Desde el momento en que la filosofía ha pretendido partir de conceptos
a priori, no ha cumplido con el
requisito sine qua non de someter la
"realidad" a la experiencia, y por ende se trata de una
pseudociencia.
Nació más bien como una teología,
pretendiendo explicar el mundo desde la existencia de un
ser antepuesto al mismo, ya sea el
demiurgo platónico, o
el primer motor aristotélico.
Aquí vemos que el filósofo antepuso al menos dos supuestos, por cuanto ya
no se trata de un saber sin supuestos
como se ha presentado a la filosofía. Uno de los supuestos es la existencia de
un cierto ente creador y gobernador del mundo.
Está claro que, la visión que se tenía del mundo en la antigüedad, daba
para las siguientes especulaciones: si en el
universo reinaba el orden y todo marchaba armónicamente, era lógico aceptar que
alguien tuvo que haberlo ordenado y, además la Tierra era el centro y todos los
demás astros habían sido creados "para ella" o más bien para el provecho y
deleite del rey de la creación: ¡el hombre!
Continuó luego siendo esto teología, en parte con San Agustín, según su
concepción de las contrapuestas "ciudad de Dios" y "ciudad del mundo" que luchan
entre sí. Siguen luego, Boecio con su dios como ser personal; el Seudo-Dionisio
areopagita con su dios, origen de la bondad que lo encierra todo; el escolástico
Juan Escoto Erígena para quien Dios al contemplarse a sí mismo, salen de El las
ideas, desde toda la eternidad y en pura
intemporalidad. "En ellas se despliega Dios a sí mismo y crea con ello los
principios del devenir. Luego estas ideas son las verdaderas causas del ser de
las cosas". Después vienen San Anselmo de Canterbury con su prueba ontológica de
la existencia de Dios; san Alberto Magno, el "Doctor Universalis" con su teoría
de que Dios es la luz increada de la cual fluye el ser en grados escalonados
pasando por el alma del mundo hasta llegar al ser corpóreo; Santo Tomás de
Aquino utiliza las ideas de Aristóteles para demostrar la existencia de su dios
y elabora sus famosas cinco vías para
llegar a "El"; el maestro Eckart con sus ideas y el
Verbo: "El Hijo de Dios es ¡
una palabra del Padre!" A su vez Ockam nos ilustra sobre la omnipotencia
y voluntad de Dios; Nicolás de Cusa con su célebre
docta ignorancia, no nos permite
comprender a Dios de hecho, pues no puede ser alcanzado en su propio ser por
nuestro entendimiento. Para él, Dios es el
maximum, la plenitud por excelencia, a la que nada falta. Siguen muchos
otros, cuyo tema antepuesto: Dios,
constituía uno de los núcleos o el núcleo del enfrentamiento
yo-etorno (yo mundo) sobre cuya
problemática reflexionaban.
Otro de los supuestos de la filosofía, consistió en la creencia y sólo
creencia, en la capacidad de la mente humana para entenderlo todo sin la ayuda
de la experiencia previa y de desarrollar el saber encerrado allí. Solo hacía
falta extraerlo, manifestarlo, exponerlo, o en otros términos:
parirlo a la manera de la mayéutica
socrática. Sócrates, hijo de una partera, creyó ingenuamente hallar la sabiduría
en cada hombre en relación con los demás hombres, con sólo interrogar,
contradecir, guiar la razón, hasta hallar la verdad.
Sabemos que esto no puede ser así desde cuando podemos decir, exagerando,
que existen tantas visiones del mundo como habitantes hay en nuestro planeta. ¿Y
las cosmogonías antiguas? ¿Y los mitos para explicar el mundo? ¿Y las
pseudociencias? En
una palabra, el mundo de ficción ¿de dónde surgió? ¿Acaso de lo profundo de la
"sabiduría oculta"? Emergió de la mente ignara, por supuesto, pero es lo más
irreal que puede existir en el mundo, pura fantasía sin asidero en racionalismo
alguno.
