Para los católicos argentinos, es el
patrono del pan y del trabajo, pero en los años oscuros del Proceso se convirtió
en un importante núcleo de resistencia motorizada por el entonces líder
de la CGT Brasil, recientemente fallecido, Saúl Eldover Ubaldini. Hoy, como cada
año, su santuario de Liniers recibe a miles de peregrinos que vienen a implorar
o a agradecer por trabajo, salud u otras necesidades temporales o espirituales.
Con esa tónica, el 7 de agosto de 1981 el citado dirigente encabezó la primera
de una larga seguidilla que constituyó con creces lo afirmado al principio. Unos
meses después, desafiando al miedo y la represión que nunca se hacía esperar, el
7 de noviembre diez mil personas marcharon para exigir, además de las usuales
peticiones, el retorno de la democracia.
Al año siguiente aconteció lo mismo, en medio de un clima
enrarecido pues en junio la derrota de Malvinas había atemperado, al menos un
poco, las ínfulas del Proceso y las de su mandamás, el general Reynaldo Bignone.
El año pasado, justamente un lunes 7, el cardenal primado
Jorge Bergoglio encabezó la misa principal bajo una lluvia pertinaz: “La lectura
del Éxodo nos dice algo muy simple y a la vez muy hermoso, muy consolador: Que
Dios nos escucha. Que Dios, nuestro Padre, escucha el clamor de su pueblo. Este
clamor silencioso de la fila interminable que pasa delante de San Cayetano.
Nuestro Padre del Cielo escucha el rumor de nuestros pasos, la oración que vamos
musitando en nuestro corazón, a medida que nos acercamos. Nuestro Padre escucha
los sentimientos que nos conmueven, al recordar a nuestros seres queridos, al
ver la fe de los otros y sus necesidades, al acordarnos de cosas lindas y cosas
tristes que nos han pasado este año… Dios nos escucha.
Él no es como los ídolos, que tienen oídos pero no escuchan.
No es como los poderosos, que escuchan lo que les conviene. Él escucha todo.
También las quejas y los enojos de sus hijos. Y no sólo escucha sino que ama
escuchar. Ama estar atento, oír bien, oír todo lo que nos pasa.
Por eso nos dice Jesús: «El Padre sabe bien lo que
necesitamos», y no hace falta hablarle mucho. Basta con el Padrenuestro. Porque
Él escucha hasta nuestros pensamientos más íntimos. El Evangelio dice que ni un
pajarito cae en tierra sin el Padre. Y bien podría ser que diga: «Sin que el
Padre escuche que cae».
Hoy venimos a pedir dos gracias: la gracia de «sentirnos
escuchados» y la gracia de «estar dispuestos a la escucha». Con Jesús y san
Cayetano queremos aprender a escuchar y a ayudar a nuestros hermanos. Éste es el
lema que nos llevaremos en el corazón”.
Saber escuchar
“Escuchemos ahora, atentamente, cómo nos habla nuestro Dios
en la Sagrada Escritura. Dice: «Yo soy el Dios de tus padres… y tengo bien vista
la opresión de mi pueblo que está en Egipto. He escuchado sus gritos de dolor,
provocados por sus capataces. Sí, Yo conozco muy bien sus sufrimientos» (Ex 3,
6-7). Nuestro Padre escucha todos nuestros gritos de dolor, pero escucha de
manera especial los gritos de dolor provocados por la injusticia: provocados,
dice, por los capataces de los Faraones de este mundo. Hay dolores y dolores.
Los del salario retenido, los de la falta de trabajo, son de los dolores que
claman al cielo. Ya lo dice el apóstol Santiago: Miren; el salario que no han
pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de
los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (Sant 5, 4).
Los dolores que van con injusticia claman al cielo, porque son dolores que se
pueden evitar, simplemente siendo justos, privilegiando al más necesitado,
creando trabajo, no robando, no mintiendo, no cobrando de más, no ventajeando...
