El ejercicio de recordar a las personas que se sentaban al lado o delante durante algún viaje en avión desde un país de Latinoamérica o África hacia Barcelona puede deparar diversas sorpresas. En primer lugar, existe la posibilidad de que aquel compañero de vuelo tan majo cargara ilícitamente colmillos de marfil africanos entre su equipaje. La segunda hipótesis es que pudiera portar en su bolso de mano una serpiente viva o tortuga prohibida en España. La tercera, mucho más arriesgada, es que en el estómago de esta persona hubiera un kilo de cocaína distribuido en bolas de plástico o bien llevara la droga camuflada en tarros de comida para gatos. La última conjetura, de la que difícilmente pudo sospecharse, es la que entre los viajeros se infiltrara un agente de la Guardia Civil persiguiendo a esta clase de disimulos traficantes.
El déficit en los controles de los equipajes y de los pasajeros que arriban al aeropuerto de El Prat es una de las respuestas de por qué, sin saberlo, se pudo haber estado presente en esta clase de circunstancias. Un traficante de cocaína argentino, que decía llamarse Alejandro y que aparentaba tener unos 30 años, confesaba en un vuelo de Buenos Aires a Barcelona con escala en Milán que iba a intentar introducir un kilo de cocaína a España. No era la primera vez que lo hacía. Según relata, este notó que sorteaba una y otra vez los controles del aeropuerto sin la menor dificultad y por eso incrementaba la apuesta en cada viaje. “El Prat es de los aeropuertos internacionales de Europa más fáciles para meter droga. En Sudamérica, la mayoría de los narcos que traen coca por avión lo saben y por eso lo hacen por aquí o por Madrid. Por otros países es bastante más arriesgado”, revela el contrabandista argentino.
Este traficante minúsculo tiene algo de razón, pues no es casualidad que España sea el principal puerto de entrada de cocaína en Europa junto a Holanda, según reveló la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) en junio de 2004. Un portavoz de la Oficina Periférica de Comunicación de la Guardia Civil en Cataluña, el cual quiso preservar su identidad, corrobora, además, que el número de intervenciones de estupefacientes del aeropuerto de Barcelona es de los mayores del continente. “Es lógico, se detecta más contrabando porque se intentan pasar más cantidades que en otros aeropuertos”, explica sin rubor.
La cocaína penetra en la península como ningún otro estupefaciente porque así lo demanda el mercado. Los expertos del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías obtuvieron como síntesis en su informe 2006 que España fue uno de los tres países que más cocaína consumió el año pasado en el mundo, junto a Estados Unidos y Gran Bretaña. El último documento del Plan Nacional sobre Drogas publicado en diciembre pasado indicó, por su parte, que el 3,5% de los españoles entre 15 y 35 años había probado esta droga en los doce meses anteriores. Asimismo, la oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONNUD) registró que el 50% del total de la cocaína incautada en la Unión Europea se intervino en España (de hachís, el 70%). A escala mundial, España fue el tercer país en intervención de esta droga en aquel año. Sólo la superan Estados Unidos y Colombia, de acuerdo a la ONNUD.
El portavoz de la Guardia Civil recuerda que antes de los atentados de Madrid del 11 de marzo los controles del aeropuerto eran más mecánicos que ahora. Pero por más que se han perfeccionado las medidas preventivas desde entonces, reconoce que la seguridad jamás es infalible. “El narcotráfico es cíclico y hay infinitas formas de pasar la droga. Aprendemos de lo que los narcos nos enseñan”, asevera sin remordimientos. Y luego ejemplifica: “Una banda infiltraba cocaína en latas con comida para gatos. Los descubrimos. Desde ese momento no volvieron a utilizar ese sistema. Buscaron otras vías”, completa. De hecho, el poder de la imaginación de algunas mulas supera la norma. El 11 de diciembre último, la Guardia Civil detuvo en el aeropuerto de El Prat a un ciudadano italiano que procedía de Lima, Perú, con 12 kilos de cocaína, una parte estaba escondida en su maleta y otra camuflada en el interior de dos figuras de escayola de Papá Noel.