Luego por más que se especule y se hurgue en la mente, solo hallaremos
nuestro folclore al que pertenecemos y nuestras vivencias de lo real amalgamadas
con lo irreal. De aquí nunca puede emerger verdad alguna, salvo la de que
pensamos como bien razonó Descartes.
Puesto que no hay individuo que experimente idénticas vivencias que otro a
lo largo de su vida no es posible arribar a una verdad única ni ponerse de
acuerdo sobre el significado del universo y la vida. Cada individuo llegará a
sus propias conclusiones según el bagaje de vivencias recogidas en su existencia
y obtendrá su propia "verdad", una "verdad" entre otras "verdades" tenida por
tales por cada individuo.
A los filósofos no les ocurre distinto. Hay tantas filosofías diferentes
como filósofos. Es por lo tanto una
pseudociencia, pertenece al mundo de ficción elaborado por la mente.
La Ciencia Experimental, única válida,
nos dice, por ejemplo, que en el núcleo celular de los seres vivientes, existen
cromosomas que contienen ADN y esto es irrebatible. También nos muestra otro
mundo aparte del visible a simple vista; basta con proveerse de un microscopio
para que aparezcan microorganismos por doquier: en los objetos que tocamos:
sobre nuetra piel, en la boca, naríz, en los alimentos, en nuestros intestinos,
en los cadáveres, en el aire que respiramos, en el suelo que pisamos, en el
agua... Muchos de estos microorganismos explican a la medicina las causas de las
enfermedades; hay trillones, cuatrillones... de ellos cuya presencia antes no se
sospechaba siquiera.
La ciencia también nos alecciona sobre los contenidos del espacio exterior
y basta con observar el cielo con un potente telescopio para constatar que las
galaxias, otrora tomadas como nebulosas, estan compuestas en realidad por
millones de estrellas.
En cambio la filosofía de Leibniz, por ejemplo, con su carga de fantasía
nos explica que todo está compuesto de mónadas, que equivalen a algo así como a
¡átomos espirituales! El panteísta Baruch Spinoza nos quiso
convencer de que ¡todo es dios¡, (y por lo tanto, ¿nosotros también?) y que por
consiguiente el panteísmo es ¡la verdad¡. Hegel también ha estado por allí cerca
con su concepto de que nosotros somos: ¡el pensamiento de Dios! O dicho de otro
modo: mediante el hombre, ¡Dios se piensa a sí mismo!
Mientras tanto, los idealistas nos
aseguran que todo es idea platónica plasmada en los seres que vemos, palpamos y
somos, y los materialistas que todo nace
y termina en la materia, los dualistas
nos hablan de dos sustancias: materia y
espíritu . En contraposición, los
monistas conciben una sola sustancia, a la par que Descartes nos quiso persuadir
de la existencia de tres sustancias, a saber:
materia, espíritu y un dios espiritual.
Otros borran el mundo de un plumazo y son los idealistas radicales con su
afirmación de que todo lo que experimentamos es una
creación mental y arriban a la
conclusión de que las cosas no existen hasta tanto no las "veamos", es decir, se
tornan reales cuando las "elaboramos" en base a nuestras percepciones. Este
dualismo extremo tuvo tanta gravitación que incluso ha tentado a los físicos a
tal punto que, en nuestros días ha sido trasladado, por desgracia, a la física
cuántica como veremos más adelante.
Como vemos, la filosofía en estos términos no sirve más que para embarullar
el mundo, aún más de lo que está con las supersticiones, mitos y creencias
esotéricas de toda laya.
Quizás por esto se me tilde de
cientificista. Es un modo despectivo de echarse de encima a los que
alaban "con exceso" a la ciencia, por parte de los filósofos idealistas y
espiritualistas. Pero muy a pesar de ellos, no puedo menos que exclamar
irónicamente: ¡Bendito sea el cientificismo¡, porque la definición del término
dice que se trata de la reducción del conocimiento universalmente válido al
saber experimental. Es decir que todo aquello que no es demostrable por la vía
experimental o racional, no es verdadero conocimiento sino, a lo más, mera
presunción. Así el cientificismo niega todo valor absoluto a las especulaciones
apriorísticas en el terreno de las ciencias naturales. El mundo jamás puede ser
conocido en su realidad íntima mediante el mero escarbar en la mente para
hallar allí fórmulas de verdad. Nuestra mente es relativa, fruto de una
evolución aleatoria de adaptación al medio y hallazgos de motivos existenciales
como el quehacer artístico, político, social, económico, jurisprudencial,
especulativo, etc.