En el Evangelio del Juicio final también se nos habla de una
escucha. Jesús separa las ovejas de las cabras y dice a las ovejitas: «Vengan
benditos de mi Padre, reciban el reino en herencia, porque tuve hambre y Ustedes
me dieron de comer…» Los justos le preguntan: «Pero ¿cuándo, Señor, te vimos
hambriento…?» Y el Señor les responde: Cada vez que ayudaron al más pequeño de
mis hermanos, me estaban ayudando a mí».
La parábola del juicio final es la manera que tiene Jesús de
decirnos que Dios ha estado atento a toda la historia de la humanidad. Que Él ha
escuchado cada vez que algún pobrecito pedía algo. Cada vez que alguien, aunque
fuera con voz bajita, como la gente más humilde que pide que casi ni se la oye,
cada vez que alguno de sus hijitos ha pedido ayuda, Él ha estado escuchando. Y
lo que va a juzgar en nosotros los hombres es si hemos estado atentos junto con
Él, si le hemos pedido permiso para escuchar con su oído, para saber bien qué
les pasa a nuestros hermanos, para poder ayudarles. O si al revés, nos hemos
hecho los sordos, nos hemos puesto los walkman, cosa de no escuchar a nadie. Él
escucha y, cuando encuentra gente que tiene el oído atento como el suyo y que
responde bien, a esa gente la bendice y le regala el Reino de los cielos.
Esto de la escucha es una gracia muy grande, y hoy se la
pedimos a San Cayetano para nuestro pueblo, para todos nosotros: que nos sepamos
escuchar. Porque para ayudar a alguien, primero hay que escucharlo. Escuchar qué
le pasa, qué necesita. Dejarlo hablar y que él mismo nos explique lo que desea.
No basta con ver. A veces las apariencias engañan. Saber escuchar es una gracia
muy grande. Fíjense que nuestro Padre del Cielo nos recomienda vivamente una
sola cosa, y es que «escuchemos a Jesús, su Hijo». Ésa es la esperanza del
Padre: Escucharán a mi Hijo». Y Jesús nos dice que cuando escuchamos a nuestros
hermanos más pequeños, lo escuchamos a Él.
¿Cómo puede ser que haya gente que diga que Dios no habla,
que no se entiende bien lo que quiere decir? Claro, es gente que no escucha a
los pobres, a los pequeños, a los que necesitan… Gente que sólo escucha las
voces machaconas de la propaganda y de las estadísticas y no tiene oídos para
escuchar lo que dice la gente sencilla.
Escuchar no es oír, simplemente. Escuchar es atender, querer
entender, valorar, respetar, salvar la proposición ajena… Hay que poner los
medios para escuchar bien, para que todos puedan hablar, para que se tenga en
cuenta lo que cada uno quiere decir.
La novena de San Cayetano es un ejemplo de escucha. Durante
todo el año se trabaja preguntando a la gente qué es lo que más quiere pedir
este año, qué es lo que se necesita. Y se reza y se discierne entre todas las
peticiones. Así se va formando el lema de la novena.
Porque el santo es como si fuera un oído especial de nuestro
Padre para una petición especial de su pueblo: la del pan y la del trabajo. Los
santos son como los oídos de Dios, uno para cada necesidad de su pueblo. Y
también nosotros podemos ser santos en este sentido, ser oído de Dios en nuestra
familia, en nuestro barrio, en el lugar donde nos movemos y trabajamos. Ser una
persona que escucha lo que necesita la gente, pero no sólo para afligirnos o
para ir a contarle a otro, sino para juntar todos estos reclamos y contárselos
al Señor. Cuántos ya lo hacen trayendo los papelitos y las peticiones de sus
familiares a los pies del santo. Además de la propia petición cada uno viene con
la de otro que le encomendó por que no podía venir. Bueno, ésa es la escucha que
San Cayetano nos enseña y que nosotros aprendemos: estar dispuestos a escuchar
como escucha el santo, como escucha nuestro Padre Dios. Escuchar para así poder
ayudar: intercediendo y dando una mano.
Que la Virgen nuestra Madre, que es la predilecta de Dios y
de su Pueblo en esto de escuchar y pasar mensajes de buenas noticias, reciba
nuestros ruegos y nos dé la gracia de sabernos escuchar”.
Fernando Paolella