De acuerdo a la agencia Europa Press, la Guardia Civil detuvo a 17 presuntos contrabandistas de droga en el aeropuerto de El Prat entre el 1 de enero y el 21 de abril de 2006. En la operación se intervinieron 106 kilos de cocaína. De los detenidos, siete son españoles, tres bolivianos, dos ecuatorianos, dos brasileños y un cubano. Respecto al año anterior, la cifra de encarcelados es similar, puesto que en 2005 se detuvo a 50 personas por tráfico de drogas en el aeropuerto de Barcelona. De media, cada uno de las mulas pretende introducir más de tres kilos y medio de cocaína. Finalmente, el informe de la Guardia Civil precisa que catorce de los quince bolivianos apresados el año pasado ocultaban la cocaína en su interior y que, en general, el método más utilizado para camuflar la droga son los dobles fondos de maleta y las botellas de alcohol o gel confundidas entre la ropa.
Según el portavoz de la Guardia Civil, por cada contrabandista que se detiene, otros dos –como mínimo- pudieron haber pasado sin ser descubiertos. Resultado: por las narices de los controles del aeropuerto de El Prat habrían circulado al menos otros 134 pequeños contrabandistas desde 2005. Todo ello sin contabilizar si, además, llevaban consigo heroína (más de tres kilos decomisados el año pasado), cannabis, pastillas de éxtasis u otras drogas sintéticas de consumo masivo.
Descontrol
Los controles empiezan por los aviones, precisa el portavoz de la Guardia Civil, y a muchos de los muleros que traen droga en el estómago se los detecta ya en el aire. “No comen nada, se sienten mal y esa información nos arriba a través de agentes de la Unidad Especial de Intervención de la Guardia Civil, que se infiltran en algunos vuelos transatlánticos como pasajeros comunes y corrientes”, informa. El negocio de utilizar muleros, según explica el mismo agente, consiste en aprovecharse de personas de extrema necesidad económica: se les ofrece 600 euros (una miseria con relación al valor de lo que transportan) a estas ‘mulas’ para que se introduzcan alrededor de un kilo de cocaína oculta en el interior de su estomago, dividido en dosis de unos 180 gramos. En tierra, finalmente, entregan el pedido al cliente. Tan arriesgado como real. Y tan triste como el ciudadano español de 30 años que en julio del año pasado murió de súbito en Cancún, México, cuando se le estalló en su estómago una de las 44 cápsulas con 184 gramos de cocaína que se había tragado para luego transportarlas a España. Otros sobreviven a este arriesgadísimo método, pero igualmente su pequeño contrabando acaba en un infierno. Es el caso de una mujer boliviana, que fue descubierta en el aeropuerto el 27 de agosto del último año con 1,2 kilos de coca en su estómago –el récord en mujeres hasta el momento, según la Guardia Civil-. Esta mula espera una pena de entre cuatro y siete años de prisión por delito contra la salud pública.
Las medidas de seguridad, al bajar los pasajeros del avión, continúan mediante un sistema de cámaras que filman a estos incluso hasta el momento en el que recogen las maletas. “Hay controles que la gente ve y otros que no”, precisa el Guardia Civil. Cuando se bajan las maletas del avión, el perro de estupefacientes ya las está olfateando”, continúa. Es el único sistema existente para detectar estupefacientes dentro de latas, bobinas o tetrabricks, los medios de transporte más utilizados. Los escáneres, desafortunadamente, no pueden penetrar en las latas.
Sin embargo, cuando se consultó acerca de la utilización de perros a un empleado de una empresa de transportes que funciona en las pistas de El Prat, respuesta que “yo no he visto muchos perros por aquí. Igual revisan las maletas dentro del puesto de la Guardia Civil, pero sería extraño”.
