtenido por el
ganador-, dejó una brasa ardiente que está quemando la compostura, coherencia y
ética de los principales perdedores.
Es así como, desde pocas
horas después de finalizados esos comicios y con una continuidad diaria que sin
duda habrá de repetirse constantemente hasta el mismo domingo 24, fecha de la
terminal segunda vuelta, el gobierno encabezado por el hombre que vino del frío
-fuera de sí tanto él en primer término como su consabido séquito de alcahuetes-
viene avanzando peligrosamente en el lanzamiento de munición de alto calibre,
sin medir términos ni reflejar educación política alguna (carencia de larga data
en el país), sobre el candidato triunfante en ese primer tramo.
Desde el primer momento en
que salió a destilar su veneno ante la aplastante derrota de su dedocrático
candidato, Daniel Filmus, en forma continuada y aprovechando cualquier excusa
figurativa, sea por la inauguración de un complejo edilicio en San Juan, por la
firma de convenios con algún municipio o desde el atril que tenga más a mano, el
presidente Kirchner -mandatario nacional que, tal su costumbre de creer que “con
él todo, sin él nada” decidió invadir una puja electoral a nivel del gobierno
capitalino- no cesa de atacar a Macri con estigmatizaciones de barricada, que
serían dignas por otra parte de un serio diagnóstico psiquiátrico.
No tiene sentido repetir
todas las expresiones que ha desgranado hasta ahora, sin orden y como “al
voleo”, el Gran Pingüino, ya que han sido reflejadas suficientemente por los
medios de prensa, con mayor o menor centimetraje según el grado de complacencia
que le dispensen, y con el crudo realismo que le dan los medios más
independientes, en primer lugar los sitios digitales.
Pero en todas ellas, como en
las que son vertidas por su coro de estorninos, se hace harto evidente una
tremenda carencia: la total ausencia de memoria. Esa misma memoria que el
presidente declama constantemente todos los días y que parece adjudicable
solamente al electorado.
La vida de los otros
La carencia absoluta de
memoria en un ya psicótico Kirchner y su patética banda de adulones se hace
patente, fundamentalmente, en hacer hincapié en la figura de Macri vinculándolo
como un ejemplo de la década del ’90. Década que, dicho sea de paso, el
presidente y su entorno están trayendo de nuevo a la fama. Cabe recordarles,
entonces, algunos aspectos que los involucra activamente a ellos en esa década.
En primer lugar y como
gobernador de Santa Cruz, Kirchner recibió la visita del entonces presidente
Carlos Menem -uno de sus actuales caballitos de batalla para comparar su
“modelo” descalificando el de este último-, ocasión en que, besos y abrazos
mediante, lo condecoró oralmente con el calificativo de “el mejor presidente
de la Argentina”. Eran tiempos en que la provincia patagónica recibía la
generosa ayuda menemista tanto en subsidios, como en facturar en las boletas de
servicios eléctricos un aporte para “obras en Santa Cruz” –de las que
nada se sabe como del destino de ese dinero- y que aún persiste en esas
facturas, y la figuración de Kirchner en las listas de gobernadores del
menemismo para las elecciones de 1995.
Era también la época en que esa provincia recibía el
obsequio del entonces ministro menemista Domingo Cavallo de jugosos aportes por
regalías mal liquidadas en la venta de petróleo, los ahora famosos “fondos de
Santa Cruz” hace tiempo exiliados al exterior y nunca retornados al país
como miente el inquilino de la Casa Rosada. Además de la participación, como
convencionales constituyentes, de Kirchner y su esposa Cristina en la reforma
constitucional abrochada en Santa Fe, que de paso allanó el camino para el
“Pacto de Olivos”. Al margen, previamente, de las excelentes relaciones de
este heroico luchador por los “derechos humanos” con los militares procesistas
destacados en su provincia entre 1976 y 1983.
Son muchos recuerdos repentinamente evaporados del
centro de la memoria en el fatigado cerebro de Kirchner.
Como se ha evaporado del de Filmus su activa
participación también en el menemismo, tanto en su rol de secretario de
Educación durante la intendencia porteña del olvidable Carlos Grosso –incluido
el escándalo de la “escuela shopping” en el medio- como en el de asesor
en el ministerio de Educación bajo las gestiones de Jorge Rodríguez y de Susana
Decibe, siempre bajo el menemismo .
También incurre en una súbita amnesia el segundo de
Filmus en la fórmula, Carlos Heller, destructor de las finanzas del Club Boca
Juniors durante su conducción junto a Carlos Alegre y de los ahorros de cientos
de depositantes en el Banco Credicoop, también en tiempos de Menem. Al igual que
el “palanqueador” de Filmus, el incombustible jefe de gabinete Alberto
Fernández, funcionario de la Administración de Seguros –siempre en la ahora
vituperada por todos ellos “década del ‘90”-, luego candidato a legislador en la
lista para jefe de Gobierno de la Ciudad de Domingo Cavallo y más adelante jefe
de campaña de Eduardo Duhalde, otro execrado hoy día por el kirchnerismo. Como
también resulta patético el regreso a la Legislatura de la Ciudad de Buenos
Aires de un Aníbal Ibarra que a su vez erradicó de su memoria que aún carga con
194 muertos en el incendio de la disco “Cromañón”.
En fin, son muchas más las cuentas del rosario de
participaciones de Kirchner y su entorno en la década del ’90, que
testarudamente se empeñan en utilizar como blasón en la campaña antimacrista,
con la desvergüenza además de hacerlo impunemente ignorando lo que les están
refrescando en tal sentido no pocos medios y sectores políticos. Vale mencionar
que lo hicieron hasta candidatos de la izquierda en las recientes elecciones
porteñas, como Patricia Walsh y Claudio Lozano.
Conclusión
La furia asociada al temor que apareja la segura
pérdida de una baza tan crucial como la ciudad de Buenos Aires, sumados al
descenso en los índices de popularidad de Kirchner (reales y no dibujados, como
los del INDEC), y a la amenaza cierta de perder más bastiones provinciales, como
sucedió en Misiones y Neuquén, y hasta el peligro que se va cerniendo sobre las
propias presidenciales de octubre, están haciendo desastres en la compostura
presidencial.
Su testarudez ha hecho que hasta amenazara, hace
horas, a los ciudadanos porteños, amonestándolos con que si votan a Macri en la
segunda vuelta “van a aumentar las tarifas de los transportes públicos porque
les quitaremos los subsidios”. La misma falta de respeto a los votantes
exhibió Daniel Filmus al señalar que “votaron equivocados”, como si el
ejercicio de un acto tan democrático como el voto y el libre pensamiento de los
electores pudieran ser bastardeados tan alegremente por quienes la palabra
“democracia” es, en los hechos, sólo una decoración discursiva.
Como se dijo, el temor y la furia se han hecho carne
en el presidente, que a su vez los contagia a sus atribulados miembros del
entorno. Y por si fuera poco, al Gran Pingüino lo carcome uno de los siete
pecados capitales: la envidia. Otra plaga que sumada a las fobias antes
mencionadas puede hacerle cometer varios desatinos más de aquí hasta el 24 de
junio y luego hasta el 28 de octubre.
Bien decía José Ingenieros
sobre la envidia: “Es el rubor de la mejilla abofeteada por la gloria ajena;
es el grillete que arrastran los fracasados; es el acíbar que paladean los
impotentes”.
El caso es que los únicos
que hablarán con la verdad, de aquí en más, habrán de ser los electores y el
tiempo.
Carlos Machado