Son por todos conocidas las vicisitudes por las que atravesó la
investigación científica ante la colosal mole de las pseudociencias,
supersticiones, prejuicios, dogmas religiosos y toda la ignorancia de los
tiempos.
La Tierra fija y los astros volando a su alrededor era una verdad
incontrovertible. Aristóteles era la autoridad máxima sobre toda materia,
¿cómo contradecirlo? Las evidencias eran claras. ¿Acaso no era posible ver día
y noche el desplazamiento de la Luna, el Sol, los planetas y estrellas del
cielo estando la Tierra inmóvil? Aún sin Aristóteles, era fácil deducirlo.
Bastaba con ser medianamente observador para darse cuenta.
Esta imagen de la Tierra y su entorno fue aceptada por todo el mundo
salvo la afirmación en contrario de unos pocos observadores perspicaces como
Heráclides del Ponto quien en el siglo IV a. C. había aseverado que la Tierra
gira sobre su eje, y Aristarco de Samos (c. 310-230 a. C.) quien propuso por
primera vez un universo heliocéntrico en el que la Tierra y otros planetas
giran alrededor del Sol. Esto, por supuesto que en otros tiempos sonaba como
un mayúsculo disparate, pues surgía el demoledor interrogante: si la Tierra se
mueve, ¿cómo entonces no salían disparados las nubes y los seres vivos?
También se aceptaba que la Tierra era plana y que un navío que se
atreviera a internarse mar adentro a una imprudente distancia de la costa, se
precipitaría al vacío.
Otra cosa que parecía evidente era la existencia de un fluido sutil,
invisible, imponderable y elástico, transmisor de las radiaciones. Se trataba
del eter, que nadie podía ver, ni
sentir, como se siente el aire también invisible cuando nos da señales de su
existencia en forma de viento; pero era necesario aceptarlo para explicar la
transmisión de la luz, el calor y otras formas de energía. El vacío no podía
existir entre el Sol y la Tierra, pues ¿cómo explicar sino la radiación del
astro del día que llegaba a nosotros?
Se aceptaba que el mundo tuvo que haber sido creado, igual que la vida
sobre la Tierra, de lo contrario ¿cómo explicar tanta armonía y la existencia
de las plantas animales y seres humanos?
Además, existía un libro hebreo que tanto judíos como occidentales
tomaron como palabra del creador de todo lo existente "visible e invisible".
Allí estaba "claramente" narrada la creación, ¿quién podía osar contradecir
la Biblia?
Además de la creación ex-novo, en
biología se admitía la generación espontánea.
Ya el mismo Aristóteles en su tiempo decía que:
un pelo de caballo puesto en un recipiente
con agua, con el tiempo se transformaba en gusano. ¿Quién se atrevería
a contradecir otra vez al Estagirita? También se decía que las abejas se
generaban directamente de la miel y las moscas de la podredumbre sin necesidad
de progenitores.
También estaba en boga en los tiempos idos (y siempre en biología) el
principio vital (el bergsoniano elan vital)
que lo anima todo, las plantas y los animales, y explica la vida sobre el
planeta. Lo vitalistas estaban convencidos de que los fenómenos vitales no se
podían explicar únicamente por las leyes fisicoquímicas de la materia.
Para los judeocristianos, según una tradición no bíblica, el hombre había
sido creado de barro, y de una de sus costillas la mujer, y que la humanidad
provenía de una única pareja de seres perfectos, esta vez según el texto
bíblico aceptado en occidente, que además de base de dos religiones, era
también una "guía científica" (palabra de Dios) para todo investigador
preocupado por el pasado.
No solo la filosofía occidental se hallaba "llena de Biblia" entonces,
sino también las denominadas "ciencias particulares".
Todas estas cosas y muchas más, pertenecieron al mundo de ficción sin
advertirlo nadie, y era porque la humanidad recién estaba emergiendo del
cascarón en materia de conocimiento del mundo y de sí misma. Como todos
sabemos, los golpes contra todas las pseudociencias fueron dados por mentes
lúcidas como Galileo, Copérnico y Newton, entre otros. La Tierra plana se
transformó en una esfera, fue destronada de su privilegiado sitial, y el
centro del sistema muy a pesar de que los escolásticos se negaran
obstinadamente a mirar por el telescopio de Galileo, fue trasladado al Sol.
Mas, pronto también el Sol perdió jerarquía al ser desplazado hacia un brazo
cualquiera de la Vía Láctea y a su vez esta galaxia tampoco constituye centro
alguno. No hay centro, y la Tierra con su Sol perdidos en el espacio entre
miles de millones de estrellas relativizan su importancia para el Cosmos, un
"cosmos orden" que hoy sólo conserva su nombre, ya que, la moderna cosmología
está demostrando que nos hallamos comprendidos con nuestro sistema solar y
nuestra galaxia, en una gigantesca catástrofe a nivel universal denominada
Big bang (gran explosión) con
expansión de todas las demás galaxias). El
eter, producto de la nesciencia, dada su necesidad imprescindible para
explicar antiguamente la intimidad de la materia, como sabemos, resultó ser
tan solo una ilusión cuando se demostró que el fotón -"partícula" de luz-
puede atravesar perfectamente el vacío en forma ondulatoria sin necesidad de
medio transmisor alguno.
