“En este escenario, hoy en la Argentina
se habla, en privado, de temas que son tabú, promueven especulaciones y definen
comportamientos. Por un lado, no cesa el cuestionamiento acerca de porqué Néstor
Kirchner eligió a Cristina de Kirchner, y si hay o no un problema de enfermedad
y necesidad de intervención quirúrgica en el Presidente de la Nación. Luego, en
las dificultades que afrontará una persona sin experiencia en la gestión
ejecutiva, que carece de partido político propio (el Frente para la Victoria no
es un partido político sino una alianza coyuntural de partidos y movimientos) y
de autoridad entre los otros líderes.
En la Argentina ya se transcriben en la prensa periódica análisis de sociólogos
sobre condiciones objetivas de vacío de poder; de crisis institucional en el
futuro mediato; de mecanismos para completar mandatos (acefalía) o para convocar
a comicios anticipados. En la inestable Argentina, el final de la presidencia de
Néstor Kirchner remueve los miedos más profundos, aquellos que parecía que él
había logrado aplacar.
Así como cuando se analiza en retrospectiva la gestión de Carlos Menem y surge
la evidencia de todo aquello que pudo hacer y no hizo para completar las
reformas, profundizarlas y consolidar el cambio, comienza a evaluarse que lo de Kirchner fue más mediático que real; efímero como el marketing pero sin raíces
profundas; y la hegemonía que se buscó terminó en una situación de peligrosa
precariedad”. Este análisis reciente de Edgar Mainhard en Urgente 24,
refleja una visión opuesta a la de la corporación mediática que, en gran parte,
cruza los dedos para que Cristina Fernández de Kirchner sea electa presidenta.
Al escribirse estas líneas, el mismo sitio informa que media Córdoba, Catamarca
y La Rioja se encuentran a oscuras y el marido de la candidata niega en México
que exista una crisis energética.
Mientras se agiganta esta desmesura entre la realidad y el ficcionario, en el
medio queda la población presa del estupor que poco a poco se va transformando
en miedo. La otra corporación, la política,
se toma vacaciones invernales mientras deshoja la margarita con la vista puesta
también en el 28 de octubre. Como si nada existiera en el lapso restante, al
tiempo que la inexistente inflación alcanza picos tan altos que se habla
de importar verduras de Brasil, porque las mismas y las verduras aumentaron en
el pasado julio un 90%.
En el colmo del paroxismo autista del poder, tanto Kirchner como Aníbal
Fernández retacean a Macri la promesa de traspasar la policía a la órbita
porteña como si se tratara de una exclusividad suya.
Mío, mío, mío
Stingy, es un personajillo bastante ridículo del programa infantil Lazy Town,
emitido por Discovery Kids. En él, canta una canción en la cual muestra
su deseo de apoderarse de todo lo que ve. La tierra que pisa, el buzón, el cielo
y hasta los sentimientos ajenos son de su exclusiva propiedad. Y no comparte
nada con nadie, hasta el punto que cuando sus amigos construyen una casa en el
árbol para un concurso, éste se corta solo y manda por correo una foto mutilada
en la cual aparece él sin nadie más.
Quizá espantado por el exiguo margen electoral que lo insertó en Balcarce 50
luego de la defección de Carlos Menem en la segunda vuelta, Kirchner trató por
todos los medios a su alcance de que no le pasara lo mismo que a Fernando De la
Rúa. Por ende, manipuló a su antojo los fondos reservados y no tanto para
cooptar voluntades, manejar multitudes y domesticar a la prensa. A tal punto,
que no vaciló en censurar o literalmente apretar a todos aquellos medios que
intentaron zafar del encierro informativo. Remedando aquello de Rodolfo Walsh,
salir de esa asfixiante encerrona fue más que un acto de libertad dada la
paranoia kirchnerista.
El colmo de esto lo constituyó, ya trillado que aburre, la manipulación de los
índices de precios para demostrar al consumidor que la inflación es un invento
de la mala prensa, y si la señora se queja o el boludo que compra se agarra la
cabeza ante las góndolas o la caja registradora, es un invento de los
desestabilizadores que añoran los vilipendiados 90.
“El poder destruye a quien no lo tiene”, alega un personaje del
Padrino III. Y también, aniquila a aquellos que, sintiendo que se les
escurre de las manos, dejan escapar a la tortuga (esto es, al quelonio que se
vuelve velocista) cuando en lugar de gobernar para todos, hacen todo lo
contrario. Lo opuesto a lo que prometieron con bombos y platillos al electorado,
cuando en la campaña se ofrecían como garantía de un cambio que nunca llega.
Richard Millhouse Nixon fue un presidente maestro en el arte del doble discurso,
un prestidigitador del verso que le sirvió bastante hasta el incendio a lo bonzo
del Watergate: "Nixon logró pues su primer objetivo, impedir un acuerdo de paz
que beneficiase a los demócratas, y prosiguió con su campaña electoral. También
con relación a Vietnam declaró al electorado estadounidense que poseía un plan
secreto, diseñado para 'acabar con la guerra', y para 'lograr una paz con
honor'. Se trataba de una ambigüedad deliberada con la que Nixon jugó: algunos,
los 'halcones de la guerra' pensaron que lo que Nixon quería decir con ese plan
era 'ganar' la guerra; otros, quienes deseaban el fin definitivo de la
contienda, prefirieron pensar que se trataba de 'retirarse' de la guerra. Sea
como fuere, el ardid surtió efecto, y muchos electores de una y otra tendencia
votaron a Nixon convencidos de que acabaría con la guerra. Una vez en la
presidencia todo se resumió en su estrategia
denominada 'vietnamización'”. (Nixon, o la arrogancia del poder,
publicado en Nómadas, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas,
2004).
Si bien Kirchner posee mucho de este personaje, hasta muy bien caricaturizado
por Matt Groening en Los Simpson y Futurama, aún no ha sobrevenido
un escándalo símil Watergate que lo haga resignar su inquilinato de Balcarce 50.
Pero últimamente, volviendo al artículo del inicio, se puede entrever que el
enroque morganático realmente obedece que el ex hombre fuerte de El Calafate
vislumbra que de permanecer en Balcarce 50, el piso debajo de sus pies se
agrietará cada vez más. Por eso una vez más, para risa de Diego Maradona que
acuñó la frase famosa, el quelonio huye a toda marcha dejando de lado su
habitual lentitud para transformarse en un consumado velocista, muy difícil de
atrapar.
Fernando Paolella