Nuestra mente creada por una naturaleza que actúa a ciegas por tanteos al
azar, según algunos, jamás puede contener fórmulas de verdad aplicables al mundo
exterior. En este caso seríamos como dioses provistos de conocimientos innatos
recluidos en el inconsciente sobre física, química, biología, astronomía,
psicología, filosofía, etc. y sólo nos haría falta aflorarlos para
desarrollarlos y entender el mundo al margen de la experiencia científica.
Esto es una utopía de los filólsofos de todos los tiempos, que creen en los
poderes absolutos de la mente para entenderlo todo, quizás ésta como efluvio o
emanación de cierta divinidad superior
omnisciente . Esta es a todas luces solo una utopía, una falsa ilusión.
Solo la ciencia experimental
nos aproxima a la realidad del mundo.
Los desgajamientos de la
filosofía
Con el correr del tiempo, en la medida del avance del auténtico
saber, mediante la Ciencia
experimental, se han ido separando de la filosofía tenida por "la
ciencia de las ciencias", sus ramas tales como la
psicología, la
lógica, la
ética, las auténticas ciencias,
quedando aquella reducida a pura
metafísica. Pero este último reducto del "amor a la sabiduría", a mi
entender, no tiene valor alguno si parte en sus reflexiones de conceptos
a priori. En otros términos, sólo
valoro aquella filosofía que se nutre de la
ciencia experimental
para recoger sus resultados y obtener con ellos una
visión del mundo. Esta es la clase de
filosofía que he elaborado y explicado en mi obra capital titulada
La esencia del universo
(Editorial Reflexión, Buenos Aires, 1991, capítulo XIX, 3). y otras obras.
Este proceso de depuración se asemeja al que se cumplió en la amalgama entre
ciencia y superstición como la primitiva
astrología con sus horóscopos y la verdadera ciencia de los astros: la
astronomía, o entre la alquimia que
buscaba el preciado oro y la química que
deseaba saber de qué estaba hecho el mundo.
Por supuesto que, dado el escaso conocimiento de la naturaleza y la falta
de medios para lograrlo, no se podía pretender, en aquel tiempo, otra cosa que
echar al vuelo la imaginación. No existía aceleradores de partículas como el
cosmotron y el
bevatrón y el gigante LEP (Large
Electron Positron Ring), para desmenuzar la materia; por eso el antiguo Giordano
Bruno y el no menos decano filósofo Leibniz idearon las
mónadas espirituales, y ... Demócrito en
tiempos lejanos hablaba de átomos como
partículas elementales últimas e indivisibles como lo indica su nombre. Puesto
que no había explicación para la existencia del mundo, se inventó a un dios
creador y gobernador de todo lo existente. Puesto que nadie se podía explicar la
existencia del mal en el mundo a pesar
de hallarse todo bajo la tutela de un dios infalible e infinitamente bueno, se
inventaron las pseudociencias, cayéndose así en ciertas fuerzas demoníacas,
maniqueismo zoroástrico, tal como lo
notamos en el filósofo Scheler quién "va a lo demoníaco explayarse
tumescentemente en un poder cósmico al que aún lo divino está uncido, y
desarrolla un panteísmo evolucionista, en que el Dios bueno aparece solo al
final del proceso cósmico". (Véase: Johannes Hirschberger:
Historia de la filosofía, Herder,
Barcelona, 1970, tomo II, pág. 400).
Lo que entonces nos queda, como positivo, es la Ciencia Empírica, que está
comprendiendo y cambiando el mundo y que puede cambiar también al hombre de
raíz, para transformarlo en un superhombre-ángel-bueno, desde el ADN modificado.
Ladislao Vadas