Un paradójico balazo de 357 Magnum justo en el corazón cierra la vida del más afamado cardiocirujano argentino Favaloro, como dramático acto final en supuesto repudio a la desidia nacional.
La tarde del sábado 29 se cortó en dos, dejando una estela de pólvora. En el baño del segundo piso de Dardo Rocha 2965 don René sintió en lo más profundo de su alma el no va más. Justamente él, que cuando operaba trataba de infundir esperanzas en sus pacientes, habrá notado que ya no le quedaba.
Luego del cimbronazo inicial, sus allegados notaron que estaba agobiado por las deudas que atenazaban a su Fundación, amén de encontrarse profundamente deprimido por la situación nacional.
Entonces, se puede decir que el gran bajón imperante se tragó a alguien más. La pálida imperante hace que Argentina se transforme en Saturno, aquel despiadado dios griego que se almorzaba a sus hijos. Antes, se los comía con la herejía de la desaparición. Actualmente es más sutil, lo hace bajo la forma del ajuste salvaje. Una moderna concepción de la “solución final” que como atroz maltusianismo, nivela a las sociedades algo atrasaditas (antes, “en vías de desarrollo”) con una filosa guadaña invisible.
“Que nos pasa a los argentinos, estamos todos locos”, afirma Fabio Alberti tiza en mano justo en el final de Todo x 2 pesos. Esta caricatura de Grondona evidencia que el estado mental de los nacidos en estas pampas es más que preocupante, pues el abismo parece agrandarse ante la indiferencia, sobre todo, oficial.
¿El país se asemeja al Titanic? Peligrosamente, se le parece. Pues desde el engañoso lujo del menemismo la clase dirigente está tan autista como la orquesta del lujoso trasatlántico, que a pesar de estar éste agonizando continuaba tocando. Mientras que el resto, presa del pánico en cubierta, pugna por salvarse sin reparar en las mujeres y los niños.
¿Los orates se pintaron el rostro y tomaron el control del hospicio? Quizá no, pero el disparo autoinflingido que acabó con el prominente galeno demuestra que la crisis necesita, de tanto en tanto, de un sacrificio humano como coronación.
Anteriormente, muchas personalidades argentinas acabaron su existencia con una nube de pólvora. Roberto Arlt, Lisandro de la Torre, Horacio Quiroga apretaron bien los dientes y apoyaron el caño en la sien. ¿Habrán visto “todo el sol en primavera”, como dice aquel mítico tema de Serú Girán?
“Sentía un vacío existencial, y se encontraba solo y abandonado”, afirmó a Clarín el profesor José María Mainetti; mientras que La Nación manifiesta que “decidió quitarse la vida abrumado por la falta de apoyo ante las severas dificultades económicas que atravesaba su fundación, cosa que había hecho saber a muchas personas”.
“En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar; llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir con nuestra tarea”, puntualizaba Favaloro en una misiva enviada a este último matutino.
Pero fue en vano, lo único que recibió fue un salvavidas de plomo. Entonces, no pudo más. “Tanto penar, para morirse uno”, como escribió Borges en el Poema Conjetural.
Luego del disparo, de las lágrimas y de la incredulidad; apareció como era de esperar la necrofilia nacional. Ni bien se conoció la noticia, la administración delarruista decidió otorgarle al finado un decreto de honores. Seguramente seguirán a esta medida, los discursos honoríficos en varios estrados, las lágrimas de cocodrilo y los sentidos homenajes. Quizá, más adelante, alguna plaza o calle ostentará su apellido.
En la inauguración de éstas abundarán los patéticos panegíricos hacia la figura del difunto, seguramente provenientes de aquellos que en vida no le dieron ni cinco.
Pero no se mencionará, seguramente, los motivos que lo llevaron a la drástica determinación. Pues afirmarlos sería poner dramáticamente en evidencia la realidad de un país fracturado por el medio, muy alejado de la frialdad de las estadísticas.
Favaloro fue alguien muy complejo, por eso sería el colmo de la banalidad cualquier atisbo de panegírico. Sobre todo, si se desprende de su supremo último acto un mensaje de advertencia.
Como el shofar hebreo que roncaba para convocar al pueblo y las campanas medievales que hendían el aire con sus tañidos de alarma, el retumbar de ese revólver que hizo añicos la tarde del sábado tiene un tremendo significado.
Ese disparo, cumbre del pesimismo, es la cruel confirmación de que muchos argentinos sienten que les han encarcelado la esperanza como consecuencia de décadas de represión, hiperinflación y ajuste inhumano.
¿No hay futuro? ¿La única salida sigue siendo Ezeiza, y que el último apague la luz? Ojalá que no, pero si se desatienden estas salidas desesperadas, el abismo del desencuentro se hará más y más profundo.
Fernando Paolella
Artículo escrito el sábado 29 de julio de 2000, horas después de que René Favaloro se quitara la vida.
La patria fue muy injusta con el Doctor. Su suicidio no fue un acto de cobardía sino de denuncia.
No valió la pena su sacrificio, nada cambió.
Si no fue un seppuku tal vez se trató de un asesinato. Otra muerte que no tiene explicación. Un señor como el Dr. René Favaloro cuya inteligencia salvó y sigue salvando vidas cuesta creer que se quite la suya de un balazo justamente en el órgano que él tan bien comprendió. Sin palabras.