Las expresiones de indignación popular frente al abismo al que nos asomamos por la falta de rumbo del gobierno requerirán más esfuerzo aún de nuestra parte, vista la obstinación del kirchnerismo que intenta mantener un statu quo “a su medida”, en medio de una tormenta social en ciernes.
El país está literalmente quebrado y la gran mayoría de ellos han contribuido a que esto ocurra sin ninguna duda, a pesar de lo cual siguen pavoneándose muy orondos, vertiendo una chorrera de supuestos pensamientos “ilustres” (¿).
Se comportan, así como una suerte de folkloristas posmodernos que pretenden reciclar el fuego inflamado de algunos caudillos neo marxistas ya fracasados alrededor del mundo, empujando al país a un callejón sin salida y actuando como si vivieran en la durabilidad de lo efímero, contradiciéndose de la noche a la mañana con una impudicia que causa pavor.
Mientras tanto, quienes disentimos con ellos hemos pasado a ser una suerte de ciudadanos indignos y peligrosos a los que quieren “reformar” con urgencia, y la política oficial ha quedado privatizada al cuidado de individuos culturalmente minúsculos con pocos escrúpulos, empeñados en oponerse a cualquier tipo de interferencia por parte del resto de la sociedad, “desafiando los límites que impone la Naturaleza a su fantasía”, como hubiese dicho Ortega.
Una fantasía que les hace creer que, estrechando vínculos con Venezuela, Rusia y China, conseguirán obturar el rumbo por donde entra el agua a raudales en el chinchorro con el que navegan transportando sus sueños adolescentes tardíos.
La pandemia ha desnudado como nunca antes esta realidad, convirtiéndonos en rehenes de quienes nos juzgan como “inadecuados” por oponernos a lo que proponen: la vigencia del pensamiento único, tratando a quienes pensamos “distinto” como si fuésemos una “clase peligrosa” que debe quedar fuera de cualquier debate político.
Éste se da hoy en el ámbito cerrado en el que se desempeñan en forma excluyente estos individuos, supuestamente “adecuados”, que mantienen una estricta vigilancia de todos los demás, sometiéndonos a una suerte de reeducación cultural, que nos enseñe normas de vida de “calidad superior”.
Estamos quedado sumergidos de tal modo en un maremágnum de contrasentidos ideológicos, en manos de líderes extraviados y muy regresivos, sin que hayamos logrado encontrar aún válvulas de escape adecuadas para descargar nuestra ansiedad y frustración.
Porque quienes ocupan los cargos protagónicos del gobierno actual actúan convencidos de su inmortalidad política, atiborrando nuestros oídos con el retintín de consignas sencillamente indigestas.
Como frutilla para el postre, nos tenemos que tragar a regañadientes que un representante del FPT le haya dicho a la prensa en estos días que “en La Cámpora se están formando los dirigentes del futuro” (sin aclarar cuál, por supuesto), despreciando olímpicamente unas sabias reflexiones del mismo Ortega -a las que ya hemos aludido antes de ahora-, cuando señalaba que “el Estado, cualquiera sea su forma -primitiva, medieval o moderna-, es siempre la invitación que un grupo de hombres hace a otros grupos humanos para ejecutar juntos una empresa. Esta empresa, cualesquiera sean sus trámites intermediarios, consiste a la postre en organizar un cierto tipo de vida en común” (sic).
Por ahora, la “invitación” sugerida por el filósofo madrileño parece estar arrumbada en la penumbra de una habitación sin luz y cerrada con llave.
A buen entendedor, pocas palabras.