Desde que llegó la pandemia, Julio César Saguier pasa la mayor parte de su tiempo en el campo que tenía su homónimo padre en Pergamino. En ese rancho, famoso en la mitología radical por ser un refugio para perseguidos políticos durante los años de plomo, está sucediendo un fenómeno extraño: a pesar de que el dueño de La Nación se aisló por entrar dentro de la categoría de riesgo, su sombra no para de crecer sobre todos los rincones del establishment y del círculo rojo. De esto, al menos, están convencidos en el Gobierno, que ven en esa familia -y en particular en su reconvertido canal- al nuevo enemigo público oficial, y también su histórico competidor, Héctor Magnetto, que sigue con creciente temor cómo la distancia entre las ventas y el rating entre uno y otro medio se acortan cada día. Con Clarín menos “nervioso” que en otros años, y con su dueño ocupado en gigantescos negocios que ya no son sólo periodísticos, parecería que desde esa ciudad bonaerense va a salir el nuevo campeón.
“No dispare, general, que ha vencido”. Los Saguier son seis hermanos: Julio (60), el mayor, Alejandro (59), Fernán (57), Luis (54), Florencia (50) y María Luz (47). Ellos solos, junto a su madre, pudieron lo que no lograron más de 16 mil soldados en Pavón: vencer a Mitre. Esa pelea por la mayoría de las acciones de La Nación, que se dio a mediados de los noventa, fue casi tan violenta como la que dieron las fuerzas de Urquiza, aunque en este caso la victoria le fue esquiva a los descendientes del ex presidente. En esa derrota, que dejó por primera vez en la historia al célebre apellido afuera del control del diario, comenzó a gestarse el cambio que hoy reproduce -hasta límites insospechados- la programación superagrietada de su canal.
Hay que entender que La Nación está muy lejos de ser sólo un medio. Así lo creía el Mitre original, el que mejor entendió, en un siglo de hazañas de película y nacimientos de países, que para disputar el futuro había que intervenir no sólo el presente sino también tomar al pasado por asalto. Ese proyecto lo plasmó a través de su Academia Nacional de la Historia, hasta hace no tanto dueña monopólica del ayer argentino, y de su “tribuna de doctrina”, el diario. Aunque pasaron 151 años de su fundación, ese “espíritu”, ese ethos -conservador, oligárquico, liberal, representante de las buenas costumbres, según a quién se le pregunte- sigue pesando en el edificio de la Avenida Libertador. Las decenas de bustos, fotos y cuadros que hay ahí del ideólogo de la Guerra del Paraguay lo pueden atestiguar.
Por eso es que cada golpe de timón que da el directorio de la sociedad anónima La Nación SA -la empresa madre del grupo, de la cual los Saguier controlan el 66%- se da con el peso que confiere la historia. “150 años y vamos por 150 más”, es una frase que repite su plana mayor. Juran que ese fue el caso de la programación que estrenó este año el canal: una decisión muy pensada para gambetear la encrucijada monetaria en la que estaba atrapada LN+, una emisora que estaba por cumplir cinco años pero que daba pérdidas millonarias y amenazaba con hundir a todo el conglomerado. La polarización de esta pantalla sería, según esta versión, una decisión no del corazón sino del bolsillo. De cualquier manera, fue una apuesta más que efectiva: con Juan Cruz Ávila como productor general desde enero, el canal quintuplicó su rating, le gana a TN del Grupo Clarín en el prime time y se convirtió en el lugar en el que empieza a referenciarse la oposición, tanto votantes como dirigentes.
La ley primera. El giro del canal fue un debate también entre la familia. Los que más gravitan sobre la vida del grupo son tres. Al mayor, primerizo en una familia patricia, los que lo conocen lo pintan como un hombre con ideas políticas a tono con la historia del medio. Pertenece más al mundo aristocrático del que salió su madre Matilde Noble Saguier (sobrina del fundador de Clarín por rama paterna y bisnieta del ex presidente por la materna, vínculo familiar por el cual ella siempre tuvo un mínimo porcentaje de las acciones que se amplió luego de la contienda de los noventa), que a su difunto padre. Abogado de la UCA y con la fe cristiana que enseñan en esa universidad, cuando Julio César se puso al frente de La Nación tenía tan sólo 34 años. Ese empuje juvenil fue clave para que el diario empezara a dejar atrás los fantasmas de un medio muy conservador y con complicidad con la última dictadura, y girara en esos años hacia una posición de crítica hacia el menemismo y algo más abierta. Ese cambio se evidenció en la salida de Bartolomé Mitre -el tataranieto, hasta entonces director del diario, cargo que mantuvo sólo en las formas hasta su muerte en el 2020- y en el desembarco, años después, de Héctor D'Amico y Jorge Fernández Díaz a la primera línea de la redacción. Luego del regreso a posiciones más tradicionales durante la década K, en la que La Nación se convirtió en uno de los blancos del entonces oficialismo, con Julio al mando su canal se transformó ahora en un fenómeno de masas polarizadas.
Algunos que lo conocen se animan a especular que una emisora en donde no faltan los gritos y las descalificaciones directas hacia el Presidente, por citar algunos casos, no representan cabalmente los modos o las formas que más le gustarían al líder del grupo. Pero, sobre todo en época de vacas flacas, billetera mata tradición.
