Vivimos un momento en que las grandes ideas políticas –que movieron a varias generaciones ilustres-, han sido reemplazadas por un rosario de desatinos puestos en marcha por sucesores de aquellas que intentan reactivar -por ahora sin éxito-, el ánimo de una sociedad fatigada, absorta y profundamente angustiada.
La pasión de la mayoría de ellos por crear un enemigo fantasma va quedando, así como único argumento para mantener un poder que se les escurre entre las manos. Y al decir esto, aludimos no solo al gobierno, sino también a muchos de sus opositores.
Las alarmas sobre los peligros que acarrea una ineficiencia aliada con la corrupción, que se han enseñoreado en las prácticas políticas de unos y otros, emiten un crujido que aturde, poniéndonos a todos frente a un escenario que oscila entre el impulso encarcelador con que se manejan desde el poder y los subsidios insuficientes con los que intentan tapar su incapacidad, transformándonos en una sociedad caótica, estancada desde hace más de cuatro años, con índices inflacionarios que nos ponen a un paso del descontrol financiero, y que, más allá del peligro que significa el aumento de raterías y criminalidad, provoca una sensación que asfixia: la precariedad en la nos vemos obligados a vivir.
Los antiguos valores, consistentes en derechos y obligaciones amparados por las leyes de la Nación, han quedado en entredicho frente a los manotazos de un poder político que intenta reconstruir su capital violándolas reiteradamente y tomando medidas de orden restrictivas, inflexibles y de muy difícil cumplimiento, sobre todo para algunos desamparados cuya única alternativa posible es rebelarse para no sucumbir.
La campaña política del Frente para Todos de cara a las elecciones de este año ha comenzado, y advertimos que su armamento proselitista está resultando bastante inadecuado para influir sobre quienes se muestran esquivos y harto móviles para ser capturados por un discurso mentiroso y anticuado, porque mucha gente carece de medios económicos para subsistir.
Es el resultado de una política ineficiente y corrupta, que nos aleja de la posibilidad de vacunarnos en el corto plazo contra el Covid 19 y sus distintas cepas mutantes, para lograr de tal modo una reactivación genuina de la economía (en oposición al engañoso “rebote del gato muerto”).
¿Qué significa pues en este contexto el acto eleccionario de este año?
A nuestro modo de ver, se trata de comprobar, a través de un recuento de votos efectivos, cuánta gente de formación superior está dispuesta a dejar de lado sus quejas y aceptar que si no se moviliza con presteza existe una enorme posibilidad de acabar muriendo en el intento de cambiar lo que YA NO VA MÁS.
Solo el Poder Judicial se ha ceñido a cumplir hasta el momento un papel decoroso frente a un gobierno que nos martilla el cerebro, diciéndonos que no existe alternativa alguna que logre alejarnos de la represión que ejerce desde el poder central.
A pesar de ello, muchos idealistas –nos encontramos entre ellos-, mantenemos la esperanza de que dicha justicia asuma el liderazgo vacante, en defensa de las libertades civiles conculcadas por el FPT.
Pero con ello solo no alcanza. Es necesario prepararse para resistir el embate de ciertos energúmenos que, a falta de argumentos razonables, nos atropellan tratando de consumar cuanto antes su “ir por todo”, ignorando las ventajas que ofrece la exaltación de valores morales que deberían inspirar siempre a la política, para que ésta logre iluminar un camino final de paz y concordia social que hoy ya no existe.
El verdadero valor de las próximas elecciones nos fotografiarán pues “al desnudo”, revelando cuán firmes son nuestras convicciones (expresadas en modestos cenáculos domésticos), para alumbrar un escenario donde la soberbia, el fanatismo, la mentira y la arbitrariedad desaparezcan para siempre.
El miedo, señala Zygmunt Bauman, constituye posiblemente el más siniestro de los múltiples demonios que anidan en muchas sociedades abiertas de nuestro tiempo, y la incertidumbre sobre el futuro incuba y cría nuestros temores más insoportables y disruptivos del orden social.
¿Alcanzará este sentimiento para motorizar nuestros anhelos de cambio? A buen entendedor, pocas palabras,