La última fase de controles no es más que dos agentes de la Guardia Civil ubicados entre la recepción de maletas y la salida a las terminales del aeropuerto. Los muleros, muy calculadores, se conocen de memoria la dinámica de esta última sala y disponen de dos vías de acción. Plan A: esperan a que los Guardia Civil detengan a otros pasajeros para revisarles y, ¡flash!, aprovechan ese instante para salir del recinto. Plan B: el mulero que va limpio de drogas se planta frente a los controladores. Pone cara ‘sospechoso’ y los agentes muerden el anzuelo. Mientras le revisan, el cómplice ya está cogiendo un taxi a Barcelona. Juego de niños.
Por todo lo referido, al encontrarse en un vuelo intercontinental de regreso a Barcelona, ya se sabe lo que se puede esperar.
Tráficos menores
“El contrabando de especies animales protegidas en España es de lo más importantes en el aeropuerto de El Prat”, asegura el portavoz de la Guardia Civil. “En los bolsos encuentras serpientes, tortugas, monos, de todo”, prosigue. El tráfico ilegal de animales y flora es la tercera importación fraudulenta. La vía de entrada para este mercado es... el aeropuerto de El Prat. De este tipo de contrabando, el marfil es el producto que más se importa al margen de la ley y los impuestos. La confirmación de esta moda ocurrió el 5 de marzo del 2004: la Guardia Civil incautó 50 figuras de marfil ocultas dentro de una maleta de un ciudadano congoleño en el aeropuerto de Barcelona.
Loros, simios, mariposas, reptiles y serpientes también se apuntan. En determinadas ocasiones estos animales son utilizados para transportar, drogas y, atención, hasta incluso armas.
El menor de los tantos contrabandos que desfilan impunes por El Prat es el de mercaderías artesanales o de reventa. Se importan desde todo el mundo y al cabo de unas semanas ya están en venta en las ferias de toda España. Un feriante peruano, quien tiene a la familia completa en Barcelona, cuenta que utiliza hasta la abuela para que al regresar del Altiplano introduzca 40 kilos (el máximo por pasajero permitido por las aerolíneas) de productos de reventa en las maletas. Es uno más que tiene conocimiento de este coladero. “Si no, tengo que pagar mucho en impuestos. No me sería rentable”, asevera el suramericano, que carga y descarga su furgoneta desde Cádiz hasta Finisterre, en verano y en invierno, para alimentar a sus siete hijos.
También los hay amateurs, quienes aprovechan su visita a la India, Tailandia o países de Centroamérica para comprar artesanías o bijouterías locales y luego vendérselas a amigos, familiares y, en muchos casos, hasta en las mismas ferias artesanales.
Una manita de colaboración
Hasta hace seis años operó en el aeropuerto de Barcelona una pequeña red de narcotráfico que contaba con la generosa colaboración de un trabajador de una de las empresas que manipulan los equipajes internacionales de El Prat. Cuando éste era avisado de la llegada de la droga, le cambiaba la etiqueta de origen al equipaje por el de una de un país de la Comunidad europea y así evitar los controles más exhaustivos. La banda, compuesta por tres personas, introducía grandes cantidades de cocaína provenientes de Colombia. Fueron descubiertos y detenidos recién en mayo de 2003, cuando la banda ya había abandonado el contrabando en el aeropuerto.
Las últimas actuaciones policiales
6 de abril de 2006: La policía autonómica de Cataluña desarticula en la provincia de Girona una red que distribuía 100.000 dosis de drogas sintéticas en la calle al mes desde un laboratorio de producción propia. La banda utilizaba el aeródromo de Barcelona para introducir la droga base desde Colombia.
9 de abril de 2006: En la operación ‘Fortaleza’, la Guardia Civil desmanteló una banda de narcotraficantes suramericanos que introducía cocaína a España desde Brasil a través del aeropuerto de Barcelona. Las autoridades incautaron 11 kilos de esta droga, cuyo destino era Barcelona y Lérida.
Diego Gueler
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