Sobre el líder del grupo pesan las acusaciones y miedos más grandes del oficialismo. “Me quiso meter preso”, le dijo a NOTICIAS el sindicalista K Víctor Santa María. “Vino a mi casa y me amenazó”, contó el titular de la Alameda, Gustavo Vera, por, según su versión, los seminarios que armaba con jueces y fiscales en el Vaticano. Cerca de Vera dicen que luego de esa supuesta visita, que habría ocurrido el 2 de diciembre del 2016, este llamó directamente al Papa Francisco y le contó el incidente. Víctor Hugo Morales también se sumó a la lista de supuestas víctimas de las presiones de Julio Saguier. Javier Fernández, operador judicial K, lo sindicó, en una entrevista en la revista Crisis, como “un operador que quiere nombrar jueces”. Son girones de una lógica que gira en el Frente de Todos y que desde la Rosada dan por cierta: que el mandamás del grupo La Nación se sentaba en la “mesa de los jueves” del mundo judicial macrista, que comandaba el entonces ministro Germán Garavano y donde estaba también el exiliado o prófugo -según cómo se lo mire- “Pepín” Rodríguez Simón. En el macrismo y en La Nación lo desmienten tajantemente.
Uno de los funcionarios más cercanos al Presidente dice: “No hay dudas de que operó para el macrismo. ¿Qué más prueba quieren que la solicitada contra Rafecas?”. Ese pronunciamiento del 2016 pedía la remoción del juez a quien hoy Alberto Fernández quiere para la Procuración. Saguier la firmó pero el Gobierno está convencido que adsemás él mismo fue quien la organizó.
Fernán, en cambio, dicen que tiene más de su padre que el resto. Tuvo sus años de militancia radical, como hizo toda su vida Julio senior, mano derecha de Raúl Alfonsín -“y gran amigo”, en palabras del ex presidente- e intendente porteño desde 1983 hasta su repentina muerte en 1987. Es el único de los hermanos que es periodista, y fue durante años corresponsal de La Nación en Washington. A diferencia de Julio junior, que rara vez abandona el quinto piso de Libertador, Fernán pisa la redacción a diario, participa de todas las reuniones de tapa, come en el comedor como el resto de los mortales, e insulta cada vez que Clarín u otro medio le gana en las métricas. En criollo, es el que tiene más calle, y también el embajador formal de la familia ante los distintos inquilinos de la Casa Rosada. Para las negociaciones más discretas y sensibles está Julio: algunos que fueron funcionarios en el gobierno K y también lo son ahora todavía se acuerdan de los cabildeos que hizo el mayor de los Saguier a principios de milenio para intentar desactivar una extravagante causa que armó la jueza María Servini de Cubría basada en un artículo de una revista de Raúl Moneta, donde se hablaban de supuestos préstamos irregulares con los cuales los Saguier financiaron la adquisición de la mayoría de las acciones del grupo. La acusación jamás fue probada pero, entre allanamientos y procesamientos, el tema alteró los ánimos.
Fernán apenas pasaba los 30 años cuando llegó a La Nación y, cuentan desde allá, hubiera sido imposible su camino si no fuera por su mentor, el histórico Claudio Escribano. Saguier fue subdirector del diario del 2005 hasta el año pasado, cuando se convirtió en director luego de la muerte de “Bartolo” Mitre. Hay un dato curioso de su biografía sobre el que se tejieron miles de especulaciones: su esposa es íntima amiga, y madrina del casamiento civil, de Juliana Awada. Esa relación -a la que el Gobierno le suma, según su óptica, una afinidad ideológica profunda- es sobre la que se desplega un rumor que cotiza alto en el círculo rojo: es la tesis de que Mauricio Macri puso plata en el canal y/o acercó amigos del estilo de Nicolás Caputo y Marcos Galperín. “Sumás uno más uno más uno y las cuentas dan”, dijo sobre estas versiones el presidente del Grupo América, Daniel Vila. Esmeralda Mitre, hija de “Bartolo”, propietaria de una parte chica de esas acciones, y en guerra abierta con los Saguier, les puso número a esos rumores: 15 millones de dólares. Esta versión, desmentida por La Nación y el macrismo pero en la que creen ciegamente las grandes espadas del Gobierno, es la que explicaría, y le daría sustento económico, a la llegada de Ávila -que estuvo a minutos de ser funcionario en el gobierno macrista- y, sobre todo, al giro anti K del canal. En el oficialismo es un tema que cala hondo, y que algunos sienten como una traición casi personal: los que tienen despacho en la Rosada recuerdan sendas visitas allá de Fernán y del productor general donde juraron que el nuevo canal iba a ser “plural” y “con todas las voces”. “Y ahora desde ahí piden un país sin kirchneristas, hacen campaña contra las vacunas, viven tirando fake news”, se quejan en el Gobierno. Otro foco en el que enfatizan desde ahí es el de la Asociación Empresaria Argentina (AEA): creen que, después de Paolo Rocca de Techint, son los Saguier, en especial Julio, los que más palos ponen en la rueda.
Aunque prefiere el perfil bajo, Luis, tres años menor que Fernán, es el gran cerebro económico del grupo. Ingeniero de profesión y de alma, para él la política no es mucho más que esa actividad que lo hizo crecer casi con un padre ausente, y el periodismo como oficio es algo que sólo tiene sentido si los números cierran. De ahí que fuera uno de los grandes instigadores del giro del canal, y seguramente quien más satisfecho esté con los resultados.
“150 años más”. Uno de los grandes políticos del peronismo, probable candidato para las próximas elecciones, cuenta que hace poco un pope del mundo privado le dijo en confianza y con cierto penar: “Hoy no tenemos una voz que nos represente”. Hablaba de el vacío que está empezando a dejar Magnetto, al borde de los 80 años y más preocupado en las telecomunicaciones que en su diario. Pero, aunque quizás el empresario nostálgico no lo sepa, el futuro llegó hace rato. Y tiene sede en Pergamino (Revista Noticias).