Carlos Zannini es un político de palacio. Se mueve con destreza detrás de los cortinados del poder. Habita el círculo íntimo de las decisiones desde los tiempos fundacionales del kirchnerismo.
En las buenas y en las malas, siempre tuvo una silla en la mesa chica de Néstor y Cristina. Ofició de proveedor de ideas, argumentador del relato, arquitecto jurídico de medidas de gobierno y diseñador de maquinaciones.
Quienes conocen de cerca ese vínculo definen a Zannini como un militante ardoroso del dogma kirchnerista y un incondicional.
El bajo perfil es natural a su estilo cortesano. Por eso sorprendió su descarnada ostentación de poder en la aparición televisiva del martes. “Debería haberme sacado una foto de la vacunación”, provocó.
El listado inicial que difundió el gobierno tras la eyección de Ginés González García lo incluyó entre los inoculados VIP. Se vacunó en enero, junto a su esposa, en un despacho del Ministerio de Salud.
Alegó falsedades para justificarlo. “Soy mayor de 60 años y tengo comorbilidades”, afirmó. Para esa época sólo estaban habilitados los mayores de 70 años, previa inscripción por las vías normales que él se salteó.
Omitió decir que él y su mujer, con sus firmas, validaron formularios donde figuraban como personal de salud. Una mentira que la justicia investiga, sin demasiada diligencia, como falsedad ideológica.
En el mismo acto habría incurrido en violación de los deberes de funcionario público y, tal vez, en malversación de recursos públicos y peculado. Utilizó en su propio beneficio un bien del Estado –la vacuna–, cuya asignación no le correspondía según las normas vigentes.
“El problema es la falta de vacunas, no quién se vacuna”, afirmó. Es al revés, porque faltan vacunas es preciso respetar las prioridades fijadas, que él se salteó.
Zannini dijo además que le correspondía la inmunización como “autoridad decisional”. Una categoría que no figura en la regulación.
Pero lo más revelador de la frase es la concepción que encierra: el poder da derechos, o privilegios. “No tenés que actuar con culpa porque sos una personalidad que necesita ser protegida por la sociedad”, le aconsejó a Horacio Vervitsky. El periodista amigo del poder que reveló la vacunación VIP, de algún modo, autoincriminándose por haberla utilizado.
En sus tiempos de dirigente maoísta defendía el elitismo en nombre de la revolución. Estaba tan consustanciado con el rol de supuesta vanguardia esclarecida que su agrupación universitaria se autodenominaba Vanguardia Comunista.
Ya no necesita épica. Ahora se asume sin pudores como un oligarca. Un miembro de la selecta minoría que administra los recursos y el poder del Estado a su arbitrio.