Las pseudociencias en la lejanía
del tiempo de ese entonces, estaban a la orden del día, pero la necesidad de
un dios para explicar la "creación" y el gobierno del mundo, recibió un
certero golpe cuando se demostró que el universo se podía dar cuerda a sí
mismo prescindiendo de todo creador y gobernador. En efecto, si el proceso
universal cíclico de expansión, contracción, nueva expansión correspondiente
a un universo pulsátil en el cual los
big bangs se repiten infinitamente,
añadimos la eternidad de la esencia del universo en forma de materia-energía,
podemos prescindir de todo creador y gobernador todopoderoso. (Véase de
Ladislao Vadas: La esencia del universo,
Ed. Reflexión, Buenos Aires y Razonamientos
ateos, ed. Meditación, Buenos Aires). Esto ha obligado a los teólogos y
filósofos basados en el texto "histórico" hebreo del
Génesis, a "agarrarse la cabeza" y
buscar nuevos caminos, dicho sea de paso, inhallables, para reconciliar la
creación con una nueva visión astronómica del mundo. Las
pseudociencias en ese entonces,
estaban a la orden del día.
La creación de los seres vivientes tal como hoy los vemos, desde un
principio, de acuerdo con el denominado
fijismo creacionista (otra pseudociencia) según el cual el caballo fue
siempre caballo, la vaca siempre vaca, el cocodrilo siempre cocodrilo, etc.,
sufrió a partir de Spencer y Darwin un golpe mortal con la demostración de la
evolución de las especies desde el unicelular o acelular hasta el hombre y los
animales que lo acompñan en la evolución.
Por su parte la hipótesis de la generación espontánea tuvo que ser
abandonada definitivamente cuando Pasteur dio el golpe final contra esta falsa
creencia, con el principio de la esterilización del medio ambiente donde se
reproducen los microorganismos dando paso a la verdad:
todo ser viviente procede de otro ser
viviente.
El panuniversal elan vital,
a pesar de la afanosa e infructuosa búsqueda emprendida por los biólogos
pseudocientíficos vitalistas, no ha
aparecido por ninguna parte. Ese principio vital que misteriosamente "hace
ser" a la vida, es inhallable y sólo les queda entre manos a los biólogos el
hecho de la asimilación de elementos químicos y sus compuestos, la captación
de la energía solar, la combinación del oxígeno con el carbono, la
transformación (metabolismo) y la eliminación (catabolismo), entre cuyos
extremos se sitúa el desarrollo, crecimiento, reproducción y otras
manifestaciones del ser viviente como producto de la energía encerrada en
la esencia del universo.
La presunta primera pareja bíblica de seres perfectos que dio origen a la
humanidad fue desmentida rotundamente por los hallazgos fósiles de los
predecesores del hombre representados por el
pitecántropo, el australopiteco
y otros especimenes con caracteres simiescos y homínidos entremezclados, y por
a misma evolución de las especies, apoyada en la paleontología, la anatomía
comparada, la embriología, la serología, la genética, la ontogenia y la
filogenia, como pruebas concurrentes.
Así es como la luz de la ciencia fue iluminando el mundo, lentamente al
principio por causa del viscoso y denso medio oponente del mundo precientífico,
explosivamente luego al abrirse brecha, y asombrosamente hoy con claridad
meridiana como en el caso de la comprensión del plan genético ADN según cuyo
modelo estamos hechos y la audaz comparación del funcionamiento de nuestro
cerebro con las computadoras electrónicas, cuestión que está echando por
tierra toda creencia en un alma espiritual existente al margen del cuerpo. Hoy
en lugar de alma, se habla de neuronas y axones que por programación natural
(desde el animal primitivo del que derivamos), grabación, combinación y
respuesta, todo en el ámbito físico energético, produce el pensamiento y todas
las facultades mentales.
El otrora mundo del espíritu va cediendo como falso concepto, reemplazado
por el verdadero mundo psíquico de origen material-energético que "nos" hace
reflexionar, recordar, entender, calcular, decidir, soñar, amar, crear,
investigar, inventar y todo lo demás.
Ante la comprensión del mundo real, todo lo concerniente al mundo
imaginado se esfuma, y ante la aplicación saludable de los conocimientos
auténticos, el propio mudo real es modificado y la naturaleza domesticada para
el buen servicio del hombre de modo de vivir mejor sin padecer bajo sus
influjos negativos o sumido en la alucinación del mundo de las pseudociencia y
la fantasía.
Ladislao Vadas