Impensadamente, la nieve cayó sobre la cabeza de los
atribulados porteños justo en la tarde de un 9 de julio. Muchos entusiastas
salieron a la calle, la mayoría con vestimenta inadecuada para tal extraña
contingencia. Pero lo único que importaba era disfrutar del fenómeno que no se
repetía desde junio de 1918. Pero al día siguiente, con el consiguiente
derretimiento de la nieve, los problemas cotidianos volvieron a enseñorearse
sobre las cabezas de los atribulados habitantes de la Capital Federal. Retornó
aquel descontento tan caro a Shakespeare, que en su inmortal pieza Ricardo
III ilustra los tiempos álgidos luego de la guerra de las Dos Rosas. Si
bien aquí no ilumina aquel sol de York, pues hace tanto frío que el astro
parece casi sin fuerza, en estas playas la crisis energética, la bolsa de
Miceli, la candidatura de Cristina, la manipulación de los índices
inflacionarios y la estupidez oficial sin límites hace calentar los espíritus
a ritmos inusitados.
Desde las derrotas en el distrito porteño y en Tierra del
Fuego, se han vertido ríos de tinta para tratar de analizar no sólo los
alcances de tamaña hecatombe sino también se intentó explicar la complejidad
del pensamiento presidencial. Muchos analistas afirmaron que el peor adversario
de Kirchner, es él mismo como tratando de entrever que dentro de la psique del
primer mandatario conviven una suerte de Jekyll y Hyde en constante disputa. “Por
primera vez, la tozudez y la persistencia en el error provocaron una baja en la
imagen presidencial y del Gobierno. Sin oposición articulada, el principal
enemigo de Kirchner sigue siendo él. Su forma de actuar genera resentimiento y
revancha”, puntualizó Darío Gallo en la edición de Noticias del
domingo 30 de junio.
Sin equivocarse, Mauricio Macri había afirmado en el mismo
semanario que uno de los motivos de su triunfo fue esencialmente el hartazgo del
electorado a eso estilo de gestión. Pues el desgaste en estos cuatro años vino
precisamente de esto, una persistencia obsesiva en el conflicto estéril. Desde
su asunción, Kirchner transformó su atril del Salón Blanco en un ring donde
le pegaba sin asco a todos aquellos que según su óptica, no entraban dentro de
su esquema. Primero, se reinventó a sí mismo mirándose al engañoso espejo de
luchador de los derechos humanos, escondiendo su fortuna, negando los problemas
y falseando todo aquello que pudiera horadar sus costados menos luminosos. Quien
gobernó Santa Cruz como un patrón de estancia, no tuvo ningún reparo en
presentarse como un progresista de pura cepa, metiendo en el baúl de los
recuerdos indeseados la activa militancia en pro del neoliberalismo menemista
durante diez largos años. Para Kirchner, la mejor manera de congelar el
descontento, es negar su existencia. Como si se tratara de un perfeccionamiento
de aquella lógica perversa del Proceso militar que negaba aquello que no salía
a la luz, como las desapariciones forzadas de personas que ocurrían mayormente
durante la noche. El hombre venido del frío no sólo sobornó y amordazó con
billetes oficiales a la libertad de prensa, sino que decretó intervenir el
INDEC para que el vulgo no se entero de la inflación que depreda los bolsillos.
Si bien desde su juventud se declaró justicialista, durante su gestión al
frente de la Nación despreció al movimiento hasta el punto de designar a su
mujer como su sucesora, despreciando recurrir a elecciones internas.
Un escenario posible
Ante este cuadro, los principales popes de la oposición
como Lavagna, López Murphy y Carrió han aventurado que la designación de
Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner les abre la posibilidad de un
ballotage el 28 de octubre próximo. Pero si se da lo contrario, no es difícil
entrever lo que sería una eventual presidencia de la esposa del Pingüino. Algunos
se atrevieron a reflotar la imagen de Isabel Perón, embretada entre el caos
social, la sombra de López Rega y los rumores golpistas; basándose en la nula
experiencia de gestión de la aludida. Cristina Fernández no tiene, para
algunos, cintura de estadista ni capacidad para encarar el cacareado cambio que
se viene, según propala la publicidad oficial.
Circula en la web una curiosa historia, que involucra al
cardenal primado Jorge Bergoglio y al ex presidente Duhalde. Se cuenta que hace
un mes y medio, durante una charla, quien casi ostenta la tiara pontificia entró
en transe y relató a su interlocutor una profecía donde ocurría un estallido
social. Esta visión apocalíptica sería la triste conclusión de una crisis
que no terminó de resolverse en diciembre de 2001, cuando la inoperancia de la
Alianza llevó al país al caos y a la disolución. La única garantía de que
esto no suceda, es que quienes se dicen representarnos lo hagan realmente y
dejen de lado sus espurios y mezquinos intereses personales. La desigualdad
social y el desempleo que no cesa, son el caldo de cultivo para que en el futuro
ocurra lo predicho por Bergoglio. Para evitarlo, los que mandan deben asumir la
realidad y no dejarse marear por exitismos baratos y por sueños manipulados.
Fernando Paolella