Difícilmente pueden existir uno sin el
otro, pues si alguno de los dos no hubiese sido real, el otro necesariamente
hubiera tenido que inventarlo. Pero en el caso del presidente estadounidense,
poco importa que el saudita haya muerto (o no) en las colinas de Tora Bora, allá
en Afganistán durante noviembre de 2001, pues para que su sueño de cruzada
perpetua continúe es preciso que siga apareciendo en TV. Cabalmente, lo que es
cierto que Osama Bin Laden fue funcional a los servicios del Imperio cuando el
padre del citado mandatario era jefe de la CIA, en los tiempos de la desastrosa
invasión soviética al mencionado país asiático. El millonario devino líder de
las bandas de mujaidines que, otra paradoja, serían combatidas a muerte por su
anterior amo porque no se supieron insertar en el nuevo jueguito. Y también,
como se investigó con detalles, ambas familias realizaron pingues negocios en el
rubro petrolero desde la Segunda Guerra Mundial. Pero por esas cosas del destino
mutable, los servicios del árabe fueron declarados prescindentes. Como también
los fueron aquellos desafortunados iraquíes que confiaron en la palabra de Bush
padre, cuando les prometió que les iba a sacar de encima a Saddam Hussein.
Este 11 de septiembre está plagado de imágenes, en las cuales
los aviones de American Airlines impactan contra las Torres Gemelas una y
otra vez. Pero con la consiguiente humareda, quedan tapadas aquellas
cuestiones nunca suficientemente aclaradas como el probable misil
(¿estadounidense?) que impactó contra la mole del Pentágono, los explosivos
internos que demolieron (con gran seguridad) los dos edificios, y la reunión que
tenía Rumsfeld en el Pentágono, en el instante mismo de los ataques, con
conspicuos "jetones" del complejo militar-industrial.
¿Un Pearl Harbour al revés?
El domingo 7 de diciembre de 1941, aviones japoneses atacaron
la base naval de Pearl Harbour buscando hundir los portaaviones estadounidenses
que creían que apostaban allí. Cuando Isoroku Yamamoto, almirante y ejecutor del
plan con ese fin, interrogó a los pilotos participantes acerca de estos, se
miraron atónitos y dijeron que no habían hundido a ninguno. Seguramente, pues
estos se encontraban a buen resguardo, en la pequeña isla de Midway. No fue un
milagro, porque los servicios de inteligencia estadounidenses habían logrado
descifrar los códigos nipones y conocían al dedillo sus intenciones. Tiempo
después, el presidente Rooselvelt reunió a los principales líderes de opinión y
les reveló todo esto, haciéndoles prometer que en sus periódicos no saldría ni
una coma pues EEUU necesitaba de una excusa, como una agresión sorpresa,
para ingresar en la zarabanda sangrienta. Rooselvelt así logró la reelección, y
el resto es historia conocida.
Meses antes del 11-S, el gobierno de Bush júnior iba camino
al desastre, lo único que lo podía rescatar de ese marasmo era inventar una
contienda internacional para distraer las conciencias. Esto no era nuevo, sólo
basta recordar a los republicanos Johnson y Nixon que se metieron en Vietnam, y
la "jodita" les costó 58 mil muertos. Luego se supo que esta intervención
tampoco fue producto de la casualidad, pues fue organizada desde que el ocupante
nipón salió con una patada en el trasero de la entonces Indochina.
En el caso de Bush, también su invasión a Afganistán había
sido pergeñada bastante antes. Lo de las Torres, entonces fue sólo la excusa
ideal, el detonante. Y el enemigo, la famosa red Al Qaeda, antiguos
empleados suyos ahora caídos en desgracia. Como Noriega, aquel general panameño
que lavaba dinero para la CIA, pero cuando quiso hacerlo para su piacere, se
insertó de un plumazo en la lista de indeseables.
Mientras se lloran los muertos, que siguen contándose por
miles en Irak, se vislumbra que la cuestión no tenderá a cambiar, y las miras de
los halcones belicistas se posan en Irán. La antigua Persia, la misma que en la
época del sha Mohamed Rezah Palhevi era aliado confiable, dado su petróleo y la
situación fronteriza con la entonces URSS. Luego de febrero de 1979, cuando fue
derrocado por el ayatolá Khomeini, inmediatamente su status cambió a integrar la
nómina del denominado eje del mal. Para luego, con el correr de los años,
fin de la guerra fría mediante, la excusa ideal para mantener al mundo
aterrorizado y dividido por la discordia. Como en la Edad Media, cuando el
adversario ideal era el Islam, actualmente también se lo utiliza a fin de crear
una dominación peor que las anteriores. La del miedo perenne, que nunca acaba.
Fernando Paolella